/ martes 1 de junio de 2021

Tulsa conmemora su peor masacre racista

Resuena más que nunca tras el Black Lives Matter, pero los afroestadounidenses siguen sintiéndose marginados

TULSA. Al pie de los modernos edificios de una calle en el barrio Greenwood, en Tulsa, Oklahoma, unas discretas placas metálicas llaman la atención. Clavadas en el suelo, llevan los nombres de los negocios propiedad de negros que una vez estuvieron allí antes de ser destruidos en la mayor masacre racial en la historia reciente de Estados Unidos, en 1921: “Zapatero Grier”, “Inmobiliaria Earl”.

Las placas, un raro vestigio de un barrio tan próspero que era apodado “Black Wall Street”, demuestran que la historia de Greenwood -un sector históricamente negro- no se entiende por los monumentos que se conservan actualmente, sino por los que ya no están.

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En vísperas de la visita de Joe Biden, popular entre el electorado negro, que asiste hoy a la conmemoración del centenario de la masacre, y tras un año marcado por el movimiento Black Lives Matter, la matanza resuena más que nunca.

“Vinieron y destruyeron Greenwood y lo quemaron todo”, dijo Bobby Eaton, de 86 años, residente del barrio y antiguo activista de los derechos civiles.

Hace un siglo, en esta localidad del sur de EU, la detención de un joven negro acusado de agredir a una mujer blanca desencadenó uno de los peores estallidos de violencia racial jamás vistos en el país.

El 31 de mayo de 1921, tras la detención de Dick Rowland, cientos de blancos furiosos se reunieron frente al juzgado de Tulsa, señalando a los residentes negros que un linchamiento -habitual en la época y hasta hace poco, en la década de 1960- era inminente.

Un grupo de veteranos afroestadounidenses de la Primera Guerra Mundial, algunos de ellos armados, se movilizó para intentar proteger a Rowland.

La tensión aumentó y se produjeron disparos. Los residentes negros, menos numerosos, se retiraron a Greenwood, conocida en aquella época por su prosperidad económica y sus numerosos negocios.

Al día siguiente, al amanecer, los hombres blancos saquearon e incendiaron los edificios, persiguiendo y golpeando a los negros que vivían allí.

Durante todo el día, saquearon Black Wall Street -la policía no sólo no intervino sino que se sumó a la destrucción- hasta que quedaron sólo ruinas y cenizas, matando a hasta 300 personas en el proceso.

La destrucción dejó a unas 10 mil personas sin hogar y ni una sola persona fue detenida o afrontó cargos por lo sucedido.

En opinión de muchos vecinos, fue la prosperidad de los afroestadounidenses la que desencadenó la destrucción.

“Eso provocó una gran cantidad de celos, y todavía lo hace. “Esa mentalidad que destruyó Greenwood todavía existe aquí mismo en Tulsa”, asegura Bobby Eaton, de 86 años, residente del barrio y antiguo activista de los derechos civiles.

Incluso 100 años después de la masacre, las tensiones raciales persisten.

Una política denominada renovación urbana, iniciada en los 60, tuvo el efecto de expulsar a los propietarios afroestadounidenses cuyas casas o negocios, considerados deteriorados, fueron demolidos para dar paso a nuevos edificios.

La construcción de una autopista de siete carriles por el centro de la calle principal terminó de desfigurar el barrio.

Y la apertura de un museo dedicado a la historia del barrio, el Greenwood Rising History Center, que se inaugurará el miércoles, provocó el aumento de los alquileres de negocios de los alrededores.

“Ahora ves a gente blanca paseando a sus perros, y montando en bicicleta, en barrios en los que nunca los habrías visto antes”, dice Queen Alexander, de 31 años, señalando la apertura de un campo de beisbol, un Starbucks y “una universidad que probablemente no podría pagar”.

TULSA. Al pie de los modernos edificios de una calle en el barrio Greenwood, en Tulsa, Oklahoma, unas discretas placas metálicas llaman la atención. Clavadas en el suelo, llevan los nombres de los negocios propiedad de negros que una vez estuvieron allí antes de ser destruidos en la mayor masacre racial en la historia reciente de Estados Unidos, en 1921: “Zapatero Grier”, “Inmobiliaria Earl”.

Las placas, un raro vestigio de un barrio tan próspero que era apodado “Black Wall Street”, demuestran que la historia de Greenwood -un sector históricamente negro- no se entiende por los monumentos que se conservan actualmente, sino por los que ya no están.

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En vísperas de la visita de Joe Biden, popular entre el electorado negro, que asiste hoy a la conmemoración del centenario de la masacre, y tras un año marcado por el movimiento Black Lives Matter, la matanza resuena más que nunca.

“Vinieron y destruyeron Greenwood y lo quemaron todo”, dijo Bobby Eaton, de 86 años, residente del barrio y antiguo activista de los derechos civiles.

Hace un siglo, en esta localidad del sur de EU, la detención de un joven negro acusado de agredir a una mujer blanca desencadenó uno de los peores estallidos de violencia racial jamás vistos en el país.

El 31 de mayo de 1921, tras la detención de Dick Rowland, cientos de blancos furiosos se reunieron frente al juzgado de Tulsa, señalando a los residentes negros que un linchamiento -habitual en la época y hasta hace poco, en la década de 1960- era inminente.

Un grupo de veteranos afroestadounidenses de la Primera Guerra Mundial, algunos de ellos armados, se movilizó para intentar proteger a Rowland.

La tensión aumentó y se produjeron disparos. Los residentes negros, menos numerosos, se retiraron a Greenwood, conocida en aquella época por su prosperidad económica y sus numerosos negocios.

Al día siguiente, al amanecer, los hombres blancos saquearon e incendiaron los edificios, persiguiendo y golpeando a los negros que vivían allí.

Durante todo el día, saquearon Black Wall Street -la policía no sólo no intervino sino que se sumó a la destrucción- hasta que quedaron sólo ruinas y cenizas, matando a hasta 300 personas en el proceso.

La destrucción dejó a unas 10 mil personas sin hogar y ni una sola persona fue detenida o afrontó cargos por lo sucedido.

En opinión de muchos vecinos, fue la prosperidad de los afroestadounidenses la que desencadenó la destrucción.

“Eso provocó una gran cantidad de celos, y todavía lo hace. “Esa mentalidad que destruyó Greenwood todavía existe aquí mismo en Tulsa”, asegura Bobby Eaton, de 86 años, residente del barrio y antiguo activista de los derechos civiles.

Incluso 100 años después de la masacre, las tensiones raciales persisten.

Una política denominada renovación urbana, iniciada en los 60, tuvo el efecto de expulsar a los propietarios afroestadounidenses cuyas casas o negocios, considerados deteriorados, fueron demolidos para dar paso a nuevos edificios.

La construcción de una autopista de siete carriles por el centro de la calle principal terminó de desfigurar el barrio.

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