/ sábado 23 de mayo de 2020

Tutti frutti sabatini

VIENTOS

A don Luis Echeverría Álvarez en estos momentos difíciles con el afecto de su amigo

Quizá algún día se hará justicia al licenciado Luis Echeverría Álvarez, presidente de México 1970-1976, por su patriotismo y esfuerzo por rescatar de la Revolución Mexicana los más caros principios ideológicos resultantes y plasmados en la Constitución de 1917, esfuerzo que le negaron con rencor inexplicable sus enemigos políticos.

El pueblo mexicano, por su ignorancia política y su genética religiosa, es fácil materia para manipularse en forma negativa y han preferido la deturpación contra sus autoridades que el sano juicio de un análisis positivo, que claro, jamás será alentado por los egoísmos exclusivistas de los conservadores que siempre están ahí, esperando la oportunidad de hacerse del poder político desde lo oscurito.

Echeverría tenía como principio unificador –y debe de conservarlo a pesar de su edad-, aquello de que “la solidaridad efectiva entre los mexicanos debe ser su filosofía básica”. Y pensando en esos términos como fundamento conductual cotidiano, “que la paz interior sea producto del dinamismo de las fuerzas constructivas del país”. Es decir, sin selección de ismos, todos unidos así, hacia “arriba y adelante”. Deseaba Echeverría que elimináramos ese “ajuste precario de rutinas interesadas en lo negativo e invadidas de egoísmo estériles”.

Por ese simple –aparentemente- pensamiento, imaginaba un horizonte lógico en el que TODOS trabajásemos juntos y en favor de TODOS y como para sí mismo decía: “la unión del pueblo sin justicia, es servidumbre”. Esas expresión se la oí en varias ocasiones, entre ellas en charla con don Adolfo Ramírez Méndez a quien este escribidor sin horizontes claros, lo llamaba “padrino político” y le agradaba, sea dicho por la sinceridad de mi apego, lo que hacía feliz, de paso, al inolvidable amigo Octavio Pérez Pazuengo.

Descompuesto del “cotorro” por las inferencias de las clases no calificadas en política y el cambio que generó López Portillo desde su declaración aquella de ser él, el último revolucionario mexicano adelantando el “tumor” nacido con De La Madrid Hurtado, hoy estamos cursando caminos fangosos de violencia en donde la política del Mahatma Gandhi de paz y amor no da resultados por dos razones fundamentales: ni somos hindúes ni somos un pueblo religioso entendido de los dogmas que nos tatuaron los conquistadores: somos un pueblo sin educación y no por culpa del pueblo, pero sí de una historia de torpeza y tropiezos políticos que fueron cambiando las rutas de nuestra Revolución, precisamente por no atender a tiempo las soluciones por los pleitos eternos facciosos para arrebatar el poder sin horizontes programáticos definidos con antelación y selección de los mejores elementos para cumplir las tareas, sacrificadas a veces, que llevan al progreso con desarrollo sustantivo.

México no estará listo para la democracia mientras no lo convirtamos en un pueblo disciplinado, consciente, bien solventado en lo económico para poder atender las casas cívicas. Hoy eso es más claro que nunca: los pobladores de pequeñas comunidades golpean a las autoridades que buscan poner el orden y lo hacen sabiendo que no hay autoridad que los controle. No saben que en los pueblos de elevado nivel cultural como Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Japón, incluso España, el orden se impone por la fuerza que como en la Constitución Mexicana, se obliga a usar la fuerza pública en defensa de la sociedad. Pero aquí…

VIENTOS

A don Luis Echeverría Álvarez en estos momentos difíciles con el afecto de su amigo

Quizá algún día se hará justicia al licenciado Luis Echeverría Álvarez, presidente de México 1970-1976, por su patriotismo y esfuerzo por rescatar de la Revolución Mexicana los más caros principios ideológicos resultantes y plasmados en la Constitución de 1917, esfuerzo que le negaron con rencor inexplicable sus enemigos políticos.

El pueblo mexicano, por su ignorancia política y su genética religiosa, es fácil materia para manipularse en forma negativa y han preferido la deturpación contra sus autoridades que el sano juicio de un análisis positivo, que claro, jamás será alentado por los egoísmos exclusivistas de los conservadores que siempre están ahí, esperando la oportunidad de hacerse del poder político desde lo oscurito.

Echeverría tenía como principio unificador –y debe de conservarlo a pesar de su edad-, aquello de que “la solidaridad efectiva entre los mexicanos debe ser su filosofía básica”. Y pensando en esos términos como fundamento conductual cotidiano, “que la paz interior sea producto del dinamismo de las fuerzas constructivas del país”. Es decir, sin selección de ismos, todos unidos así, hacia “arriba y adelante”. Deseaba Echeverría que elimináramos ese “ajuste precario de rutinas interesadas en lo negativo e invadidas de egoísmo estériles”.

Por ese simple –aparentemente- pensamiento, imaginaba un horizonte lógico en el que TODOS trabajásemos juntos y en favor de TODOS y como para sí mismo decía: “la unión del pueblo sin justicia, es servidumbre”. Esas expresión se la oí en varias ocasiones, entre ellas en charla con don Adolfo Ramírez Méndez a quien este escribidor sin horizontes claros, lo llamaba “padrino político” y le agradaba, sea dicho por la sinceridad de mi apego, lo que hacía feliz, de paso, al inolvidable amigo Octavio Pérez Pazuengo.

Descompuesto del “cotorro” por las inferencias de las clases no calificadas en política y el cambio que generó López Portillo desde su declaración aquella de ser él, el último revolucionario mexicano adelantando el “tumor” nacido con De La Madrid Hurtado, hoy estamos cursando caminos fangosos de violencia en donde la política del Mahatma Gandhi de paz y amor no da resultados por dos razones fundamentales: ni somos hindúes ni somos un pueblo religioso entendido de los dogmas que nos tatuaron los conquistadores: somos un pueblo sin educación y no por culpa del pueblo, pero sí de una historia de torpeza y tropiezos políticos que fueron cambiando las rutas de nuestra Revolución, precisamente por no atender a tiempo las soluciones por los pleitos eternos facciosos para arrebatar el poder sin horizontes programáticos definidos con antelación y selección de los mejores elementos para cumplir las tareas, sacrificadas a veces, que llevan al progreso con desarrollo sustantivo.

México no estará listo para la democracia mientras no lo convirtamos en un pueblo disciplinado, consciente, bien solventado en lo económico para poder atender las casas cívicas. Hoy eso es más claro que nunca: los pobladores de pequeñas comunidades golpean a las autoridades que buscan poner el orden y lo hacen sabiendo que no hay autoridad que los controle. No saben que en los pueblos de elevado nivel cultural como Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Japón, incluso España, el orden se impone por la fuerza que como en la Constitución Mexicana, se obliga a usar la fuerza pública en defensa de la sociedad. Pero aquí…