/ viernes 21 de febrero de 2020

¿Corrupción en el Poder Judicial?

El Agua del Molino


El Presidente de la República dijo hace unos días en Pénjamo, Guanajuato, que “la corrupción en el Poder Judicial se acabará” y que el dinero “ya no comprará jueces para que salgan delincuentes de la cárcel y tampoco decidirá sobre la vida pública del país”.

La verdad es que hablar de corrupción en el Poder Judicial implica dos vertientes: La del corruptor y la del corrompido, ya que no hay corrompido sin aquel. Por lo tanto no es razonable ni justo generalizar en cuanto a corrupción en el Poder Judicial. Casos los hay -los ha habido- de corrupción en ese Poder, pero formando un binomio que jurídicamente es el del sujeto activo y el del sujeto pasivo del delito, como en todo delito.

No se discute que haya jueces corruptos y abogados o terceras personas también corruptas. Es la tentación negativa y milenaria que acosa al mundo.

El dinero que decide sobre la vida pública del país y la renovación y purificación de la vida pública son cosas diferentes que pueden o no abarcar a los jueces, pero principalmente dependen del sujeto corruptor. Es decir, de una sociedad enferma de corrupción. En este sentido es entendible la preocupación del Presidente por renovar y purificar la vida pública. La pregunta es cómo. Decirlo y proponerlo es fácil, hacerlo más que difícil. No sólo se trata de la forma exterior de una costumbre negativa, sino de su causa y motivación.

El gran riesgo es que la renovación y purificación de la vida pública se presta a demagogia y a supuestas soluciones rápidas, pasando por alto que si en la materia se habla en serio se llevará muchos años renovar y purificar. O sea, desterrar la corrupción de la vida pública del país, hazaña imposible sin desterrarla primero de la vida particular y privada de los mexicanos, no es concebible sin cambiar nuestra idiosincrasia, nuestro código genético y estado de conciencia.

¿Me refiero a otro país? Desde luego no. Por esto hay que tener mucho cuidado con las palabras y con su alcance… En suma, no hay que prometer sino lo posible de lograr. A mayor abundamiento, influencias siempre las ha habido y por supuesto que el dinero influye también sobre la vida pública del país. Claro, que no influya negativamente es lo deseable. Pero la corrupción siempre ha estado y estará presente. Si no, seríamos un país de santos y sin código penal alguno.

Hay delitos tipificados en el Código Penal porque hay delincuentes. Erradicarlos es el reto, aunque sin prometer lo que de suyo escapa a la realidad social. Yo así traduzco la buena voluntad del Presidente, en la que sigo creyendo hasta hoy… a pesar de todo.

Por último, constitucionalmente hablando México es gobernado por tres poderes que dan origen a una unidad. En consecuencia, achacarle únicamente corrupción a uno es olvidar a los otros dos que quedan impolutos en los términos del análisis presidencial. ¿Será así?

El Agua del Molino


El Presidente de la República dijo hace unos días en Pénjamo, Guanajuato, que “la corrupción en el Poder Judicial se acabará” y que el dinero “ya no comprará jueces para que salgan delincuentes de la cárcel y tampoco decidirá sobre la vida pública del país”.

La verdad es que hablar de corrupción en el Poder Judicial implica dos vertientes: La del corruptor y la del corrompido, ya que no hay corrompido sin aquel. Por lo tanto no es razonable ni justo generalizar en cuanto a corrupción en el Poder Judicial. Casos los hay -los ha habido- de corrupción en ese Poder, pero formando un binomio que jurídicamente es el del sujeto activo y el del sujeto pasivo del delito, como en todo delito.

No se discute que haya jueces corruptos y abogados o terceras personas también corruptas. Es la tentación negativa y milenaria que acosa al mundo.

El dinero que decide sobre la vida pública del país y la renovación y purificación de la vida pública son cosas diferentes que pueden o no abarcar a los jueces, pero principalmente dependen del sujeto corruptor. Es decir, de una sociedad enferma de corrupción. En este sentido es entendible la preocupación del Presidente por renovar y purificar la vida pública. La pregunta es cómo. Decirlo y proponerlo es fácil, hacerlo más que difícil. No sólo se trata de la forma exterior de una costumbre negativa, sino de su causa y motivación.

El gran riesgo es que la renovación y purificación de la vida pública se presta a demagogia y a supuestas soluciones rápidas, pasando por alto que si en la materia se habla en serio se llevará muchos años renovar y purificar. O sea, desterrar la corrupción de la vida pública del país, hazaña imposible sin desterrarla primero de la vida particular y privada de los mexicanos, no es concebible sin cambiar nuestra idiosincrasia, nuestro código genético y estado de conciencia.

¿Me refiero a otro país? Desde luego no. Por esto hay que tener mucho cuidado con las palabras y con su alcance… En suma, no hay que prometer sino lo posible de lograr. A mayor abundamiento, influencias siempre las ha habido y por supuesto que el dinero influye también sobre la vida pública del país. Claro, que no influya negativamente es lo deseable. Pero la corrupción siempre ha estado y estará presente. Si no, seríamos un país de santos y sin código penal alguno.

Hay delitos tipificados en el Código Penal porque hay delincuentes. Erradicarlos es el reto, aunque sin prometer lo que de suyo escapa a la realidad social. Yo así traduzco la buena voluntad del Presidente, en la que sigo creyendo hasta hoy… a pesar de todo.

Por último, constitucionalmente hablando México es gobernado por tres poderes que dan origen a una unidad. En consecuencia, achacarle únicamente corrupción a uno es olvidar a los otros dos que quedan impolutos en los términos del análisis presidencial. ¿Será así?

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