/ viernes 20 de abril de 2018

De voceador a profesionista

Nunca se sintió explotado en su niñez porque disfrutaba lo que hacía

Debido a la precaria condición económica que prevalecía en su casa, Luis Alonso, “Alonsito”, a sus 8 años ingresó a las actividades productivas para apoyar a su madre Antonia Díaz en el sustento de él y sus seis hermanos. Para ello empezó en el “comercio”, consiguió para comprarse una caja de chicles e inició la venta, pero el chamaco salió goloso, masticaba las ganancias. Fue así que le surgió una idea: Vender periódicos y para lograr esto se asesoró con otros niños de la cuadra que le dijeron que Doña María era la que les daba “chamba”.

Se puso listo, logró el contacto y a las 4:30 de la madrugada tomó el camión que lo llevó a la casa de la mujer que era la distribuidora de LA VOZ DE LA FRONTERA. Decenas de chiquillos se arremolinaban para ser los primeros en recoger los ejemplares que debían de compaginar y salir a la venta. No fue fácil, pero el pequeño Alonso -que tenía necesidad- logró abrirse paso hasta que le tocó un punto fijo de venta, en la esquina de Reforma y Justo Sierra, donde estaba el Bol Stic. Güerito, simpático y chiquillo, rápidamente se hizo de sus clientes y lo más importante: Hizo amigos que todos los días en sus autos o a pie iban por su periódico.

El punto era bueno, ya que era ruta para ir al Palacio de Gobierno, en la avenida Obregón y calle Julián Carrillo, por eso le tocaba ver al gobernador Milton Castellanos en su enorme carro blanco y otros funcionarios de Gobierno de aquel entonces. Alonso no puede evitar sentir nostalgia de sus años como voceador. Para él fue una experiencia única, ya que no solo era vender periódico, sino que también agarró el hábito de leerlos; no solo estaba enterado de su acontecer, también identificaba a personajes de todos los ámbitos y a varios le tocó conocer.

A su mente regresaron aquellas mañanas frías, unas lluviosas o con tolvaneras, no había pretexto, ya que si se dormía otro lo suplía y se podía quedar con su esquina y sus clientes ganados a pulso.

Recompensas

Pero había recompensas, como las riquísimas tortas de frijoles refritos con bolonia hechas por las manos amorosas de su madre, a las que ni chanza de enfriar les daba. “Una mañana durante mi acostumbrada lectura, desde un auto que esperaba el cambio de luz del semáforo me habló una persona para preguntarme si estudiaba, a cuánto ascendían mis ganancias, qué edad tenía; al principio sí desconfié, pero era un cliente y le contesté”. Hay que hacer notar que Alonso era un niño desarrapado no por gusto propio; sus zapatos y pantalones eran una desgracia, por lo que aquel hombre le dijo “vamos, súbete, te voy a comprar zapatos y ropa”.

Y sí, efectivamente lo llevó a una zapatería del centro de la ciudad donde compró dos pares, luego se pasó a la tienda de ropa que estaba junto y pagó dos uniformes completos de su escuela, la primaria “Nicolás Bravo” de la colonia Independencia. Luego cayó en cuenta que ese señor salía en los periódicos que vendía. Era Salvador Hirales Barrera, jefe de la Policía Judicial del Estado. Ese día llegó emocionado a casa y le contó a su madre: “El jefe de la Judicial es mi amigo”. Siempre que pasaba le compraba el periódico con su respectiva propina; incluso llegó a tanto su amistad que lo llevó a comer a su casa junto con su familia. Dicha amistad se prolongó hasta el último de los días de “Don Chava”.

Lo disfrutaba

La venta de periódico y las propinas le dejaba para ayudar a su amada madre y costear sus gastos escolares. Fue una experiencia única, narra Alonso Díaz, quien afirma que nunca se sintió explotado en su niñez porque disfrutaba lo que hacía. “Recuerdo las ediciones de LA VOZ que en la primera plana le ponían un cupón para comprar huevos en especial en la Fed Mart de Calexico, ya que eso significaba incrementar sustancialmente las ventas de periódico, pues algunas personas nos compraban hasta 20 ejemplares, recortaban el cupón y nos regresaban todo el periódico y pues a venderlo de nuevo, ya sin el valioso cupón.

Posteriormente se fue diversificando y junto al periódico comenzó a vender dulces, galletas y otras chucherías que ofrecía a los automovilistas. Luego que se acababa la venta, agarraba y se iba a las oficinas de Recursos Hidráulicos, en el campamento de la avenida Reforma y calle L, donde le guardaban su cajón de bola y lustraba calzado; después le dio por lavar carros y hacer mandados. Eso sí, hasta las 11:00 de la mañana porque la escuela lo esperaba.

Sin infancia robada

Quizá para mucha gente ver a un niño trabajando le provoca un sentimiento de lástima o animadversión hacia los padres por considerar que se les roba la infancia, reflexiona Alonso Díaz, pero no lo considera así. Hoy, a la distancia, se pregunta si habrá casualidades o realmente tenemos un destino asignado, ya que a los 20 años entró a laborar en LA VOZ DE LA FRONTERA e inició el aprendizaje en el bello oficio del periodismo, primero en el área de producción; después recibió la oportunidad de ser reportero gráfico, luego le fue dando a la reporteada.

Los años pasaron y llegó a ser columnista del mismo diario que decenas de años antes vendió. La vida lo llevó a ser licenciado en Periodismo y con ello a encontrar otras ofertas de trabajo, pero a final de cuentas agradece la oportunidad que tuvo de haber conocido a periodistas de diferentes épocas.

