/ domingo 22 de noviembre de 2020

Madero entre nosotros

La Espiga


Francisco I. Madero, el iniciador de la Revolución Mexicana, merece un mayor y mejor reconocimiento por parte de la sociedad mexicana, la que en este Tercer Milenio busca todavía la forma de dejar atrás el subdesarrollo tercermundista y emerger como una nación próspera y fuerte, capaz de brindar cobertura en materia de derechos humanos esenciales a toda su población.

Por muchos años, la calle principal de Mexicali se llamó Porfirio Díaz como reconocimiento al Presidente que facilitó la creación de este asentamiento fronterizo para ser entregado como regalo a los inversionistas norteamericanos pertenecientes al poderoso consorcio empresarial llamado California Development Company, de donde se desprendería la Colorado River Land Company o Compañía de Terrenos del Río Colorado, la dueña de tierras y aguas de toda esta región.

Con el ascenso de los caudillos revolucionarios sonorenses se empezó por desterrar el nombre del dictador Porfirio Díaz para adoptar el del Apóstol de la Democracia creador de la frase inmortal “Sufragio Efectivo no Reelección”.

En Mexicali la avenida Porfirio Díaz comenzó a llamarse Francisco I. Madero, pero solo unas cuantas personas comprendieron la dimensión de este cambio de nomenclatura; pocos entendieron que el enorme movimiento social iniciado por Madero no solo había cambiado el nombre a las calles, sino que le había dado a México la posibilidad de adoptar un régimen constitucional, democrático y liberal, con división de poderes, dotado de un sistema jurídico capaz de asegurar la justicia social para las mayorías desheredadas.

Por eso debemos traer a Madero de vuelta a nuestra vida cívica para comprender mejor su legado y enseñanzas. Empecemos por recordar que Madero era un rico hacendado perteneciente a las familias poderosas de Coahuila, con estudios en Europa y EUA, donde conoció los principios y valores de la democracia participativa.

Merece nuestro respeto y admiración su decisión de renunciar a su vida de privilegios, comodidades y lujos para enrolarse en la penosa tarea de encabezar una insurrección armada que se proponía combatir una feroz dictadura militar, dueña del país, de todas las esferas del poder político y económico. Porfirio Díaz tenía el apoyo de los dueños del gran capital, de los latifundistas, de los inversionistas extranjeros, de los hacendados y comerciantes, además las masas empobrecidas y analfabetas no comprendían el mensaje de libertad y justicia de Madero.

Pese a todo, nuestro héroe de la Revolución de 1910 logró evadir la orden de fusilamiento que había en su contra y salió huyendo hacia EUA, en donde concibió la idea de iniciar su movimiento, primero en Coahuila y después en Chihuahua, desde donde arrancó la lucha sustentada en el Plan de San Luis Potosí fechado el 5 de octubre de 1910.

A primera vista parecía imposible que llegara a triunfar un movimiento que debía combatir contra unas fuerzas federales bien disciplinadas y equipadas para proteger todas las ciudades y pueblos de la República. Parecía imposible, pero se logró atraer a figuras relevantes del norte y sur del país; se consiguió que al joven hacendado coahuilense le tomaran en serio sus ideales democráticos y sus anhelos de justicia para los millones de parias explotados por sus patrones.

A Francisco I. Madero lo necesitamos siempre presente entre nosotros.

La Espiga


Francisco I. Madero, el iniciador de la Revolución Mexicana, merece un mayor y mejor reconocimiento por parte de la sociedad mexicana, la que en este Tercer Milenio busca todavía la forma de dejar atrás el subdesarrollo tercermundista y emerger como una nación próspera y fuerte, capaz de brindar cobertura en materia de derechos humanos esenciales a toda su población.

Por muchos años, la calle principal de Mexicali se llamó Porfirio Díaz como reconocimiento al Presidente que facilitó la creación de este asentamiento fronterizo para ser entregado como regalo a los inversionistas norteamericanos pertenecientes al poderoso consorcio empresarial llamado California Development Company, de donde se desprendería la Colorado River Land Company o Compañía de Terrenos del Río Colorado, la dueña de tierras y aguas de toda esta región.

Con el ascenso de los caudillos revolucionarios sonorenses se empezó por desterrar el nombre del dictador Porfirio Díaz para adoptar el del Apóstol de la Democracia creador de la frase inmortal “Sufragio Efectivo no Reelección”.

En Mexicali la avenida Porfirio Díaz comenzó a llamarse Francisco I. Madero, pero solo unas cuantas personas comprendieron la dimensión de este cambio de nomenclatura; pocos entendieron que el enorme movimiento social iniciado por Madero no solo había cambiado el nombre a las calles, sino que le había dado a México la posibilidad de adoptar un régimen constitucional, democrático y liberal, con división de poderes, dotado de un sistema jurídico capaz de asegurar la justicia social para las mayorías desheredadas.

Por eso debemos traer a Madero de vuelta a nuestra vida cívica para comprender mejor su legado y enseñanzas. Empecemos por recordar que Madero era un rico hacendado perteneciente a las familias poderosas de Coahuila, con estudios en Europa y EUA, donde conoció los principios y valores de la democracia participativa.

Merece nuestro respeto y admiración su decisión de renunciar a su vida de privilegios, comodidades y lujos para enrolarse en la penosa tarea de encabezar una insurrección armada que se proponía combatir una feroz dictadura militar, dueña del país, de todas las esferas del poder político y económico. Porfirio Díaz tenía el apoyo de los dueños del gran capital, de los latifundistas, de los inversionistas extranjeros, de los hacendados y comerciantes, además las masas empobrecidas y analfabetas no comprendían el mensaje de libertad y justicia de Madero.

Pese a todo, nuestro héroe de la Revolución de 1910 logró evadir la orden de fusilamiento que había en su contra y salió huyendo hacia EUA, en donde concibió la idea de iniciar su movimiento, primero en Coahuila y después en Chihuahua, desde donde arrancó la lucha sustentada en el Plan de San Luis Potosí fechado el 5 de octubre de 1910.

A primera vista parecía imposible que llegara a triunfar un movimiento que debía combatir contra unas fuerzas federales bien disciplinadas y equipadas para proteger todas las ciudades y pueblos de la República. Parecía imposible, pero se logró atraer a figuras relevantes del norte y sur del país; se consiguió que al joven hacendado coahuilense le tomaran en serio sus ideales democráticos y sus anhelos de justicia para los millones de parias explotados por sus patrones.

A Francisco I. Madero lo necesitamos siempre presente entre nosotros.