/ sábado 18 de enero de 2020

Tutti frutti sabatini

Vientos


La condición intelectual de un colectivo humano cualquiera en México -dentro del dinamismo natural social en curso cotidiano de su proceso de culturización -es, podríamos decirlo sin hipérbole, uno de sus efectos primarios.

En estos días el gobernador bajacaliforniano Jaime Bonilla Valdez, en una de sus expresiones críticas -lo que es parejo no es chipotudo- sobre la protesta empresarial por los aumentos impositivos aprobados por el Congreso local, dijo: “Chillan como cerdos atorados en un cerco”. Y la jauría de sus enemigos de inmediato se le fue encima, incluidos los medios entre los cuales hay despistados que “amarradores de navajas”, afirman que llamó cerdos a todos los inconformes “que son mayoría”. ¡Vaya pues!...

Fíjese usted en la construcción gramatical: el verbo chillar fue de hecho el calificativo y todo lo demás el complemento de la oración. Chillar en el sentido de protestar, apenas es una respuesta alejada de los peyorativos que han provocado las protestas magnificadas por los medios. Y por supuesto que somos un pueblo que paga impuestos muy bajos. Y los servicios comunitarios son muy altos. Y la sociedad debe contribuir (por eso se llaman también contribuciones) para que entre todos cubramos el gasto social que significa recoger basura, disponer de pavimentos y embanquetados, alumbrado público, agua entubada, etcétera. ¿De dónde debe salir el dinero para pagarlo? Pues del bolsillo de los contribuyentes que somos todos los que de alguna manera tenemos ingresos por salarios, comercios, servicios, etcétera.

Cuando alguien dice “que lo pague el gobierno”, no sabe que él es parte del gobierno, porque el “contrato social” nos cae encima desde que nacemos y eso, amables lectores, es nuestra obligación si queremos vivir en sociedad y gozar de las comodidades que deseamos, pero “la cobija” impositiva no alcanza, porque muchos empresarios y ciudadanos ricos, deben 500 millones de pesos de prediales y se escudan en influencias para no pagar lo que deben. Y esos son los que se quejan, porque los pobres, qué paradoja social, son quienes se apuran por pagar lo que les toca, con pujidos si usted quiere, pero curiosamente son los que menos reciben los beneficios. ¿Qué sucedería si los beneficios se fueran a la periferia y las zonas de los poderosos se soslayaran? ¿Chillarían también como los empresarios quejosos cuyas protestas no están acompañadas de otros planteamientos “razonables”?

Y pronto -ya lo verá- habrá protestas populares, pero no son protestas razonables: son inducidas por los del dinero a través de los partidos ahora también chillones porque no supieron ganar elecciones por razones y argumentos que de sobra ya son conocidos y desafortunadamente, evidentes en sus raterías. “Confusión de sentimientos” se llamó un libro que pocos han leído y solo tangencialmente toca un tema tan deseado y tan molesto. Los medios escritos, radiofónicos o televisivos, debieran sustanciar con mucho cuidado los eventos en que se establecen con evidencia las tendencias políticas, para poder orientar, correctamente a la población de por sí poco inclinada a profundizar en los hechos cotidianos noticiosos y solo arropan opiniones que si son contra los gobiernos, entonces encienden sus almas y se convierten en émulos de posiciones negativas.

Desde la Conquista venimos arrastrando (si no es que desde antes) este problema. ¿No será ya tiempo de limpiar nuestra conciencia?

Vientos


La condición intelectual de un colectivo humano cualquiera en México -dentro del dinamismo natural social en curso cotidiano de su proceso de culturización -es, podríamos decirlo sin hipérbole, uno de sus efectos primarios.

En estos días el gobernador bajacaliforniano Jaime Bonilla Valdez, en una de sus expresiones críticas -lo que es parejo no es chipotudo- sobre la protesta empresarial por los aumentos impositivos aprobados por el Congreso local, dijo: “Chillan como cerdos atorados en un cerco”. Y la jauría de sus enemigos de inmediato se le fue encima, incluidos los medios entre los cuales hay despistados que “amarradores de navajas”, afirman que llamó cerdos a todos los inconformes “que son mayoría”. ¡Vaya pues!...

Fíjese usted en la construcción gramatical: el verbo chillar fue de hecho el calificativo y todo lo demás el complemento de la oración. Chillar en el sentido de protestar, apenas es una respuesta alejada de los peyorativos que han provocado las protestas magnificadas por los medios. Y por supuesto que somos un pueblo que paga impuestos muy bajos. Y los servicios comunitarios son muy altos. Y la sociedad debe contribuir (por eso se llaman también contribuciones) para que entre todos cubramos el gasto social que significa recoger basura, disponer de pavimentos y embanquetados, alumbrado público, agua entubada, etcétera. ¿De dónde debe salir el dinero para pagarlo? Pues del bolsillo de los contribuyentes que somos todos los que de alguna manera tenemos ingresos por salarios, comercios, servicios, etcétera.

Cuando alguien dice “que lo pague el gobierno”, no sabe que él es parte del gobierno, porque el “contrato social” nos cae encima desde que nacemos y eso, amables lectores, es nuestra obligación si queremos vivir en sociedad y gozar de las comodidades que deseamos, pero “la cobija” impositiva no alcanza, porque muchos empresarios y ciudadanos ricos, deben 500 millones de pesos de prediales y se escudan en influencias para no pagar lo que deben. Y esos son los que se quejan, porque los pobres, qué paradoja social, son quienes se apuran por pagar lo que les toca, con pujidos si usted quiere, pero curiosamente son los que menos reciben los beneficios. ¿Qué sucedería si los beneficios se fueran a la periferia y las zonas de los poderosos se soslayaran? ¿Chillarían también como los empresarios quejosos cuyas protestas no están acompañadas de otros planteamientos “razonables”?

Y pronto -ya lo verá- habrá protestas populares, pero no son protestas razonables: son inducidas por los del dinero a través de los partidos ahora también chillones porque no supieron ganar elecciones por razones y argumentos que de sobra ya son conocidos y desafortunadamente, evidentes en sus raterías. “Confusión de sentimientos” se llamó un libro que pocos han leído y solo tangencialmente toca un tema tan deseado y tan molesto. Los medios escritos, radiofónicos o televisivos, debieran sustanciar con mucho cuidado los eventos en que se establecen con evidencia las tendencias políticas, para poder orientar, correctamente a la población de por sí poco inclinada a profundizar en los hechos cotidianos noticiosos y solo arropan opiniones que si son contra los gobiernos, entonces encienden sus almas y se convierten en émulos de posiciones negativas.

Desde la Conquista venimos arrastrando (si no es que desde antes) este problema. ¿No será ya tiempo de limpiar nuestra conciencia?