Nunca ha dejado de aprender de sus colegas, entre los que ha hecho buenos amigos, pero sin olvidar que todo inició desde su labor como voceador de LA VOZ.

Debido a la precaria condición económica que prevalecía en su casa, Luis Alonso, “Alonsito”, a sus 8 años ingresó a las actividades productivas para apoyar a su madre Antonia Díaz en el sustento de él y sus seis hermanos. Para ello empezó en el “comercio”, consiguió para comprarse una caja de chicles e inició la venta, pero el chamaco salió goloso, masticaba las ganancias. Fue así que le surgió una idea: Vender periódicos y para lograr esto se asesoró con otros niños de la cuadra que le dijeron que Doña María era la que les daba “chamba”.

Se puso listo, logró el contacto y a las 4:30 de la madrugada tomó el camión que lo llevó a la casa de la mujer que era la distribuidora de LA VOZ DE LA FRONTERA. Decenas de chiquillos se arremolinaban para ser los primeros en recoger los ejemplares que debían de compaginar y salir a la venta. No fue fácil, pero el pequeño Alonso -que tenía necesidad- logró abrirse paso hasta que le tocó un punto fijo de venta, en la esquina de Reforma y Justo Sierra, donde estaba el Bol Stic. Güerito, simpático y chiquillo, rápidamente se hizo de sus clientes y lo más importante: Hizo amigos que todos los días en sus autos o a pie iban por su periódico.

El punto era bueno, ya que era ruta para ir al Palacio de Gobierno, en la avenida Obregón y calle Julián Carrillo, por eso le tocaba ver al gobernador Milton Castellanos en su enorme carro blanco y otros funcionarios de Gobierno de aquel entonces. Alonso no puede evitar sentir nostalgia de sus años como voceador. Para él fue una experiencia única, ya que no solo era vender periódico, sino que también agarró el hábito de leerlos; no solo estaba enterado de su acontecer, también identificaba a personajes de todos los ámbitos y a varios le tocó conocer.

A su mente regresaron aquellas mañanas frías, unas lluviosas o con tolvaneras, no había pretexto, ya que si se dormía otro lo suplía y se podía quedar con su esquina y sus clientes ganados a pulso.

Recompensas

Pero había recompensas, como las riquísimas tortas de frijoles refritos con bolonia hechas por las manos amorosas de su madre, a las que ni chanza de enfriar les daba. “Una mañana durante mi acostumbrada lectura, desde un auto que esperaba el cambio de luz del semáforo me habló una persona para preguntarme si estudiaba, a cuánto ascendían mis ganancias, qué edad tenía; al principio sí desconfié, pero era un cliente y le contesté”. Hay que hacer notar que Alonso era un niño desarrapado no por gusto propio; sus zapatos y pantalones eran una desgracia, por lo que aquel hombre le dijo “vamos, súbete, te voy a comprar zapatos y ropa”.

Y sí, efectivamente lo llevó a una zapatería del centro de la ciudad donde compró dos pares, luego se pasó a la tienda de ropa que estaba junto y pagó dos uniformes completos de su escuela, la primaria “Nicolás Bravo” de la colonia Independencia. Luego cayó en cuenta que ese señor salía en los periódicos que vendía. Era Salvador Hirales Barrera, jefe de la Policía Judicial del Estado. Ese día llegó emocionado a casa y le contó a su madre: “El jefe de la Judicial es mi amigo”. Siempre que pasaba le compraba el periódico con su respectiva propina; incluso llegó a tanto su amistad que lo llevó a comer a su casa junto con su familia. Dicha amistad se prolongó hasta el último de los días de “Don Chava”.

Lo disfrutaba

La venta de periódico y las propinas le dejaba para ayudar a su amada madre y costear sus gastos escolares. Fue una experiencia única, narra Alonso Díaz, quien afirma que nunca se sintió explotado en su niñez porque disfrutaba lo que hacía. “Recuerdo las ediciones de LA VOZ que en la primera plana le ponían un cupón para comprar huevos en especial en la Fed Mart de Calexico, ya que eso significaba incrementar sustancialmente las ventas de periódico, pues algunas personas nos compraban hasta 20 ejemplares, recortaban el cupón y nos regresaban todo el periódico y pues a venderlo de nuevo, ya sin el valioso cupón.

Posteriormente se fue diversificando y junto al periódico comenzó a vender dulces, galletas y otras chucherías que ofrecía a los automovilistas. Luego que se acababa la venta, agarraba y se iba a las oficinas de Recursos Hidráulicos, en el campamento de la avenida Reforma y calle L, donde le guardaban su cajón de bola y lustraba calzado; después le dio por lavar carros y hacer mandados. Eso sí, hasta las 11:00 de la mañana porque la escuela lo esperaba.

Sin infancia robada

Quizá para mucha gente ver a un niño trabajando le provoca un sentimiento de lástima o animadversión hacia los padres por considerar que se les roba la infancia, reflexiona Alonso Díaz, pero no lo considera así. Hoy, a la distancia, se pregunta si habrá casualidades o realmente tenemos un destino asignado, ya que a los 20 años entró a laborar en LA VOZ DE LA FRONTERA e inició el aprendizaje en el bello oficio del periodismo, primero en el área de producción; después recibió la oportunidad de ser reportero gráfico, luego le fue dando a la reporteada.

Los años pasaron y llegó a ser columnista del mismo diario que decenas de años antes vendió. La vida lo llevó a ser licenciado en Periodismo y con ello a encontrar otras ofertas de trabajo, pero a final de cuentas agradece la oportunidad que tuvo de haber conocido a periodistas de diferentes épocas.

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