VOZ CAMPESINA
Redactamos esta columna en la fecha que honra a quienes ejerciendo el milagro de dar vida (incluidas aquellas que al adoptar también son madres), merecen un respetuoso amor y admiración universal.
El sublime sacrificio que por cada hijo realizan diariamente, sin pedir a cambio nada que no sea la felicidad y salud del destinatario de sus desvelos, cuidados, etc., etc., las transforma -opino- en representantes terrenales de Dios.
De ahí que elevemos humilde homenaje de cariño no sólo hacia la gran mujer que nos trajo al mundo, sino a todas las que como ella se encuentran al lado del Altísimo y a las que continúan cumpliendo el hermoso cometido de la maternidad. Nuestro mejor deseo es que las envuelva el afecto y que pese a las innegables tribulaciones cotidianas, disfrutaron (ayer) y disfruten siempre de la compañía familiar que suele ser el mejor de los regalos.
Entrego especial mensaje de reconocimiento a las madres campesinas que junto al del hogar desempeñan intensas labores de jornal entre surcos agrícolas, esforzándose en aras del bienestar de los suyos. Sin distingo, desde luego, de las que igual lo llevan a cabo en fábricas, maquiladoras, etc., etc., suplicándoles admitan el imaginario arreglo floral que les enviamos esperando gocen de regocijo en este maravilloso día y cuantos falten.
Hoy la sinceridad acorta el espacio a fin de no caer en cursilerías repetitivas. Sin embargo, además de abrazarles respetuosamente nos despedimos al son de “Estas son las Mañanitas que cantaba el rey David, en el Día de Las Madres, se las canto desde aquí”.
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