/ sábado 19 de marzo de 2022

Un lugar llamado el cielo

PENSARES

Un hombre, su caballo y su perro caminaban por una calle. Después de mucho andar, el hombre se dio cuenta que tanto él como su caballo y su perro habían muerto en un accidente. A veces los muertos toman tiempo para comprender su nueva condición.

La caminata era muy larga montaña arriba, el sol era fuerte y ellos estaban cansados, sudados y tenían mucha sed; necesitaban desesperadamente agua. En una curva del camino vieron una puerta toda de mármol que conducía a una plaza con pisos de oro. En el centro de la cual había una fuente de la que emanaba agua cristalina.

Imagen ilustrativa | Freepik

El caminante se dirigió al guardián que dentro de una ornamentada casilla vigilaba la entrada.

-Buenos días -le dijo-.

-Buenos días -respondió el guardián-.

-¿Qué lugar es éste tan bonito? -preguntó el hombre-.

-Este es el cielo -fue la respuesta-.

-Qué bueno que llegamos al cielo, estamos con mucha sed, pues el señor puede entrar y beber agua a voluntad -contestó el guardián indicándole la fuente-.

-Mi caballo y mi perro también están sedientos -comentó el hombre-.

-Lo lamento mucho -dijo el guardián-, pero aquí no se permite la entrada a los animales.

-Pero ellos me han acompañado siempre -dijo el hombre-.

El guardián se limitó a menear la cabeza negativamente. El hombre quedó muy desilusionado porque su sed era grande, pero decidió no beber si sus amigos no podrían hacerlo, así que prosiguió su camino.

Después de mucho caminar montaña arriba con sed y cansancio multiplicados, llegaron a un sitio cuya entrada estaba marcada por una vieja puerta entreabierta. La puerta se abría hacia un amplio camino de tierra con verdes árboles a ambos lados que brindaban buen cobijo del sol. A la sombra de uno de ellos había un anciano de blanca barba, parecía adormilado, con la cabeza cubierta por un sombrero. El caminante se aproximó:

-Buenos días -le dijo-

-Buenos días -respondió el anciano-.

-Estamos con mucha sed mi caballo, mi perro y yo. ¿Hay algún lugar donde podamos encontrar agua?

-Detrás de esos matorrales hay un manantial -contestó el anciano-. Pueden beber a voluntad.

El hombre, el caballo y el perro fueron hasta el manantial y finalmente pudieron calmar su sed y refrescarse. Al volver hasta donde estaba el anciano, el hombre le agradeció: Pueden volver cuando quieran, fue la respuesta.

A propósito -dijo el caminante-: ¿Cuál es el nombre de este lugar?

-Están en el cielo -contestó el anciano con una sonrisa-.

-Pero no es posible -contestó el hombre-. El guardián que estaba al pie de la montaña junto al gran portón de mármol nos dijo que el cielo era aquel.

-No, aquello no es el cielo, es el infierno.

El caminante quedó perplejo:

-Pero entonces esa es una información falsa y puede causar grandes confusiones.

-De ninguna manera -respondió el anciano-. La verdad es que ellos nos hacen un gran favor porque allá se quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.


*COLUMNA POSTMORTEM


PENSARES

Un hombre, su caballo y su perro caminaban por una calle. Después de mucho andar, el hombre se dio cuenta que tanto él como su caballo y su perro habían muerto en un accidente. A veces los muertos toman tiempo para comprender su nueva condición.

La caminata era muy larga montaña arriba, el sol era fuerte y ellos estaban cansados, sudados y tenían mucha sed; necesitaban desesperadamente agua. En una curva del camino vieron una puerta toda de mármol que conducía a una plaza con pisos de oro. En el centro de la cual había una fuente de la que emanaba agua cristalina.

Imagen ilustrativa | Freepik

El caminante se dirigió al guardián que dentro de una ornamentada casilla vigilaba la entrada.

-Buenos días -le dijo-.

-Buenos días -respondió el guardián-.

-¿Qué lugar es éste tan bonito? -preguntó el hombre-.

-Este es el cielo -fue la respuesta-.

-Qué bueno que llegamos al cielo, estamos con mucha sed, pues el señor puede entrar y beber agua a voluntad -contestó el guardián indicándole la fuente-.

-Mi caballo y mi perro también están sedientos -comentó el hombre-.

-Lo lamento mucho -dijo el guardián-, pero aquí no se permite la entrada a los animales.

-Pero ellos me han acompañado siempre -dijo el hombre-.

El guardián se limitó a menear la cabeza negativamente. El hombre quedó muy desilusionado porque su sed era grande, pero decidió no beber si sus amigos no podrían hacerlo, así que prosiguió su camino.

Después de mucho caminar montaña arriba con sed y cansancio multiplicados, llegaron a un sitio cuya entrada estaba marcada por una vieja puerta entreabierta. La puerta se abría hacia un amplio camino de tierra con verdes árboles a ambos lados que brindaban buen cobijo del sol. A la sombra de uno de ellos había un anciano de blanca barba, parecía adormilado, con la cabeza cubierta por un sombrero. El caminante se aproximó:

-Buenos días -le dijo-

-Buenos días -respondió el anciano-.

-Estamos con mucha sed mi caballo, mi perro y yo. ¿Hay algún lugar donde podamos encontrar agua?

-Detrás de esos matorrales hay un manantial -contestó el anciano-. Pueden beber a voluntad.

El hombre, el caballo y el perro fueron hasta el manantial y finalmente pudieron calmar su sed y refrescarse. Al volver hasta donde estaba el anciano, el hombre le agradeció: Pueden volver cuando quieran, fue la respuesta.

A propósito -dijo el caminante-: ¿Cuál es el nombre de este lugar?

-Están en el cielo -contestó el anciano con una sonrisa-.

-Pero no es posible -contestó el hombre-. El guardián que estaba al pie de la montaña junto al gran portón de mármol nos dijo que el cielo era aquel.

-No, aquello no es el cielo, es el infierno.

El caminante quedó perplejo:

-Pero entonces esa es una información falsa y puede causar grandes confusiones.

-De ninguna manera -respondió el anciano-. La verdad es que ellos nos hacen un gran favor porque allá se quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.


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