/ viernes 27 de diciembre de 2019

Vidas perdidas…

Quo Vadis


Acurrucado en una vieja cobija que cubría sus harapos, un hombre buscaba cómo acomodarse sobre el frío pasto en la entrada de Vicerrectoría de la UABC.

Eran como las 4:30 de la tarde del 24 de diciembre pasado, de manera que pocas eran las personas que por ahí paseaban, aunque regularmente en la explanada hay familias y jóvenes adictos al celular porque nomás se sientan en cualquier lugar y no hay poder que los mueva…

En fin, el caso es que afín a mi curiosidad periodística me acerqué al hombre junto con mis amigos caninos y le pregunté: ¿Está usted bien?...y la respuesta fue lacónica: Sí…nomás estoy descansando… El hombre, con todas las particularidades de un pordiosero, parece que no encontró la forma adecuada para “descansar”, de tal suerte que se medio levantó y ya de rodillas volví a acercarme para apoyarle económicamente y pueda disfrutar esa especial fecha para casi todo mundo con alimento digno.

Fue agradecido y eso me motivó a hacerle otras dos preguntas que me revelaron su origen: De Cd. Obregón, Sonora y el porqué de su abandono hasta mendigar: “Es que me enfermé y ya nadie quiso ayudarme”, dijo entre otras expresiones difíciles de precisar. Este hombre era joven, evidentemente con plenitud de razón, si acaso muy descuidado, pero consciente de lo que era su devenir y entorno, lo que me hizo recordar a otro hombre igual al que etiqueté como “el hombre de las agujetas de alambre”, pordiosero que hace décadas entrevisté cuando pedía limosna sentado en una de las banquetas muy cercanas a los “tacos del ferrocarril” que todos conocemos.

De éste escribí una reseña de su pasado y presente acompañándola de ejemplares fotografías de Javier García, mi entonces compañero de reportajes especiales.

La coincidencia entre ambos personajes fue elocuente: Por razones de la vida se abandonaron y se dedicaron a mendigar, conscientes pero limitados por sus capacidades para salir adelante. No estaban locos ni tampoco padecían enfermedades que a cualquiera podrían amedrentar. Al contrario, en aquel entonces como ahora se trata de hombres que por falta de atención, orientación y apoyos, sus vidas se ven perdidas…ahí, en la inmensa “jungla” urbana que ahora representan las ciudades.

¿A qué voy con este recuento? A decirles a las autoridades, a las organizaciones civiles, a usted y cualquiera que vea deambular por las calles a estas personas, que se acerquen, sin temores, pero sí con mucha voluntad para apoyarles. Son seres humanos y en un número que no puedo citar se trata de dramas humanos que no podemos ni debemos ignorar como sociedad. No se trata, aclaro, solo de un exhorto para abatir la mendicidad…no. Se trata de que estas personas en situación de alta fragilidad encuentren en cada uno de los que pueden y quieren un soporte, unas palabras de aliento, ropa, cobijo, etc. Al fin y al cabo son, a final de cuentas, quienes transitan por el escalón más bajo de una escala de posiciones socioeconómicas que poco a poco las representan personas cada vez más inhumanas. ¿O no?

Quo Vadis


Acurrucado en una vieja cobija que cubría sus harapos, un hombre buscaba cómo acomodarse sobre el frío pasto en la entrada de Vicerrectoría de la UABC.

Eran como las 4:30 de la tarde del 24 de diciembre pasado, de manera que pocas eran las personas que por ahí paseaban, aunque regularmente en la explanada hay familias y jóvenes adictos al celular porque nomás se sientan en cualquier lugar y no hay poder que los mueva…

En fin, el caso es que afín a mi curiosidad periodística me acerqué al hombre junto con mis amigos caninos y le pregunté: ¿Está usted bien?...y la respuesta fue lacónica: Sí…nomás estoy descansando… El hombre, con todas las particularidades de un pordiosero, parece que no encontró la forma adecuada para “descansar”, de tal suerte que se medio levantó y ya de rodillas volví a acercarme para apoyarle económicamente y pueda disfrutar esa especial fecha para casi todo mundo con alimento digno.

Fue agradecido y eso me motivó a hacerle otras dos preguntas que me revelaron su origen: De Cd. Obregón, Sonora y el porqué de su abandono hasta mendigar: “Es que me enfermé y ya nadie quiso ayudarme”, dijo entre otras expresiones difíciles de precisar. Este hombre era joven, evidentemente con plenitud de razón, si acaso muy descuidado, pero consciente de lo que era su devenir y entorno, lo que me hizo recordar a otro hombre igual al que etiqueté como “el hombre de las agujetas de alambre”, pordiosero que hace décadas entrevisté cuando pedía limosna sentado en una de las banquetas muy cercanas a los “tacos del ferrocarril” que todos conocemos.

De éste escribí una reseña de su pasado y presente acompañándola de ejemplares fotografías de Javier García, mi entonces compañero de reportajes especiales.

La coincidencia entre ambos personajes fue elocuente: Por razones de la vida se abandonaron y se dedicaron a mendigar, conscientes pero limitados por sus capacidades para salir adelante. No estaban locos ni tampoco padecían enfermedades que a cualquiera podrían amedrentar. Al contrario, en aquel entonces como ahora se trata de hombres que por falta de atención, orientación y apoyos, sus vidas se ven perdidas…ahí, en la inmensa “jungla” urbana que ahora representan las ciudades.

¿A qué voy con este recuento? A decirles a las autoridades, a las organizaciones civiles, a usted y cualquiera que vea deambular por las calles a estas personas, que se acerquen, sin temores, pero sí con mucha voluntad para apoyarles. Son seres humanos y en un número que no puedo citar se trata de dramas humanos que no podemos ni debemos ignorar como sociedad. No se trata, aclaro, solo de un exhorto para abatir la mendicidad…no. Se trata de que estas personas en situación de alta fragilidad encuentren en cada uno de los que pueden y quieren un soporte, unas palabras de aliento, ropa, cobijo, etc. Al fin y al cabo son, a final de cuentas, quienes transitan por el escalón más bajo de una escala de posiciones socioeconómicas que poco a poco las representan personas cada vez más inhumanas. ¿O no?