/ sábado 19 de junio de 2021

Tutti frutti sabatini

VIENTOS

Tal vez alguna vez se tropiece usted con Fenelón. Yo lo hice ayer que llegué a los 93 años de edad sin saber cómo, cuando me he enfrentado a la muerte muchas veces y sigo por acá con los achaques de la “vejentud”…

Don J. J. Sobrino Trejo, un viejo filósofo, empleado de nivel superior de la SCJN, gustaba de citar a Fenelón con frecuencia, de tal modo que se me grabó - trataré de citarlo correctamente - en mi mente esta reflexión: “Frecuentemente el tiempo es para nosotros como una carga; no sabemos en qué emplearlo y vivimos como fastidiados con el. Día llegará en que un cuarto de hora nos parecerá más estimable y deseable que todos los bienes del Universo”.

En mi familia paterna la senectud no fue una presencia estimulante: mi padre falleció a un mes de haber cumplido 49 años de edad y su padre no aterrizó a los 65. Y entre las mujeres, solo su hermana Ángela (mi adorable tía) murió cuando yo vigilaba sus estertores y fue la más anciana que apenas se acercó a los 70.

Por el lado materno la cosa fue distinta, pero no generalizada: mi bisabuelo don “Chole”, Soledad Verdugo, abuelo de mi madre, falleció a los 128 años de edad... y se los puedo comprobar. Por supuesto que a mí no me agradaría llegar tan lejos... pa’ qué. A estas alturas, los que andamos por los senderos escriturales y metemos hondo la cabeza en los terrenos filosofales, un repaso de lo hecho y la suma de fracasos (asunto personal), ni siquiera pintamos una raya en el escenario de la vida... Mi vida fue normal: me casé, tuve hijos con dos mujeres; fui uno de tantos pendejos amorosos y con ellos está dicho todo: cielos nublados, soleados, días alegres, días tristes; amarguras y poca o nula felicidad, nada para escribir a casa…

Ignoro la vida de los demás, pero la mía no fue como para salir a la calle gritando eufóricamente: ¡Victoria! Siempre corto del billete conquistador, hice lo que pude para salir avante y subsistir con dignidad. Fui contable (mi carrera profesional), funcionario público, administrador de empresas privadas y públicas; experto en dirección de personal; escribidor maleta, Cronista de Mexicali... y cuando fui director de un semanario, hasta barrendero fui. Y ni modo, eso me tocó y a eso me atengo siempre porque con todo y eso, nunca se amargó mi vida. Cosas del espíritu…

Pero ya me retiro para no ponerlo triste a usted que me aprecia, ni feliz a quien me odia. Y les dejo un regalo del filósofo Rufo (que nada tiene que ver con el ex gobernador y mi paisano Ernesto Ruffo): “Las horas y su medida/ debes, hijo, conocer/ y echar en ellas de ver/ la brevedad de la vida...// Obra con paso y medida/ y cogerás, con decoro, / de las horas aquel oro/ que enriquece más la vida. // Y con tino se te acuerde/ de que el tiempo bien gastado, / aunque parezca pasado, / no se pasa ni se pierde. // Pásese y piérdese aquél/ que los hombres gastan mal, / y es desdicha sin igual/ que se pierdan ellos y él. // Feliz fin de semana, amigos de todas las edades.

jaimepardo1928@gmail.com

VIENTOS

Tal vez alguna vez se tropiece usted con Fenelón. Yo lo hice ayer que llegué a los 93 años de edad sin saber cómo, cuando me he enfrentado a la muerte muchas veces y sigo por acá con los achaques de la “vejentud”…

Don J. J. Sobrino Trejo, un viejo filósofo, empleado de nivel superior de la SCJN, gustaba de citar a Fenelón con frecuencia, de tal modo que se me grabó - trataré de citarlo correctamente - en mi mente esta reflexión: “Frecuentemente el tiempo es para nosotros como una carga; no sabemos en qué emplearlo y vivimos como fastidiados con el. Día llegará en que un cuarto de hora nos parecerá más estimable y deseable que todos los bienes del Universo”.

En mi familia paterna la senectud no fue una presencia estimulante: mi padre falleció a un mes de haber cumplido 49 años de edad y su padre no aterrizó a los 65. Y entre las mujeres, solo su hermana Ángela (mi adorable tía) murió cuando yo vigilaba sus estertores y fue la más anciana que apenas se acercó a los 70.

Por el lado materno la cosa fue distinta, pero no generalizada: mi bisabuelo don “Chole”, Soledad Verdugo, abuelo de mi madre, falleció a los 128 años de edad... y se los puedo comprobar. Por supuesto que a mí no me agradaría llegar tan lejos... pa’ qué. A estas alturas, los que andamos por los senderos escriturales y metemos hondo la cabeza en los terrenos filosofales, un repaso de lo hecho y la suma de fracasos (asunto personal), ni siquiera pintamos una raya en el escenario de la vida... Mi vida fue normal: me casé, tuve hijos con dos mujeres; fui uno de tantos pendejos amorosos y con ellos está dicho todo: cielos nublados, soleados, días alegres, días tristes; amarguras y poca o nula felicidad, nada para escribir a casa…

Ignoro la vida de los demás, pero la mía no fue como para salir a la calle gritando eufóricamente: ¡Victoria! Siempre corto del billete conquistador, hice lo que pude para salir avante y subsistir con dignidad. Fui contable (mi carrera profesional), funcionario público, administrador de empresas privadas y públicas; experto en dirección de personal; escribidor maleta, Cronista de Mexicali... y cuando fui director de un semanario, hasta barrendero fui. Y ni modo, eso me tocó y a eso me atengo siempre porque con todo y eso, nunca se amargó mi vida. Cosas del espíritu…

Pero ya me retiro para no ponerlo triste a usted que me aprecia, ni feliz a quien me odia. Y les dejo un regalo del filósofo Rufo (que nada tiene que ver con el ex gobernador y mi paisano Ernesto Ruffo): “Las horas y su medida/ debes, hijo, conocer/ y echar en ellas de ver/ la brevedad de la vida...// Obra con paso y medida/ y cogerás, con decoro, / de las horas aquel oro/ que enriquece más la vida. // Y con tino se te acuerde/ de que el tiempo bien gastado, / aunque parezca pasado, / no se pasa ni se pierde. // Pásese y piérdese aquél/ que los hombres gastan mal, / y es desdicha sin igual/ que se pierdan ellos y él. // Feliz fin de semana, amigos de todas las edades.

jaimepardo1928@gmail.com