Las canchas lucen tristes y abandonadas. En algunas el pasto ha crecido, en otras el silencio devora el tiempo.
Los campos de tierra para el futbolito, canchas para basquetbol o parques para beisbol infantil están abandonados y apenas un ligero viento atraviesa los escenarios favoritos de miles de niños y niñas que ahora suspiran por regresar a practicar su juego favorito.
Mexicali como miles de ciudades en el mundo ha detenido su marcha para dar paso al regreso a casa, lejos del aire a veces contaminado, a veces caliente o frío o incluso de nubes de polvo que envuelven a los pequeños que corren detrás de una pelota en cualquier lote o parque.
LA VOZ DE LA FRONTERA hizo un recorrido el pasado martes por varias de las unidades deportivas, que en otro momento estarían llenas de niños tratando de anotar un gol de chilena o pegar el hit productor de la carrera del triunfo.
Una tras otra, todas muestran su soledad, con sus puertas cerradas, esperando el regreso de las risas, gritos y aplausos de sus habituales usuarios.
Independencia, la Unidad de la UABC, que lleva el nombre del exrector Rubén Castro Bojórquez, Nacozari, Industrial, campo Necaxa, el sitio más popular para los futbolistas, -nuestro Azteca- han dicho algunos, el parque “Zurdo Flores”, exclusivo para el softbol, que curiosamente lleva el nombre de un exboxeador, el histórico parque de beisbol “Ángel Macías”, el campo para futbol “Anexo”, con uno de los nombres más extraños y el recorrido termina en la Unidad Pueblo Nuevo.
Precisamente, las añejas canchas de la Pueblo Nuevo son visitadas apenas por dos niños que patean su pelota en la cancha de futbol rápido, tratando de recordar cuándo fue la última vez que se reunieron con todos sus amigos para jugar el partidito.
Un adulto, despreocupado, se encuentra dormido y solitario en una de las dos pequeñas gradas de metal, disfruta de la agradable temperatura y de la tarde nublada, olvidándose del mundo y su crisis.
En la grada contigua, dos mujeres platican dejando pasar el tiempo, momento de reencuentro y de olvidarse de la pandemia.
Sus últimos visitantes -tal vez ocasionales-, son una pareja de adolescentes que aprovechan la soledad para sentarse en una banca y hacer lo que muchos no hacen, platicar frente a frente.
La unidad de la “bomba” de agua, como también se le conoce, muestra su hospitalidad y junto a la Unidad Nacozari son las únicas con el acceso libre.
En la enorme unidad Nacozari, cuatro personas invaden el campo de beisbol para patear una pelota, dos mujeres, un pequeño que apenas pasa los 3 años y un joven delgado que trata de dominar una pelota de futbol, son dueños de su tiempo y de la unidad.
Los cuatro pertenecen a la comunidad china, otro fugaz visitante, sentado en las gradas, sin ningún quehacer, asegura que los adultos trabajan en un restaurante de comida china a unos metros del parque de beisbol.
Corren, brincan, el niño va por la pelota y una mujer lo hace correr mostrándole la pelota que nunca alcanza, pero no le impide reír y hacer reír a su familia que tanto lo necesitan, como los chicos y chicas necesitan regresar a sus campos, el lugar de sus risas y gozos.