/ miércoles 10 de abril de 2024

El Muro | Desapariciones forzadas

Hace 35 años, aquí en Mexicali los delincuentes operaban con ciertos límites. El 24 de diciembre de 1991, un asaltante prefirió suicidarse en vez de atacar a los policías, quienes ya lo habían rodeado.

Hoy, el mismo caso no habría tenido tal desenlace empezando porque de acuerdo a la tendencia del comportamiento criminal, primero habrían asesinado a las personas asaltadas, para luego atacar a los agentes.

Foto: Sergio Caro | La Voz de la Frontera

La descomposición está ocurriendo frente a nuestros ojos todos los días y lo preocupante es empezar a verlo como algo normal. Si las nuevas generaciones de criminales actúan con desparpajo, es porque alguien lo está permitiendo.

Quienes han cubierto información policiaca, al menos durante este siglo, pueden validar que los enfrentamientos entre policías y malandrines eran algo inusual, propio de asuntos relacionados con el trasiego de drogas en volúmenes grandes. En la actualidad, cualquiera carga un arma y está dispuesto a usarla. Sin embargo, aunque suene raro, ese podría ser el menor de nuestros males porque la crisis está en otro lado, en el aparente fortalecimiento de grupos de personas que arreglan sus diferencias con su propia ley.

La fanfarronería en un delincuente puede entenderse, mas no justificarse, como tampoco puede justificarse el cruel añadido de esta nueva forma de operar: La desaparición de cuerpos.

Lo que antes se arreglaba con un par de cachetadas o amagando con una pistola, se ha convertido en la muerte y en el sufrimiento de las familias, que de buenas a primeras no sólo pierden contacto con el hijo, el hermano, el tío, sino que incluso jamás vuelven a ver los cuerpos.

Según testimonios de familiares de afectados, una buena parte de las personas desaparecidas está relacionada con criminales organizados, pero no porque necesariamente las víctimas hayan formado parte de algún negocio ilícito, sino en buena medida por asuntos insignificantes que se podían resolver de otras formas, no con un asesinato y la desaparición del cadáver.

Los colectivos de búsqueda son familiares organizados para explorar terrenos, en los cuales sospechan existen cementerios clandestinos, terrenos baldíos a las afueras de la ciudad, donde pueden estar los restos de sus seres queridos.

El asunto de las desapariciones forzadas no se resuelve con una ley, es más, ni siquiera con las mejores técnicas de rastreo satelital, sino simplemente evitando que ocurran y ese es justo el trabajo de la autoridad. Aunque para eso primero deben combatir la impunidad, no simular.

Mailto: vicmarcen09@gmail.com

Hace 35 años, aquí en Mexicali los delincuentes operaban con ciertos límites. El 24 de diciembre de 1991, un asaltante prefirió suicidarse en vez de atacar a los policías, quienes ya lo habían rodeado.

Hoy, el mismo caso no habría tenido tal desenlace empezando porque de acuerdo a la tendencia del comportamiento criminal, primero habrían asesinado a las personas asaltadas, para luego atacar a los agentes.

Foto: Sergio Caro | La Voz de la Frontera

La descomposición está ocurriendo frente a nuestros ojos todos los días y lo preocupante es empezar a verlo como algo normal. Si las nuevas generaciones de criminales actúan con desparpajo, es porque alguien lo está permitiendo.

Quienes han cubierto información policiaca, al menos durante este siglo, pueden validar que los enfrentamientos entre policías y malandrines eran algo inusual, propio de asuntos relacionados con el trasiego de drogas en volúmenes grandes. En la actualidad, cualquiera carga un arma y está dispuesto a usarla. Sin embargo, aunque suene raro, ese podría ser el menor de nuestros males porque la crisis está en otro lado, en el aparente fortalecimiento de grupos de personas que arreglan sus diferencias con su propia ley.

La fanfarronería en un delincuente puede entenderse, mas no justificarse, como tampoco puede justificarse el cruel añadido de esta nueva forma de operar: La desaparición de cuerpos.

Lo que antes se arreglaba con un par de cachetadas o amagando con una pistola, se ha convertido en la muerte y en el sufrimiento de las familias, que de buenas a primeras no sólo pierden contacto con el hijo, el hermano, el tío, sino que incluso jamás vuelven a ver los cuerpos.

Según testimonios de familiares de afectados, una buena parte de las personas desaparecidas está relacionada con criminales organizados, pero no porque necesariamente las víctimas hayan formado parte de algún negocio ilícito, sino en buena medida por asuntos insignificantes que se podían resolver de otras formas, no con un asesinato y la desaparición del cadáver.

Los colectivos de búsqueda son familiares organizados para explorar terrenos, en los cuales sospechan existen cementerios clandestinos, terrenos baldíos a las afueras de la ciudad, donde pueden estar los restos de sus seres queridos.

El asunto de las desapariciones forzadas no se resuelve con una ley, es más, ni siquiera con las mejores técnicas de rastreo satelital, sino simplemente evitando que ocurran y ese es justo el trabajo de la autoridad. Aunque para eso primero deben combatir la impunidad, no simular.

Mailto: vicmarcen09@gmail.com