/ sábado 25 de julio de 2020

Tutti frutti sabatini

VIENTOS

No pocas veces vuelve a los viejos y polvorientos libros de amarillentas páginas algunos ya, en busca de los puntos en que las opiniones formales de los autores se emparientan con el futuro y, claro, con sus estilos literarios singulares, recogieron críticas adversas o de valores coincidentes, aunque en ocasiones también encontraron los espacios del encono y hasta de los basurales…

En 1988, Mauricio González de la Garza (+), un escritor agresivo y de oposición sistemática a los gobiernos de la República nuestra, en mayo de ese año terminó de escribir su obra de apretados conceptos incisivos en Cuernavaca. Y aunque es un libro de 136 páginas (19 cms. de alto por 12.5 cms. de ancho), se terminó de imprimir en junio siguiente (récord). Lo tituló “Diluvio” y sí, es un “diluvio” de frustraciones que aconseja, sorpresivamente, el gobierno actual del licenciado Andrés Manuel López Obrador. Pero cabe decir que el presidente apenas atisbaba ser religión cristiana y su consejero Arturo Farela Gutiérrez, jefe de un ejército de evangelistas de 35 millones de creyentes, hoy están como antes en favor de la masonería con AMLO.

La época del libro de Mauricio de la previa a las elecciones presidenciales de 1988 en la que al final “triunfó” Salinas, bajo la sombra fatal dubitativa sobre un fraude electoral en contra del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, que de paso sirvió para la primera venganza política del régimen salinista en Baja California en donde triunfó, sin duda alguna, el ingeniero Cárdenas: la defenestración del licenciado Xicoténcatl Leyva Mortera, gobernador electo democráticamente, para sustituirlo con su manumiso ingeniero Óscar Baylón Chacón, quien le abrió el camino al triunfo de Ernesto Ruffo Appel, sacrificando a la inteligente licenciada, senadora, Margarita Ortega Villa, a la que la mayoría de los ciudadanos bajacalifornianos soslayaron en la oportunidad de obtener lo que hoy buscan con tanto denuedo y olvido del pasado de 32 años de torpeza.

Pero volviendo a Mauricio (Pág. 135), expresó de las elecciones respecto de Salinas: “Si hay naufragio la culpa será del PRI y de nosotros -los apáticos, los comodinos- que durante sesenta años no hemos sabido ser un buenos ciudadanos, ni buenos mexicanos”. Y ojo, (Pág. 128): “… desear la democracia de verdad, implica (sic) al peligro de que la mayoría –esa que todavía no tiene ni siquiera la posibilidad de comer proteínas- despierte y tome el poder”, premonición del ahora. Y luego: “Los que hablamos de democracia en México es porque pensamos en la democracia como panacea, como la libertad para escoger a los mejores y creer que esos mejores nos van a gobernar y que esos singulares talentos convertirán a México en Japón, en Inglaterra o en Holanda”.

Y este escribidor se pregunta: ¿Y hoy quiénes son los mejores: Bartlett, Sada, Padierna, Porfirio Muñoz, la señora Piedra… ¿Quién? Porque la política de no balazos, pero sí abrazos, puede ser muy evangélica, pero nunca real y la mejor prueba es el reguero de policías, soldados, marinos, guardias nacionales muertos, porque… por paz.

La única verdad que encuentro entre el “diluvio” de contradicciones de Mauricio en su encolerizada demostración literaria, es que entre los soñadores hay veces que convierten la magia de las ilusiones casi mágicas en realidad. Que no son sesenta años de frustraciones, sino más aún: 110 años y millones de muertos y traiciones. Eso viene desde la Colonia, la postindependencia, la época posterior de La Reforma y la que siguió a la Revolución Mexicana no descubrió el hilo negro, pero nunca entendió el problema político porque nunca se asomó a la verdad social, a lo que somos culturalmente.

Y perdóname, Mauricio, estés donde estés, te saludo...

VIENTOS

No pocas veces vuelve a los viejos y polvorientos libros de amarillentas páginas algunos ya, en busca de los puntos en que las opiniones formales de los autores se emparientan con el futuro y, claro, con sus estilos literarios singulares, recogieron críticas adversas o de valores coincidentes, aunque en ocasiones también encontraron los espacios del encono y hasta de los basurales…

En 1988, Mauricio González de la Garza (+), un escritor agresivo y de oposición sistemática a los gobiernos de la República nuestra, en mayo de ese año terminó de escribir su obra de apretados conceptos incisivos en Cuernavaca. Y aunque es un libro de 136 páginas (19 cms. de alto por 12.5 cms. de ancho), se terminó de imprimir en junio siguiente (récord). Lo tituló “Diluvio” y sí, es un “diluvio” de frustraciones que aconseja, sorpresivamente, el gobierno actual del licenciado Andrés Manuel López Obrador. Pero cabe decir que el presidente apenas atisbaba ser religión cristiana y su consejero Arturo Farela Gutiérrez, jefe de un ejército de evangelistas de 35 millones de creyentes, hoy están como antes en favor de la masonería con AMLO.

La época del libro de Mauricio de la previa a las elecciones presidenciales de 1988 en la que al final “triunfó” Salinas, bajo la sombra fatal dubitativa sobre un fraude electoral en contra del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, que de paso sirvió para la primera venganza política del régimen salinista en Baja California en donde triunfó, sin duda alguna, el ingeniero Cárdenas: la defenestración del licenciado Xicoténcatl Leyva Mortera, gobernador electo democráticamente, para sustituirlo con su manumiso ingeniero Óscar Baylón Chacón, quien le abrió el camino al triunfo de Ernesto Ruffo Appel, sacrificando a la inteligente licenciada, senadora, Margarita Ortega Villa, a la que la mayoría de los ciudadanos bajacalifornianos soslayaron en la oportunidad de obtener lo que hoy buscan con tanto denuedo y olvido del pasado de 32 años de torpeza.

Pero volviendo a Mauricio (Pág. 135), expresó de las elecciones respecto de Salinas: “Si hay naufragio la culpa será del PRI y de nosotros -los apáticos, los comodinos- que durante sesenta años no hemos sabido ser un buenos ciudadanos, ni buenos mexicanos”. Y ojo, (Pág. 128): “… desear la democracia de verdad, implica (sic) al peligro de que la mayoría –esa que todavía no tiene ni siquiera la posibilidad de comer proteínas- despierte y tome el poder”, premonición del ahora. Y luego: “Los que hablamos de democracia en México es porque pensamos en la democracia como panacea, como la libertad para escoger a los mejores y creer que esos mejores nos van a gobernar y que esos singulares talentos convertirán a México en Japón, en Inglaterra o en Holanda”.

Y este escribidor se pregunta: ¿Y hoy quiénes son los mejores: Bartlett, Sada, Padierna, Porfirio Muñoz, la señora Piedra… ¿Quién? Porque la política de no balazos, pero sí abrazos, puede ser muy evangélica, pero nunca real y la mejor prueba es el reguero de policías, soldados, marinos, guardias nacionales muertos, porque… por paz.

La única verdad que encuentro entre el “diluvio” de contradicciones de Mauricio en su encolerizada demostración literaria, es que entre los soñadores hay veces que convierten la magia de las ilusiones casi mágicas en realidad. Que no son sesenta años de frustraciones, sino más aún: 110 años y millones de muertos y traiciones. Eso viene desde la Colonia, la postindependencia, la época posterior de La Reforma y la que siguió a la Revolución Mexicana no descubrió el hilo negro, pero nunca entendió el problema político porque nunca se asomó a la verdad social, a lo que somos culturalmente.

Y perdóname, Mauricio, estés donde estés, te saludo...