/ miércoles 29 de noviembre de 2023

El Muro | El Matriarcado

Las niñas mexicalenses, nacidas a partir de la década pasada, están acostumbradas a ver a mujeres en el poder político.

Han crecido con alcaldesas, diputadas, Gobernadora; muy probablemente serán universitarias, con una Presidenta en el cargo. Además, por si fuera poco, ven a sus madres, abuelas, trabajar, aportando al funcionamiento del hogar. Seguramente para ellas sonará raro cuando en alguna clase de su carrera escuchen hablar sobre mujeres sumisas o cuando la mujer no tenía derecho a votar o ser votada. Simplemente no lo comprenderán.

Foto: Imágen Ilustrativa | Freepik

Si bien es cierto la participación femenina en cargos públicos no es la solución al problema de la mujer, si representa una figura significativa de avance cultural, por eso, llama la atención que hoy, por razones no muy claras, se busque regresar a hombres, algunos cargos de elección popular en ciudades importantes de Baja California, ocupados hoy por mujeres.

Quizá, alguien en el maltriarcado (no confundir con matriarcado) determinó, con base en evidencia contundente, que ya fue suficiente de acciones afirmativas, de forzar la equidad a favor de la mujer, porque el asunto ya se resolvió aquí, aunque en el mundo, según la ONU, solo el 1 % de las mujeres, viven en un país con alto empoderamiento y una pequeña brecha de género (unwomen.org).

El patriarcado, el poder del hombre, no es algo natural, sino una construcción cultural, fortalecida, a partir del momento en el cual surgió la agricultura (“How did the patriarchy start…”). Durante miles de años, los humanos resolvían la vida cotidiana, trabajando en equipo. No era una utopía cursi, era la realidad.

Tanto hombres como mujeres, cazaban, recolectaban, hacían prendas de vestir, cuidaban a los hijos. La fuerza física no era determinante, primero por la tecnología primitiva desarrollada: una especie de lanza flechas que permite igualar la fuerza de lanzamiento, en ambos sexos (“Atlatl uses equalizes female…”)

Segundo, porque el cuerpo de la mujer, o, mejor dicho, el estrógeno, fortalece los músculos, lo suficiente, para resistir carreras de larga distancia, algo útil cuando había que perseguir a la presa, lo suficiente como para cansarla. (“Woman hunter. The physiological...”, “The myth of man hunter…”, “The theory that men evolved…”).

El matriarcado tiende a ser más cooperativo, reduce el estrés de sus integrantes y con ello, algunas enfermedades, como la alta presión. También, es generalmente armónico (“Matriliny reverses gender disparities…”, “Gender equality: the route…”).

Cuánta razón tiene Ruth Mace, bio-antropóloga, inglesa: “… si las personas equivocadas llegan al poder, el patriarcado puede regenerarse”.

Las niñas mexicalenses, nacidas a partir de la década pasada, están acostumbradas a ver a mujeres en el poder político.

Han crecido con alcaldesas, diputadas, Gobernadora; muy probablemente serán universitarias, con una Presidenta en el cargo. Además, por si fuera poco, ven a sus madres, abuelas, trabajar, aportando al funcionamiento del hogar. Seguramente para ellas sonará raro cuando en alguna clase de su carrera escuchen hablar sobre mujeres sumisas o cuando la mujer no tenía derecho a votar o ser votada. Simplemente no lo comprenderán.

Foto: Imágen Ilustrativa | Freepik

Si bien es cierto la participación femenina en cargos públicos no es la solución al problema de la mujer, si representa una figura significativa de avance cultural, por eso, llama la atención que hoy, por razones no muy claras, se busque regresar a hombres, algunos cargos de elección popular en ciudades importantes de Baja California, ocupados hoy por mujeres.

Quizá, alguien en el maltriarcado (no confundir con matriarcado) determinó, con base en evidencia contundente, que ya fue suficiente de acciones afirmativas, de forzar la equidad a favor de la mujer, porque el asunto ya se resolvió aquí, aunque en el mundo, según la ONU, solo el 1 % de las mujeres, viven en un país con alto empoderamiento y una pequeña brecha de género (unwomen.org).

El patriarcado, el poder del hombre, no es algo natural, sino una construcción cultural, fortalecida, a partir del momento en el cual surgió la agricultura (“How did the patriarchy start…”). Durante miles de años, los humanos resolvían la vida cotidiana, trabajando en equipo. No era una utopía cursi, era la realidad.

Tanto hombres como mujeres, cazaban, recolectaban, hacían prendas de vestir, cuidaban a los hijos. La fuerza física no era determinante, primero por la tecnología primitiva desarrollada: una especie de lanza flechas que permite igualar la fuerza de lanzamiento, en ambos sexos (“Atlatl uses equalizes female…”)

Segundo, porque el cuerpo de la mujer, o, mejor dicho, el estrógeno, fortalece los músculos, lo suficiente, para resistir carreras de larga distancia, algo útil cuando había que perseguir a la presa, lo suficiente como para cansarla. (“Woman hunter. The physiological...”, “The myth of man hunter…”, “The theory that men evolved…”).

El matriarcado tiende a ser más cooperativo, reduce el estrés de sus integrantes y con ello, algunas enfermedades, como la alta presión. También, es generalmente armónico (“Matriliny reverses gender disparities…”, “Gender equality: the route…”).

Cuánta razón tiene Ruth Mace, bio-antropóloga, inglesa: “… si las personas equivocadas llegan al poder, el patriarcado puede regenerarse”.