/ sábado 28 de diciembre de 2019

Tutti frutti sabatini

Vientos


Como el vaso medio lleno o medio vacío, así, el amanecer de un nuevo año es, para algunos, “un año más”; pero, para otros, “un año menos”.

Como sea, el tiempo estático y es uno el que pasa contando los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años.

Un testigo mudo de nuestro paso por la vida es el espejo; la clave, las arrugas, la ausencia de pelo o las canas que cursando por el gris arriban al blanco total si el reloj dio para mucho o para poco vivir. Un día un poeta que por mi edad no aprecié en su legítimo sentido entonces, escribió un epigrama que nunca he olvidado: “El tiempo está consumiendo// lo que ha quedado de mí.//Pero estoy seguro, ¡sí!,//que es que me estoy muriendo”. Poco tiempo después, el epigramista Naranjo murió. Entonces empecé a comprender el valor de la vida y su predecible final.

El apunte –lógico, diría mi maestro Betancourt que me dio la materia- tiene sus raíces hincadas en la realidad. No se trata de un drama novelesco o peliculesco que da curso a lagrimones que la debilidad espiritual provoca; se trata del peso normal que los años ponen sobre las espaldas de los viejos, que se traducen, no pocas veces, en terribles dolores físicos sin remedio, insoportables, que terminan con el fallecimiento y el descanso, todo normal en la vejentud… A la “Catrina” se le vence cuando ésta anda de vaciladora y anuente, porque, cuando afila la guadaña, como diría mi inolvidable amigo Augusto Hernández Bermúdez (+): “¡Ayyy, nanita!”.

El tiempo lo inventó el hombre por necesidad vital. Existe “ahí”, como el vacío universal que nos contiene. Y nosotros, los humanos y todo lo viviente, medimos nuestra existencia con esa cosa de nuestro invento: el reloj. Y sin embargo, tenemos que espaciarlo geográficamente y por eso el otro invento: los usos horarios. Todo lo que usted ve es de nuestra invención, menos la reproducción de las especies que es otro rollo.

La vida es natural corta o larga. Pero aniquilarla nosotros mismos es fuera de lógica. La nueva vida salta en el instante mismo en que la naturaleza “santifica” un nuevo nacimiento de lo que sea en la naturaleza. Por eso, y porque el pueblo mexicano es uno muy alegre y naturalmente feliz, no entiendo la violencia que nos circunda. Algo está mal…

Y a propósito de naturaleza, ésta brinda el ejemplo de que el anarquismo y esas teorías sociales de la destrucción de la sociedad clasista andan equivocados. Siempre hay capaces e incapaces, aptos para algo e ineptos. Unos nacieron con la oportunidad de instruirse. Otros sin ella. Pero siempre habrá diversos niveles de capacidad y, por ende, la división de clases. Lo que está mal, como en México, es la distribución de la riqueza y esto nada tiene que ver con el paso del reloj. Así que terminaré este ridículo ensayito deseándoles a todos mis lectores que el año por arribar de 2020 les sea de mucha salud, muchos éxitos y mucho amor para repartir y hacer una sociedad feliz.

Los “vegetales” que tengamos que partir, partiremos. Los que vienen cursando el tiempo, sean bien venidos.

Y afirmo: empiece, amiga, amigo, a quererse usted mismo, para que aprenda a querer a los demás. Y encerrémonos todos, ahora, en un armonioso abrazo de felicidad. Feliz Año Nuevo.

Vientos


Como el vaso medio lleno o medio vacío, así, el amanecer de un nuevo año es, para algunos, “un año más”; pero, para otros, “un año menos”.

Como sea, el tiempo estático y es uno el que pasa contando los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años.

Un testigo mudo de nuestro paso por la vida es el espejo; la clave, las arrugas, la ausencia de pelo o las canas que cursando por el gris arriban al blanco total si el reloj dio para mucho o para poco vivir. Un día un poeta que por mi edad no aprecié en su legítimo sentido entonces, escribió un epigrama que nunca he olvidado: “El tiempo está consumiendo// lo que ha quedado de mí.//Pero estoy seguro, ¡sí!,//que es que me estoy muriendo”. Poco tiempo después, el epigramista Naranjo murió. Entonces empecé a comprender el valor de la vida y su predecible final.

El apunte –lógico, diría mi maestro Betancourt que me dio la materia- tiene sus raíces hincadas en la realidad. No se trata de un drama novelesco o peliculesco que da curso a lagrimones que la debilidad espiritual provoca; se trata del peso normal que los años ponen sobre las espaldas de los viejos, que se traducen, no pocas veces, en terribles dolores físicos sin remedio, insoportables, que terminan con el fallecimiento y el descanso, todo normal en la vejentud… A la “Catrina” se le vence cuando ésta anda de vaciladora y anuente, porque, cuando afila la guadaña, como diría mi inolvidable amigo Augusto Hernández Bermúdez (+): “¡Ayyy, nanita!”.

El tiempo lo inventó el hombre por necesidad vital. Existe “ahí”, como el vacío universal que nos contiene. Y nosotros, los humanos y todo lo viviente, medimos nuestra existencia con esa cosa de nuestro invento: el reloj. Y sin embargo, tenemos que espaciarlo geográficamente y por eso el otro invento: los usos horarios. Todo lo que usted ve es de nuestra invención, menos la reproducción de las especies que es otro rollo.

La vida es natural corta o larga. Pero aniquilarla nosotros mismos es fuera de lógica. La nueva vida salta en el instante mismo en que la naturaleza “santifica” un nuevo nacimiento de lo que sea en la naturaleza. Por eso, y porque el pueblo mexicano es uno muy alegre y naturalmente feliz, no entiendo la violencia que nos circunda. Algo está mal…

Y a propósito de naturaleza, ésta brinda el ejemplo de que el anarquismo y esas teorías sociales de la destrucción de la sociedad clasista andan equivocados. Siempre hay capaces e incapaces, aptos para algo e ineptos. Unos nacieron con la oportunidad de instruirse. Otros sin ella. Pero siempre habrá diversos niveles de capacidad y, por ende, la división de clases. Lo que está mal, como en México, es la distribución de la riqueza y esto nada tiene que ver con el paso del reloj. Así que terminaré este ridículo ensayito deseándoles a todos mis lectores que el año por arribar de 2020 les sea de mucha salud, muchos éxitos y mucho amor para repartir y hacer una sociedad feliz.

Los “vegetales” que tengamos que partir, partiremos. Los que vienen cursando el tiempo, sean bien venidos.

Y afirmo: empiece, amiga, amigo, a quererse usted mismo, para que aprenda a querer a los demás. Y encerrémonos todos, ahora, en un armonioso abrazo de felicidad. Feliz Año Nuevo.