/ viernes 4 de diciembre de 2020

"Hice todo lo posible por cuidarme, pero por gente irresponsable me contagié": Isa

Ella no es una cifra, no es el caso 108 mil 174 en México, es Isa, Chabela para sus amigas, la hermana de Ana y la hija, la tía y la sobrina

En la cama del hospital, envuelta en una bata blanca, con su cabello ondulado surcando su cabeza, Isa dice frases cortas. Su hablar es pausado, está sofocada. Jala aire como si llevara media maratón a cuestas. Son pocas sus fuerzas y contiene el llanto.

Apenas lleva poco más de 24 horas de regreso al hospital en donde estuvo durante mes y medio, 25 de esos días intubada tras llegar inconsciente como consecuencia del contagio de Covid-19.

Sus ojos reflejan su tristeza. Los cierra al hablar del horror de esos días en los que estuvo atrapada en su cuerpo. De 13 pacientes que estuvieron con ella, intubados al mismo tiempo, sólo ella sobrevivió. Piensa recuperarse, acabar con las secuelas que dejó en su cuerpo el virus que llegó desde China a nuestro país. Quiere salir adelante en su rehabilitación, retomar su vida normal.

Un día después de la plática con El Sol de México en ese rincón del Hospital General Nicolás San Juan, en Toluca, Estado de México, llega un mensaje al teléfono: Isa acaba de morir.

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Ella no es una cifra, no es el caso 108 mil 863 de fallecimientos en México, es Isa, Chabela para sus amigas, es hermana, hija, tía… Isa hizo la carrera técnica de paramédico. No trabajaba en ello, no ejerció, pero sus vecinos, familiares y conocidos sabían que hacía curaciones, aplicaba inyecciones o ponía sueros.

Ella contó a su familia sus sospechas: Se contagió cuando atendió a un vecino, un señor de edad avanzada, quien no portaba cubrebocas y tenía una tos constante. A los pocos días Isa inició con los primeros síntomas.

Al llegar el décimo día, guardando la sana distancia, aislada en su casa donde vivía sola y con los síntomas a cuestas, empezó a sentir algo de fiebre y dolor de cabeza intenso. No recuerda cómo ocurrió. Su hermana, le contó tiempo después que la encontró inconsciente y la llevó de inmediato al hospital.

El diagnóstico médico fue que tenía 30 por ciento de oxigenación y su pronóstico era de una muerte inminente: “no le queda un día más de vida. No pasa de esta noche”, dijeron los médicos a su hermana.

Foto Roberto Hernández | El Sol de México

Transcurrieron los días y poco a poco los médicos retiraron los sedantes, pero no los tubos que le ayudaban a respirar. “Es un proceso horrible (toma aire y cierra los ojos) saber que tienes un tubo en la garganta para respirar, sin saber si la vas a librar o no. Escuchar las alarmas de las bombas. Ver a otros pacientes morir. Saber que de 13 (pacientes) que entraron tú eres la única que viviste”.

Isa contiene el llanto, calla sus lágrimas al jalar el aire del ambiente, mientras en las camas cercanas otros pacientes enfrentan su propio dolor. La mujer que está a su costado derecho no encuentra más cómo colocarse, está inquieta y toma diferentes posiciones hasta que una enfermera se acerca a ayudarle.

Isa habla de esa experiencia de 25 días intubada, parte de ellos consciente. “Es traumático. No poderte mover, no poder levantar la cabeza, ni un dedo. Estar atrapada en tu cuerpo, ¡por semanas! Es horrible y todavía hoy tener las secuelas… como ahorita de no poder respirar, sofocarte con sólo levantarte de la cama. Muchos te dicen que es para siempre, que ya no tiene solución”.

Foto Roberto Hernández | El Sol de México

En esos días de hospital cuenta que le tocó ver de cerca no sólo la muerte, sino la transformación de otros pacientes, “porque el Covid mata el tejido, lo atrofia, provoca males neurológicos, psicomotrices. Muchos pacientes se deforman. Yo lo vi, las extremidades se deforman. Vi pacientes con piernas abiertas y brazos volteados. La cara se les va de lado. Han quedado con la mitad de los pulmones muertos. No inservibles. Incluso se sabe que daña el cerebro y el corazón”, diagnostica.

