/ sábado 18 de mayo de 2019

Semblanza del tenor Enrique Islas Aldama

La Espiga


En marzo de 2003 el Boletín Trimestral del AHMM publicó un interesante artículo de la Sra. Conchita Islas sobre la trayectoria artística del tenor Enrique Islas Aldama (1885-1945), un personaje que dejó huella en el escenario artístico de Mexicali.

Enrique Islas nació en San Miguel de Horcasitas, un pueblo enclavado en la sierra de Sonora. Sus padres fueron Joaquín Islas y Carmen Aldama.

En 1890, cuando el pequeño Enrique tenía 5 años, su familia se trasladó a Santa Ana, Sonora, donde inicia sus primeros estudios.

Desde aquellos lejanos años, Enrique da muestras de su talento musical. Sus compañeros se sorprendían con las capacidades del niño prodigio; en las excursiones escolares sorprendía con sus habilidades especiales: Podía imitar a la perfección el canto de los pájaros.

Otra nota distintiva la ofrecía los domingos en su participación en el coro de la iglesia al lado de sus hermanos conocidos como los Cantores de la Región.

Residiendo en Santa Ana durante la Revolución Mexicana, algún destacado militar lo escuchó cantar en un festejo. Su actuación espectacular le sirvió para ser recomendado por el Gral. Álvaro Obregón para recibir una beca gubernamental que le permitió viajar a la Catedral del Bel Canto: Milán, Italia.

El joven Enrique se preparó a conciencia en todas las disciplinas ligadas a las composiciones sublimes de la ópera clásica. Junto a su amigo y paisano Alfonso Ortiz Tirado, ambos graduados del Conservatorio de Música de Milán, realizaron presentaciones exitosas en toda Europa y Norteamérica.

Enrique Islas Aldama actuó de manera triunfal en Nueva York, Chicago, Los Ángeles y San Francisco, Ca. En 1926 realiza una gira por Canadá con el inconveniente de sufrir una intoxicación por alimentos. Esta desafortunada circunstancia lo trae a Mexicali donde residían algunos de sus familiares.

En 1927 lo tenemos en Mexicali donde fue muy bien recibido y en poco tiempo comenzaron sus presentaciones. El promotor teatral, don Adolfo Wilhelmy, lo invita a participar en festivales musicales, zarzuelas, obras de teatro y temporadas de ópera, que se presentaban de manera regular.

El salón de actos de la antigua Esc. Benito Juárez era el lugar donde se ensayaban las zarzuelas y las bellas melodías mexicanas con lo mejor del repertorio de la época. En 1935, durante el auge de las nuevas voces cachanillas entusiasmadas con la posibilidad de destacar en el canto, el tenor Enrique Islas les abrió las puertas de su famosa Academia de Canto.

Varios jóvenes mexicalenses tomaron clases de vocalización con el Mtro. Islas Aldama, entre ellos Carlos Muro, Leticia Cárdenas, Jesús Ramos, Francisco Márquez, María Ricarda Téllez, Josefina Caldera, Jesús Moreno Flores, Alfonso Miranda y Lolita Nungaray. En sus presentaciones radiofónicas, el tenor Enrique Islas se colocaba a medio metro de distancia del micrófono para no distorsionar el sonido con su potente voz.

Por cuestiones familiares decide regresar a su natal Sonora, dejando en Mexicali una huella imborrable entre sus alumnos, familiares y amigos.

La Espiga


En marzo de 2003 el Boletín Trimestral del AHMM publicó un interesante artículo de la Sra. Conchita Islas sobre la trayectoria artística del tenor Enrique Islas Aldama (1885-1945), un personaje que dejó huella en el escenario artístico de Mexicali.

Enrique Islas nació en San Miguel de Horcasitas, un pueblo enclavado en la sierra de Sonora. Sus padres fueron Joaquín Islas y Carmen Aldama.

En 1890, cuando el pequeño Enrique tenía 5 años, su familia se trasladó a Santa Ana, Sonora, donde inicia sus primeros estudios.

Desde aquellos lejanos años, Enrique da muestras de su talento musical. Sus compañeros se sorprendían con las capacidades del niño prodigio; en las excursiones escolares sorprendía con sus habilidades especiales: Podía imitar a la perfección el canto de los pájaros.

Otra nota distintiva la ofrecía los domingos en su participación en el coro de la iglesia al lado de sus hermanos conocidos como los Cantores de la Región.

Residiendo en Santa Ana durante la Revolución Mexicana, algún destacado militar lo escuchó cantar en un festejo. Su actuación espectacular le sirvió para ser recomendado por el Gral. Álvaro Obregón para recibir una beca gubernamental que le permitió viajar a la Catedral del Bel Canto: Milán, Italia.

El joven Enrique se preparó a conciencia en todas las disciplinas ligadas a las composiciones sublimes de la ópera clásica. Junto a su amigo y paisano Alfonso Ortiz Tirado, ambos graduados del Conservatorio de Música de Milán, realizaron presentaciones exitosas en toda Europa y Norteamérica.

Enrique Islas Aldama actuó de manera triunfal en Nueva York, Chicago, Los Ángeles y San Francisco, Ca. En 1926 realiza una gira por Canadá con el inconveniente de sufrir una intoxicación por alimentos. Esta desafortunada circunstancia lo trae a Mexicali donde residían algunos de sus familiares.

En 1927 lo tenemos en Mexicali donde fue muy bien recibido y en poco tiempo comenzaron sus presentaciones. El promotor teatral, don Adolfo Wilhelmy, lo invita a participar en festivales musicales, zarzuelas, obras de teatro y temporadas de ópera, que se presentaban de manera regular.

El salón de actos de la antigua Esc. Benito Juárez era el lugar donde se ensayaban las zarzuelas y las bellas melodías mexicanas con lo mejor del repertorio de la época. En 1935, durante el auge de las nuevas voces cachanillas entusiasmadas con la posibilidad de destacar en el canto, el tenor Enrique Islas les abrió las puertas de su famosa Academia de Canto.

Varios jóvenes mexicalenses tomaron clases de vocalización con el Mtro. Islas Aldama, entre ellos Carlos Muro, Leticia Cárdenas, Jesús Ramos, Francisco Márquez, María Ricarda Téllez, Josefina Caldera, Jesús Moreno Flores, Alfonso Miranda y Lolita Nungaray. En sus presentaciones radiofónicas, el tenor Enrique Islas se colocaba a medio metro de distancia del micrófono para no distorsionar el sonido con su potente voz.

Por cuestiones familiares decide regresar a su natal Sonora, dejando en Mexicali una huella imborrable entre sus alumnos, familiares y amigos.