/ domingo 23 de febrero de 2020

Una sociedad enferma

Cuchillito de Palo


La mayoría de los delitos cometidos contra mujeres y niños se dan en la propia casa. El maltrato a la mujer y a los pequeños rebasa incluso al calificativo de cruel y se encuadra en el salvajismo puro. ¿Cuándo fue que nos transformamos? O peor aún, ¿siempre fuimos tierra de bestias?

Los feminicidios siguen al alza y apenas alguno conmueve a la sociedad, cuando otro lo cubre con peor saña. Abril murió de dos tiros que le asestaron desde una motocicleta. Su vida había sido un infierno a manos de un cónyuge golpeador. Sus homicidas, libres como el viento. Le siguió Ingrid, apuñalada, desollada y descuartizada por el marido. Al energúmeno, como quien dice, lo pescaron in fraganti. Sigue la tragedia de una chiquita de 7 años, Fátima, quien sale de la escuela de la mano de una mujer y la conduce al infierno de la tortura, la violación y la estrangulación. El presunto culpable: Otro de estos individuos para los que el peor de los términos se queda corto.

En Puebla asesinan y degüellan a una jovencita de 14 años dentro de las cuatro paredes en las que vivía. Una madre –si así pudiera llamársele- en Coahuila tira a su bebé de 5 meses en un lote baldío y denuncia una falsa desaparición al morir la niña por broncoaspiración, resultado de la falta de cuidados de una bronquitis.

Es diario, sucede en toda la República, pone los pelos de punta del más insensible y al pasar la hoja del calendario, se olvida. ¿Cuántos días más el tema de estos crímenes ocupará espacios?

La violencia devora cualquier vestigio de humanidad. Se pierde todo límite y el horror escala a niveles inconcebibles. Nos hemos acostumbrado a imágenes que agravian a extremos de considerarlas parte del panorama sombrío en el que habitamos. La incompetencia de las autoridades y de un Poder Judicial incapaz de sancionar a los culpables, facilitan la multiplicación de delitos. El hilo se rompe por lo más delgado y no es de extrañar el incremento en los ataques a los sectores más vulnerables: Mujeres y niños, sobre todo niñas.

Deplorable la incapacidad y falta de compromiso del régimen en turno para implementar una estrategia efectiva. El culpar al pasado confirma su incompetencia y su escasa voluntad para hacer efectivo el compromiso de campaña de AMLO.

Para este gobierno la mujer parece ciudadano de segunda y los niños, inexistentes. Niega el incremento de la violencia y la inseguridad, ajeno a su contribución a esta barbarie.

El lenguaje político de odio acaba incrustándose en una sociedad desigual, injusta, resentida y, sobre todo, ignorante. Sin educación es imposible sacar adelante a un pueblo y llevamos décadas en las que se omite el renglón prioritario. El hambre no es aliciente para delinquir; lo es la falta de educación. Una carencia que conlleva sumarse a los vicios, a falta de oportunidades.

Como ciudadanos tendríamos que repensar en la recuperación de valores, en modelos de convivencia pacífica y lo que nos toca por corrupción, por deshonestidad y pérdida de sensibilidad. También en la obligación de exigirles a las autoridades que cumplan con su compromiso ineludible de darnos seguridad.

Cuchillito de Palo


La mayoría de los delitos cometidos contra mujeres y niños se dan en la propia casa. El maltrato a la mujer y a los pequeños rebasa incluso al calificativo de cruel y se encuadra en el salvajismo puro. ¿Cuándo fue que nos transformamos? O peor aún, ¿siempre fuimos tierra de bestias?

Los feminicidios siguen al alza y apenas alguno conmueve a la sociedad, cuando otro lo cubre con peor saña. Abril murió de dos tiros que le asestaron desde una motocicleta. Su vida había sido un infierno a manos de un cónyuge golpeador. Sus homicidas, libres como el viento. Le siguió Ingrid, apuñalada, desollada y descuartizada por el marido. Al energúmeno, como quien dice, lo pescaron in fraganti. Sigue la tragedia de una chiquita de 7 años, Fátima, quien sale de la escuela de la mano de una mujer y la conduce al infierno de la tortura, la violación y la estrangulación. El presunto culpable: Otro de estos individuos para los que el peor de los términos se queda corto.

En Puebla asesinan y degüellan a una jovencita de 14 años dentro de las cuatro paredes en las que vivía. Una madre –si así pudiera llamársele- en Coahuila tira a su bebé de 5 meses en un lote baldío y denuncia una falsa desaparición al morir la niña por broncoaspiración, resultado de la falta de cuidados de una bronquitis.

Es diario, sucede en toda la República, pone los pelos de punta del más insensible y al pasar la hoja del calendario, se olvida. ¿Cuántos días más el tema de estos crímenes ocupará espacios?

La violencia devora cualquier vestigio de humanidad. Se pierde todo límite y el horror escala a niveles inconcebibles. Nos hemos acostumbrado a imágenes que agravian a extremos de considerarlas parte del panorama sombrío en el que habitamos. La incompetencia de las autoridades y de un Poder Judicial incapaz de sancionar a los culpables, facilitan la multiplicación de delitos. El hilo se rompe por lo más delgado y no es de extrañar el incremento en los ataques a los sectores más vulnerables: Mujeres y niños, sobre todo niñas.

Deplorable la incapacidad y falta de compromiso del régimen en turno para implementar una estrategia efectiva. El culpar al pasado confirma su incompetencia y su escasa voluntad para hacer efectivo el compromiso de campaña de AMLO.

Para este gobierno la mujer parece ciudadano de segunda y los niños, inexistentes. Niega el incremento de la violencia y la inseguridad, ajeno a su contribución a esta barbarie.

El lenguaje político de odio acaba incrustándose en una sociedad desigual, injusta, resentida y, sobre todo, ignorante. Sin educación es imposible sacar adelante a un pueblo y llevamos décadas en las que se omite el renglón prioritario. El hambre no es aliciente para delinquir; lo es la falta de educación. Una carencia que conlleva sumarse a los vicios, a falta de oportunidades.

Como ciudadanos tendríamos que repensar en la recuperación de valores, en modelos de convivencia pacífica y lo que nos toca por corrupción, por deshonestidad y pérdida de sensibilidad. También en la obligación de exigirles a las autoridades que cumplan con su compromiso ineludible de darnos seguridad.

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