/ sábado 17 de noviembre de 2018

‘’Aquí van a respetar mis reglas’’: Altagracia

Todos son bienvenidos, pero tienen que seguir sus reglas, nada de alcohol ni mariguana y las puertas se cierran a las 9:00 de la noche.

La activista Altagracia Tamayo recibió en su refugio a cerca de 200 centroamericanos a quienes brinda techo, cobijo y alimento, pero sobre todo paz y tranquilidad, mientras reanudan su camino hacia Tijuana, pero esto, con reglas muy estrictas, y al que no le guste, la puerta está muy grande.

El antiguo motel de la Jalisco, ahora convertido en La Posada del Migrante, experimenta una frenética actividad, aprovechan los cálidos rayos del sol para escapar del frío invernal mexicalense.

En su patio interior hay jóvenes pateando un balón, otros lanzando la bola a la canasta, unos conversan y otros solo observan, mientras los niños pequeños, ajenos a la crisis migratoria que protagonizan, juegan y sonríen inocentemente ante la presencia de los extraños.

En una esquina, mujeres que escaparon a la violencia en Michoacán, se ofrecieron a preparar los alimentos, es una ardua labor pero que ellas hacen con gusto, mientras que otros se fuman un cigarro, otros toman Coca Cola y uno que otro llega comiendo una sopa instantánea.

De pronto, Altagracia llama a todos al patio, había llegado una inesperada pero agradable visita, eran las madres de la Congregación de Cristo Resucitado, viejas conocidas que acompañó a la caravana en su peregrinar desde Tapachula, Chiapas, y que habían vivido junto a ellos, todas las vicisitudes de la larga travesía.

Más tarde, la presión arterial le hizo una mala jugada a una mujer que de pronto se desvaneció, la colocaron en una mesa, le abanicaron para que tomara aire y se le dio de beber agua para que recuperara la conciencia, de inmediato se solicitó a un agente de la Dirección de Seguridad Pública Municipal (DSPM) que llamara a una ambulancia… esta nunca llegó, por lo que la joven migrante se recuperó a duras penas.



Los incidentes no pararon, Altagracia fue alertada de un hombre estaba filmando a los menores, a quien de inmediato invitó a abandonar el albergue, no estaba permitido hacer eso. Esta persona alegó ser un documentalista que filma sobre las migraciones humanas, pero su argumento no tuvo eco en la veterana activista, ya había visto muchas cosas como para creerle a la primera, a pesar de los ruegos de este, por poder sacar del lugar a una menor de edad y llevarla con ellos a lo largo de la filmación… “hasta me ofreció dinero”, expuso.

Se presentó como periodista, por eso lo dejaron pasar, yo no estaba en ese momento, dijo.



Altagracia les dice a los recién llegados, todos son bienvenidos, sin embargo tienen que seguir sus reglas, nada de alcohol ni mariguana, las puertas se cierran a las 9:00 de la noche, a quien no le guste, ahí está la puerta.

Una noche anterior, los migrantes se encontraban un poco tristes y alterados, lo que devino en un conato de bronca que de inmediato sofocó, el que no quiera estar aquí, que se vaya, el que se quede tiene que cooperar con las labores, dice con firmeza.

Espera más migrantes, le quieren enviar 100 más, pero solo tiene espacio para 50, si le envían más, sacará a los varones a dormir a la intemperie, “son hombres o quimeras”, le dice a un hondureño que le responde, “hombre”, no de muy buena gana y sin más remedio que aceptar la posibilidad de pasar fríos en esta tierra tan lejana de Centroamérica.


La activista Altagracia Tamayo recibió en su refugio a cerca de 200 centroamericanos a quienes brinda techo, cobijo y alimento, pero sobre todo paz y tranquilidad, mientras reanudan su camino hacia Tijuana, pero esto, con reglas muy estrictas, y al que no le guste, la puerta está muy grande.

El antiguo motel de la Jalisco, ahora convertido en La Posada del Migrante, experimenta una frenética actividad, aprovechan los cálidos rayos del sol para escapar del frío invernal mexicalense.

En su patio interior hay jóvenes pateando un balón, otros lanzando la bola a la canasta, unos conversan y otros solo observan, mientras los niños pequeños, ajenos a la crisis migratoria que protagonizan, juegan y sonríen inocentemente ante la presencia de los extraños.

En una esquina, mujeres que escaparon a la violencia en Michoacán, se ofrecieron a preparar los alimentos, es una ardua labor pero que ellas hacen con gusto, mientras que otros se fuman un cigarro, otros toman Coca Cola y uno que otro llega comiendo una sopa instantánea.

De pronto, Altagracia llama a todos al patio, había llegado una inesperada pero agradable visita, eran las madres de la Congregación de Cristo Resucitado, viejas conocidas que acompañó a la caravana en su peregrinar desde Tapachula, Chiapas, y que habían vivido junto a ellos, todas las vicisitudes de la larga travesía.

Más tarde, la presión arterial le hizo una mala jugada a una mujer que de pronto se desvaneció, la colocaron en una mesa, le abanicaron para que tomara aire y se le dio de beber agua para que recuperara la conciencia, de inmediato se solicitó a un agente de la Dirección de Seguridad Pública Municipal (DSPM) que llamara a una ambulancia… esta nunca llegó, por lo que la joven migrante se recuperó a duras penas.



Los incidentes no pararon, Altagracia fue alertada de un hombre estaba filmando a los menores, a quien de inmediato invitó a abandonar el albergue, no estaba permitido hacer eso. Esta persona alegó ser un documentalista que filma sobre las migraciones humanas, pero su argumento no tuvo eco en la veterana activista, ya había visto muchas cosas como para creerle a la primera, a pesar de los ruegos de este, por poder sacar del lugar a una menor de edad y llevarla con ellos a lo largo de la filmación… “hasta me ofreció dinero”, expuso.

Se presentó como periodista, por eso lo dejaron pasar, yo no estaba en ese momento, dijo.



Altagracia les dice a los recién llegados, todos son bienvenidos, sin embargo tienen que seguir sus reglas, nada de alcohol ni mariguana, las puertas se cierran a las 9:00 de la noche, a quien no le guste, ahí está la puerta.

Una noche anterior, los migrantes se encontraban un poco tristes y alterados, lo que devino en un conato de bronca que de inmediato sofocó, el que no quiera estar aquí, que se vaya, el que se quede tiene que cooperar con las labores, dice con firmeza.

Espera más migrantes, le quieren enviar 100 más, pero solo tiene espacio para 50, si le envían más, sacará a los varones a dormir a la intemperie, “son hombres o quimeras”, le dice a un hondureño que le responde, “hombre”, no de muy buena gana y sin más remedio que aceptar la posibilidad de pasar fríos en esta tierra tan lejana de Centroamérica.


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