Durante dos meses en su casa, Isa enfrentó las consecuencias del daño provocado por el virus. Además de no poder respirar bien tuvo afectaciones psicomotrices, de manera que tuvo que aprender a controlar de nuevo su cuerpo. Peinarse se convirtió en una hazaña, tomar una cuchara o tenedor para comer se transformó en un movimiento digno del mayor de los galardones.

En esa etapa mantuvo la oxigenación y algunos medicamentos, además de continuar la rehabilitación, pero la situación de Isa vuelve a complicarse con la presencia de flemas que se le atrapan en el pecho. Eso y el cansancio constante hicieron que sus médicos pidieran a la familia hospitalizar nuevamente a Isa.

Foto Roberto Hernández | El Sol de México

El lunes 1 de noviembre regresa al hospital, tiene la esperanza de que su terapista le ayude a superar una situación discapacitante. En su cama accede a contar su experiencia.

Mientras de su mano derecha cuelgan las mangueras del suero, en su dedo índice de la mano izquierda lleva pegado el oxímetro. Toma de uno de sus costados un poco de papel higiénico para limpiar el dolor que recorre su rostro en forma de lágrimas.

“Hice todo lo posible por cuidarme, pero por gente irresponsable me contagié. Espero que no pasen nunca por esto. Es una experiencia devastadora. Sólo pido que tomen conciencia. Los que dicen que no existe el virus no saben lo que dicen”, explica Isa.

Su mayor temor es enfrentar ese momento en el que alguna flema quede atrapada en su pecho. “La asfixia es traumática, yo creo que debe ser la muerte más horrible, el sofoco, la asfixia. Controlar la respiración para no ahogarme”.

Esa es una de las primeras enseñanzas en su terapia de rehabilitación, poder controlarse para no agravar la situación. “Se dice en corto, pero es vital”.

Toma tiempo para agradecer a los médicos, enfermeras y camilleros que la han atendido, que se han puesto en el lugar de su familia mientras ella ha enfrentado la hospitalización.

A sus vecinos les pide tomar conciencia, porque “andan como en carnaval, los casos de Covid son tratados como tabú, los niegan y nadie cree que exista. Es poco el distanciamiento, les vale sombrilla. No hay nadie quien les diga que ya hubo casos, decesos y proliferación de contagios. Ahí fue donde me contagié”.



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En la cama del hospital, envuelta en una bata blanca, con su cabello ondulado surcando su cabeza, Isa dice frases cortas. Su hablar es pausado, está sofocada. Jala aire como si llevara media maratón a cuestas. Son pocas sus fuerzas y contiene el llanto.

Apenas lleva poco más de 24 horas de regreso al hospital en donde estuvo durante mes y medio, 25 de esos días intubada tras llegar inconsciente como consecuencia del contagio de Covid-19.

Sus ojos reflejan su tristeza. Los cierra al hablar del horror de esos días en los que estuvo atrapada en su cuerpo. De 13 pacientes que estuvieron con ella, intubados al mismo tiempo, sólo ella sobrevivió. Piensa recuperarse, acabar con las secuelas que dejó en su cuerpo el virus que llegó desde China a nuestro país. Quiere salir adelante en su rehabilitación, retomar su vida normal.

Un día después de la plática con El Sol de México en ese rincón del Hospital General Nicolás San Juan, en Toluca, Estado de México, llega un mensaje al teléfono: Isa acaba de morir.

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Ella no es una cifra, no es el caso 108 mil 863 de fallecimientos en México, es Isa, Chabela para sus amigas, es hermana, hija, tía… Isa hizo la carrera técnica de paramédico. No trabajaba en ello, no ejerció, pero sus vecinos, familiares y conocidos sabían que hacía curaciones, aplicaba inyecciones o ponía sueros.

Ella contó a su familia sus sospechas: Se contagió cuando atendió a un vecino, un señor de edad avanzada, quien no portaba cubrebocas y tenía una tos constante. A los pocos días Isa inició con los primeros síntomas.

Al llegar el décimo día, guardando la sana distancia, aislada en su casa donde vivía sola y con los síntomas a cuestas, empezó a sentir algo de fiebre y dolor de cabeza intenso. No recuerda cómo ocurrió. Su hermana, le contó tiempo después que la encontró inconsciente y la llevó de inmediato al hospital.

