/ viernes 24 de agosto de 2018

Añoran bonanza del “oro blanco”

Roberto Vindiola Reyna recuerda que con sus manos, iniciaron los trabajos de labranza de la tierra

Como toda familia que migra del interior del país a esta parte de la República, en busca de un mejor porvenir, llegaron en 1947 Ricardo Vindiola Palma y Leonor Reyna a la colonia Carranza, lugar que desde su fundación en 1938 ha sido una de más importantes y que vio florecer la bonanza del llamado “oro blanco”.

Roberto Vindiola Reyna, el cuarto de once hijos de ese matrimonio, recordó que al llegar a estas tierras vírgenes, ellos con sus manos, sin maquinaria de por medio, iniciaron los trabajos de labranza de la tierra que les dio buenos tiempos llenos de abundancia en sus campos, como en sus finanzas.

“Era puro monte todo, ahí es donde abrimos la tierra, llena de cachanilla, de mezquite, chamizos, iniciamos con machetes, con palas, con lo que se podía, no había tractores, después vinieron las mulitas, los caballos; sembrábamos algodón, alfalfa, trigo”.

Poco a poco, esta familia se fue haciendo de un nombre dentro de los agricultores del valle de Mexicali, quienes por medio del antiguo Banco Agrícola se hacían de apoyos para el campo, que en aquel entonces y al tener como apoyo en sus cultivos el trabajo de animales ecuestres, “daba pastura, era el combustible de los caballos y a nosotros también nos daban pal´lonche”.

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Movidos por el espíritu de trabajo, los Vindiola Reyna empezaron a buscar créditos, que aunque difícil pero se conseguían, lo que los llevó con el paso del tiempo a adquirir maquinaria que les facilitara la siembra y la cosecha de sus cultivos, los cuales de ser unos de los más prominentes llegaron a ser devastados por la inundación suscitada alrededor de los sesenta.

“Las inundaciones duraron como 15 años en las que no pudimos hacer nada, la tierra se echó a perder que entre las de nosotros eran 118 hectáreas, mucha tierra, después de eso empezamos a trabajar con nuestros vecinos que tenían parcela, era andar en un tractorcito para preparar el terreno agrícola”.

Don Roberto, que en este tiempo además ha formado una familia junto a su esposa Rosario Fuentes, con la que procreó dos hijos varones, recuerda con añoranza esos tiempos, en los que se podía ver en los campos agrícolas la riqueza generada por el algodón y todo lo que la tierra buena generaba no solo para los residentes de éste y otros poblados del valle, sino para Mexicali y toda la región.




Como toda familia que migra del interior del país a esta parte de la República, en busca de un mejor porvenir, llegaron en 1947 Ricardo Vindiola Palma y Leonor Reyna a la colonia Carranza, lugar que desde su fundación en 1938 ha sido una de más importantes y que vio florecer la bonanza del llamado “oro blanco”.

Roberto Vindiola Reyna, el cuarto de once hijos de ese matrimonio, recordó que al llegar a estas tierras vírgenes, ellos con sus manos, sin maquinaria de por medio, iniciaron los trabajos de labranza de la tierra que les dio buenos tiempos llenos de abundancia en sus campos, como en sus finanzas.

“Era puro monte todo, ahí es donde abrimos la tierra, llena de cachanilla, de mezquite, chamizos, iniciamos con machetes, con palas, con lo que se podía, no había tractores, después vinieron las mulitas, los caballos; sembrábamos algodón, alfalfa, trigo”.

Poco a poco, esta familia se fue haciendo de un nombre dentro de los agricultores del valle de Mexicali, quienes por medio del antiguo Banco Agrícola se hacían de apoyos para el campo, que en aquel entonces y al tener como apoyo en sus cultivos el trabajo de animales ecuestres, “daba pastura, era el combustible de los caballos y a nosotros también nos daban pal´lonche”.

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“Las inundaciones duraron como 15 años en las que no pudimos hacer nada, la tierra se echó a perder que entre las de nosotros eran 118 hectáreas, mucha tierra, después de eso empezamos a trabajar con nuestros vecinos que tenían parcela, era andar en un tractorcito para preparar el terreno agrícola”.

Don Roberto, que en este tiempo además ha formado una familia junto a su esposa Rosario Fuentes, con la que procreó dos hijos varones, recuerda con añoranza esos tiempos, en los que se podía ver en los campos agrícolas la riqueza generada por el algodón y todo lo que la tierra buena generaba no solo para los residentes de éste y otros poblados del valle, sino para Mexicali y toda la región.




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