El Agua del Molino
El Presidente de la República dijo hace unos días en Pénjamo, Guanajuato, que “la corrupción en el Poder Judicial se acabará” y que el dinero “ya no comprará jueces para que salgan delincuentes de la cárcel y tampoco decidirá sobre la vida pública del país”.
La verdad es que hablar de corrupción en el Poder Judicial implica dos vertientes: La del corruptor y la del corrompido, ya que no hay corrompido sin aquel. Por lo tanto no es razonable ni justo generalizar en cuanto a corrupción en el Poder Judicial. Casos los hay -los ha habido- de corrupción en ese Poder, pero formando un binomio que jurídicamente es el del sujeto activo y el del sujeto pasivo del delito, como en todo delito.
No se discute que haya jueces corruptos y abogados o terceras personas también corruptas. Es la tentación negativa y milenaria que acosa al mundo.
El dinero que decide sobre la vida pública del país y la renovación y purificación de la vida pública son cosas diferentes que pueden o no abarcar a los jueces, pero principalmente dependen del sujeto corruptor. Es decir, de una sociedad enferma de corrupción. En este sentido es entendible la preocupación del Presidente por renovar y purificar la vida pública. La pregunta es cómo. Decirlo y proponerlo es fácil, hacerlo más que difícil. No sólo se trata de la forma exterior de una costumbre negativa, sino de su causa y motivación.
El gran riesgo es que la renovación y purificación de la vida pública se presta a demagogia y a supuestas soluciones rápidas, pasando por alto que si en la materia se habla en serio se llevará muchos años renovar y purificar. O sea, desterrar la corrupción de la vida pública del país, hazaña imposible sin desterrarla primero de la vida particular y privada de los mexicanos, no es concebible sin cambiar nuestra idiosincrasia, nuestro código genético y estado de conciencia.
¿Me refiero a otro país? Desde luego no. Por esto hay que tener mucho cuidado con las palabras y con su alcance… En suma, no hay que prometer sino lo posible de lograr. A mayor abundamiento, influencias siempre las ha habido y por supuesto que el dinero influye también sobre la vida pública del país. Claro, que no influya negativamente es lo deseable. Pero la corrupción siempre ha estado y estará presente. Si no, seríamos un país de santos y sin código penal alguno.
Hay delitos tipificados en el Código Penal porque hay delincuentes. Erradicarlos es el reto, aunque sin prometer lo que de suyo escapa a la realidad social. Yo así traduzco la buena voluntad del Presidente, en la que sigo creyendo hasta hoy… a pesar de todo.
Por último, constitucionalmente hablando México es gobernado por tres poderes que dan origen a una unidad. En consecuencia, achacarle únicamente corrupción a uno es olvidar a los otros dos que quedan impolutos en los términos del análisis presidencial. ¿Será así?