/ martes 19 de febrero de 2019

Valiendo…

El Muro


No puedo citar la palabra porque es una grosería, pero sí puedo referir que su origen es el latín que significa vara. No puedo citarla porque es tabú hablar de algunas partes de nuestro cuerpo, pero sí puedo decir que tiene su equivalente en el portugués usado en Brasil: Porra.

Porra es un artefacto en forma cilíndrica -como un puerro, vegetal que dio pie a la palabra- usado para golpear, que en algunos sitios se le conoce como cachiporra o macana. Lo que no queda muy claro es por qué en nuestro país se le nombra porra al grupo de animadores de un equipo deportivo (“árbitro, la porra te saluda…”) o al grito de apoyo cantado al unísono. Lo que sí tiene cierto sentido es nombrar porro al estudiante universitario que traiciona a su grupo poniéndose al servicio del poder.

Sí puedo decir que la virgulilla, hija directa de la innombrable, es el signo ortográfico, conocido popularmente como el palito de la eñe (~) o el del apóstrofo (‘), la tilde del acento (´), la cedilla o el rasguillo que los catalanes usan debajo de la “ce” para convertirla en sonido de “ese” (ç) como en Barça, el equipo de futbol -que suena Barsa- abreviatura de Barcelona.

Sí puedo decir que muchos aficionados de las “Chivas” odian a su propietario Jorge Vergara por sus erráticas decisiones, tanto como para querer mandarlo lejos.

La cosa es que proferir improperios, más allá de ser considerado de mal gusto, digno de personas corrientes sin refinación cultural, por sorpresivo que suene tiene -entre otras bondades- un valor terapéutico. El enojo y la frustración se manejan mejor si se les dice unas cuántas groserías a quien causó el desconcierto, algo que puede comprobar cualquier usuario de Twitter, red social que ha terminado por convertirse en una cibernética arena de pleitos, sobre todo por cuestiones políticas.

El reporte de investigación “Swearing: A Biopsychosocial Perspective” concluye que insultar con groserías es útil como alivio para el estrés, es un inhibidor de las agresiones e incluso atenúa el dolor, algo también demostrado en uno de los múltiples estudios sobre “malas palabras”, en el que varias personas metieron su mano en un balde con agua muy fría con el fin de medir la resistencia: Aquellas a las que les fue permitido gritar groserías, soportaron más tiempo que el resto. Es algo parecido como cuando uno se pega en el dedo chiquito del pie con la esquina de la cama.

Los políticos de pura cepa, los del colmillo largo y retorcido, han entendido muy bien que lo importante es estar presente en la mente del ciudadano. Que permiten los insultos del pueblo porque son un distractor que les facilita seguir operando como si nada hubiera pasado. Pero ojo con el enojo, porque el político no sufre cuando lo insultan, puede soportar que digan que su gobierno vale pura vara, pero lo que no aguanta es que exhiban -con pruebas- sus excesos.

El Muro


No puedo citar la palabra porque es una grosería, pero sí puedo referir que su origen es el latín que significa vara. No puedo citarla porque es tabú hablar de algunas partes de nuestro cuerpo, pero sí puedo decir que tiene su equivalente en el portugués usado en Brasil: Porra.

Porra es un artefacto en forma cilíndrica -como un puerro, vegetal que dio pie a la palabra- usado para golpear, que en algunos sitios se le conoce como cachiporra o macana. Lo que no queda muy claro es por qué en nuestro país se le nombra porra al grupo de animadores de un equipo deportivo (“árbitro, la porra te saluda…”) o al grito de apoyo cantado al unísono. Lo que sí tiene cierto sentido es nombrar porro al estudiante universitario que traiciona a su grupo poniéndose al servicio del poder.

Sí puedo decir que la virgulilla, hija directa de la innombrable, es el signo ortográfico, conocido popularmente como el palito de la eñe (~) o el del apóstrofo (‘), la tilde del acento (´), la cedilla o el rasguillo que los catalanes usan debajo de la “ce” para convertirla en sonido de “ese” (ç) como en Barça, el equipo de futbol -que suena Barsa- abreviatura de Barcelona.

Sí puedo decir que muchos aficionados de las “Chivas” odian a su propietario Jorge Vergara por sus erráticas decisiones, tanto como para querer mandarlo lejos.

La cosa es que proferir improperios, más allá de ser considerado de mal gusto, digno de personas corrientes sin refinación cultural, por sorpresivo que suene tiene -entre otras bondades- un valor terapéutico. El enojo y la frustración se manejan mejor si se les dice unas cuántas groserías a quien causó el desconcierto, algo que puede comprobar cualquier usuario de Twitter, red social que ha terminado por convertirse en una cibernética arena de pleitos, sobre todo por cuestiones políticas.

El reporte de investigación “Swearing: A Biopsychosocial Perspective” concluye que insultar con groserías es útil como alivio para el estrés, es un inhibidor de las agresiones e incluso atenúa el dolor, algo también demostrado en uno de los múltiples estudios sobre “malas palabras”, en el que varias personas metieron su mano en un balde con agua muy fría con el fin de medir la resistencia: Aquellas a las que les fue permitido gritar groserías, soportaron más tiempo que el resto. Es algo parecido como cuando uno se pega en el dedo chiquito del pie con la esquina de la cama.

Los políticos de pura cepa, los del colmillo largo y retorcido, han entendido muy bien que lo importante es estar presente en la mente del ciudadano. Que permiten los insultos del pueblo porque son un distractor que les facilita seguir operando como si nada hubiera pasado. Pero ojo con el enojo, porque el político no sufre cuando lo insultan, puede soportar que digan que su gobierno vale pura vara, pero lo que no aguanta es que exhiban -con pruebas- sus excesos.