/ martes 12 de marzo de 2024

Cruzando líneas | Las mujeres de los terremotos

Mis tacones retumban como castañuelas en los pisos encerados de hoteles lujosos en los que muchas veces siento desentonar. No es así. Mi metro y medio de estatura se impone.

Camino a pasos patulecos firmes en espacios en los que no hay alfombra roja, sino juegos muy complicados de poder. Me aprendí el tablero, los jugadores y sus fichas y ahora sé jugar. No me intimida nadie, bueno, quizá yo misma. Soy mujer y me gustan mis contrastes; ahora me empoderan mis fisuras. Ya no me da miedo ser quien soy y me asombra imaginar lo que puedo o quiero ser.

Aprendí a negociar desde el poder y no de la necesidad y uno se convierte en una moneda al aire cuando se sabe con la libertad de irse sin voltear atrás.

En lo profesional me busco en otros rostros y no me veo. Hay muy pocos reflejos como el mío en posiciones de liderazgo. Es un camino muy solitario. Pero en la vida hay muchos espejos que me devuelven la sonrisa; mujeres que ya no tienen miedo; mujeres que, al contrario, causamos terremotos.

Quizá sí haya que temernos. Ya no nos justificamos por la plenitud ni sentimos culpa por el éxito. Estamos criando a otra generación de mujeres con muchos menos complejos y más aventuras; niñas, como la mía (que es solo suya y se comparte conmigo), capaces de cuestionarlo todo, mientras lo aman o lo queman; que ya no se preguntan si son suficientes porque saben que el mundo les queda debiendo y que entienden desde la raíz que este mundo también se puede reconstruir desde el gozo.

Somos mujeres que entendemos y no nos conformamos con la doble moral: Cría como si no trabajaras y trabaja como si no tuvieras hijos; ve a ser exitosa, pero deja la casa limpia y la comida hecha; gana dinero, pero menos que él para que no dejes de necesitarlo; sé inteligente, pero no mucho; ten experiencia, pero no seas tan vieja; sé pionera, pero en voz baja; protesta, pero en silencio; llora, pero quedito; canta, pero despacio… y nunca jamás desentones con el estatus quo. ¡Al carajo!

Tal vez sí hay que tener cuidado de nosotras las mujeres. Ya no nos conformamos; ya nos salimos de la caja; ya no nos encasillamos; ya no nos despedazamos. La soledad no nos asusta. Y, queridas, dejar de ser predecibles es tan deliciosamente peligroso, tanto que es intimidante para los otros.

Mail to: maritza@conectaarizona.com

Mis tacones retumban como castañuelas en los pisos encerados de hoteles lujosos en los que muchas veces siento desentonar. No es así. Mi metro y medio de estatura se impone.

Camino a pasos patulecos firmes en espacios en los que no hay alfombra roja, sino juegos muy complicados de poder. Me aprendí el tablero, los jugadores y sus fichas y ahora sé jugar. No me intimida nadie, bueno, quizá yo misma. Soy mujer y me gustan mis contrastes; ahora me empoderan mis fisuras. Ya no me da miedo ser quien soy y me asombra imaginar lo que puedo o quiero ser.

Aprendí a negociar desde el poder y no de la necesidad y uno se convierte en una moneda al aire cuando se sabe con la libertad de irse sin voltear atrás.

En lo profesional me busco en otros rostros y no me veo. Hay muy pocos reflejos como el mío en posiciones de liderazgo. Es un camino muy solitario. Pero en la vida hay muchos espejos que me devuelven la sonrisa; mujeres que ya no tienen miedo; mujeres que, al contrario, causamos terremotos.

Quizá sí haya que temernos. Ya no nos justificamos por la plenitud ni sentimos culpa por el éxito. Estamos criando a otra generación de mujeres con muchos menos complejos y más aventuras; niñas, como la mía (que es solo suya y se comparte conmigo), capaces de cuestionarlo todo, mientras lo aman o lo queman; que ya no se preguntan si son suficientes porque saben que el mundo les queda debiendo y que entienden desde la raíz que este mundo también se puede reconstruir desde el gozo.

Somos mujeres que entendemos y no nos conformamos con la doble moral: Cría como si no trabajaras y trabaja como si no tuvieras hijos; ve a ser exitosa, pero deja la casa limpia y la comida hecha; gana dinero, pero menos que él para que no dejes de necesitarlo; sé inteligente, pero no mucho; ten experiencia, pero no seas tan vieja; sé pionera, pero en voz baja; protesta, pero en silencio; llora, pero quedito; canta, pero despacio… y nunca jamás desentones con el estatus quo. ¡Al carajo!

Tal vez sí hay que tener cuidado de nosotras las mujeres. Ya no nos conformamos; ya nos salimos de la caja; ya no nos encasillamos; ya no nos despedazamos. La soledad no nos asusta. Y, queridas, dejar de ser predecibles es tan deliciosamente peligroso, tanto que es intimidante para los otros.

Mail to: maritza@conectaarizona.com