El diagnóstico médico fue que tenía 30 por ciento de oxigenación y su pronóstico era de una muerte inminente: “no le queda un día más de vida. No pasa de esta noche”, dijeron los médicos a su hermana.

Foto Roberto Hernández | El Sol de México

Transcurrieron los días y poco a poco los médicos retiraron los sedantes, pero no los tubos que le ayudaban a respirar. “Es un proceso horrible (toma aire y cierra los ojos) saber que tienes un tubo en la garganta para respirar, sin saber si la vas a librar o no. Escuchar las alarmas de las bombas. Ver a otros pacientes morir. Saber que de 13 (pacientes) que entraron tú eres la única que viviste”.

Isa contiene el llanto, calla sus lágrimas al jalar el aire del ambiente, mientras en las camas cercanas otros pacientes enfrentan su propio dolor. La mujer que está a su costado derecho no encuentra más cómo colocarse, está inquieta y toma diferentes posiciones hasta que una enfermera se acerca a ayudarle.

Isa habla de esa experiencia de 25 días intubada, parte de ellos consciente. “Es traumático. No poderte mover, no poder levantar la cabeza, ni un dedo. Estar atrapada en tu cuerpo, ¡por semanas! Es horrible y todavía hoy tener las secuelas… como ahorita de no poder respirar, sofocarte con sólo levantarte de la cama. Muchos te dicen que es para siempre, que ya no tiene solución”.

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En esos días de hospital cuenta que le tocó ver de cerca no sólo la muerte, sino la transformación de otros pacientes, “porque el Covid mata el tejido, lo atrofia, provoca males neurológicos, psicomotrices. Muchos pacientes se deforman. Yo lo vi, las extremidades se deforman. Vi pacientes con piernas abiertas y brazos volteados. La cara se les va de lado. Han quedado con la mitad de los pulmones muertos. No inservibles. Incluso se sabe que daña el cerebro y el corazón”, diagnostica.

Durante dos meses en su casa, Isa enfrentó las consecuencias del daño provocado por el virus. Además de no poder respirar bien tuvo afectaciones psicomotrices, de manera que tuvo que aprender a controlar de nuevo su cuerpo. Peinarse se convirtió en una hazaña, tomar una cuchara o tenedor para comer se transformó en un movimiento digno del mayor de los galardones.

En esa etapa mantuvo la oxigenación y algunos medicamentos, además de continuar la rehabilitación, pero la situación de Isa vuelve a complicarse con la presencia de flemas que se le atrapan en el pecho. Eso y el cansancio constante hicieron que sus médicos pidieran a la familia hospitalizar nuevamente a Isa.

Foto Roberto Hernández | El Sol de México

El lunes 1 de noviembre regresa al hospital, tiene la esperanza de que su terapista le ayude a superar una situación discapacitante. En su cama accede a contar su experiencia.

Mientras de su mano derecha cuelgan las mangueras del suero, en su dedo índice de la mano izquierda lleva pegado el oxímetro. Toma de uno de sus costados un poco de papel higiénico para limpiar el dolor que recorre su rostro en forma de lágrimas.

“Hice todo lo posible por cuidarme, pero por gente irresponsable me contagié. Espero que no pasen nunca por esto. Es una experiencia devastadora. Sólo pido que tomen conciencia. Los que dicen que no existe el virus no saben lo que dicen”, explica Isa.

Su mayor temor es enfrentar ese momento en el que alguna flema quede atrapada en su pecho. “La asfixia es traumática, yo creo que debe ser la muerte más horrible, el sofoco, la asfixia. Controlar la respiración para no ahogarme”.

Esa es una de las primeras enseñanzas en su terapia de rehabilitación, poder controlarse para no agravar la situación. “Se dice en corto, pero es vital”.

Toma tiempo para agradecer a los médicos, enfermeras y camilleros que la han atendido, que se han puesto en el lugar de su familia mientras ella ha enfrentado la hospitalización.

A sus vecinos les pide tomar conciencia, porque “andan como en carnaval, los casos de Covid son tratados como tabú, los niegan y nadie cree que exista. Es poco el distanciamiento, les vale sombrilla. No hay nadie quien les diga que ya hubo casos, decesos y proliferación de contagios. Ahí fue donde me contagié”.



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