/ miércoles 17 de mayo de 2023

Entre 30 y siempre y 40 y nunca

Hoy es viernes, 2:30 de la tarde y el martes hice la estupidez más grande que uno puede hacer cuando está entre “los 30 y siempre y 40 y nunca”. Fui al gimnasio después de no sé, quizás 10 años sin hacer actividad física real. Para mi defensa debo decir que suelo caminar mucho cuando el clima en Mexicali lo permite, pero eso de concentrarse y decir “bueno, ahí vamos a hacer deporte en serio” no, definitivamente no.

A esta edad te preparas para ir a hacer deporte, no es cualquier cosa. Me fui a comprar unos nuevos tenis, ropa… ropa “que tape”. A los 20 años ir al gym era ponerse ropa corta que mostrara piel, ahora no, es todo lo contrario, ropa larga que tape. Me compré un cinturón ancho de velcro, como faja colombiana para mujer, para disimular lonjas, pero ésta era “masculina”, exactamente con la misma finalidad, pero negra y un par de guantes “Pro gym fight 3000 de luxe, con agarre neoprénico y tela anti deslizante y anti derrapante y anti estática y anti picaduras del mosquito Tse Tse”, que prometían verme fuerte como el chavo del cartón en donde venían engrapados.

Foto: Imágen Ilustrativa | Freepik

Mi outfit me salió cerca de los 3 mil pesos y llegué al gimnasio el martes. No sé si todos los gym sean así, pero yo me inscribí a uno (por casualidad) en donde todos estaban atléticos, “mamados”, dirán algunos. Recuerdo que vi a un joven que mi muslo era su brazo. No sé cuánto peso debe levantar, pero sin problema él no usa “un carrito” para mover sus garrafones de agua. Lo que también me sorprendió es que eso de llevar agua o Gatorade pasó de moda, en unos minutos de estar “calentando” en una esquina todo apenado, escuché una conversación y me dieron una cátedra de nutrición, suplementos y “asteroides”.

¿Por dónde comenzaba mi rutina? ¿Qué parte del cuerpo entrenaba?, ¿debía dividir mi cuerpo en días de la semana? No sabía y no se me ocurrió revisar antes en internet, tuve tiempo de buscar tenis y ropa que disimulara mi panza, pero no las rutinas… un asco.

Decidí hacer de todo “un poco”. En mi mente sonó una voz que parecía lúcida, correcta en ese momento: “Entrena todo un poco, como para desempolvar”. Ya sentado empecé a usar las máquinas, pero después de la primera serie (ya estoy aprendiendo a usar el léxico de gym) me sumergí en una vergüenza al ver que señoritas que podrían ser mis alumnas aguantaban más del doble del peso que yo les ponía. Resultado: Le comencé a poner más peso, podía más mi orgullo, la vergüenza, que la hernia y la espina bífida que se me punzaba.

Después de una hora de entrenar sentí dos mareos, la vista borrosa en una ocasión y movimiento en mi panza, que de seguro fue la hernia que se me acomodó. Decidí ir a la caminadora. “Esto es lo mío”, me dije. Al llegar a ella no sabía si estaba en una caminadora o en algún momento me harían el conteo para el despegue del nuevo Challenger en Cabo Cañaveral 3, 2, 1. No sabía qué apretar y cómo empezar. Botones para inclinación, rapidez, tipo de suelo, prender pantalla, abanico, medidor cardiaco, velocidad, distancia, etc. ¿Dónde está el botón que al apretar me dice “ánimo…no te desmayaras”?, pensaba.

Una mujer que estaba a mi lado me vio desorientado y me ayudó a hacerla andar. Por fin estaba en mi medio “caminar”, eso cualquiera lo sabe y yo lo sé hacer bien.

Llegué a casa ese martes en la tarde-noche, me tomé un Ibuprofeno, una cerveza, me bañé y me dormí. Lo satánico pasó el jueves en la mañana: No me podía mover, me dolía todo. Si hubiera tenido un arma quizás hubiera pensado en pegarme un tiro. Ese día me reporté enfermo. No podía ir al baño porque no me podía sentar y menos parar; ponerme una camisa era una tortura de la Inquisición, a lo único que atiné fue a darme un baño caliente y tomarme otro Ibuprofeno. Ya por la tarde seguía molido, como si un camión hubiera pasado sobre mí, así que busqué en Facebook masajes y me fui con la esperanza de recuperar mi movilidad para ir a trabajar.

Hoy es viernes, 2:47 de la tarde y hoy viene a trabajar, porque aunque aún me duele el cuerpo, ya puedo ir solo al baño aquí en la oficina a llorar cada vez que respiro, sin ser escuchado.

Hoy es viernes, 2:30 de la tarde y el martes hice la estupidez más grande que uno puede hacer cuando está entre “los 30 y siempre y 40 y nunca”. Fui al gimnasio después de no sé, quizás 10 años sin hacer actividad física real. Para mi defensa debo decir que suelo caminar mucho cuando el clima en Mexicali lo permite, pero eso de concentrarse y decir “bueno, ahí vamos a hacer deporte en serio” no, definitivamente no.

A esta edad te preparas para ir a hacer deporte, no es cualquier cosa. Me fui a comprar unos nuevos tenis, ropa… ropa “que tape”. A los 20 años ir al gym era ponerse ropa corta que mostrara piel, ahora no, es todo lo contrario, ropa larga que tape. Me compré un cinturón ancho de velcro, como faja colombiana para mujer, para disimular lonjas, pero ésta era “masculina”, exactamente con la misma finalidad, pero negra y un par de guantes “Pro gym fight 3000 de luxe, con agarre neoprénico y tela anti deslizante y anti derrapante y anti estática y anti picaduras del mosquito Tse Tse”, que prometían verme fuerte como el chavo del cartón en donde venían engrapados.

Foto: Imágen Ilustrativa | Freepik

Mi outfit me salió cerca de los 3 mil pesos y llegué al gimnasio el martes. No sé si todos los gym sean así, pero yo me inscribí a uno (por casualidad) en donde todos estaban atléticos, “mamados”, dirán algunos. Recuerdo que vi a un joven que mi muslo era su brazo. No sé cuánto peso debe levantar, pero sin problema él no usa “un carrito” para mover sus garrafones de agua. Lo que también me sorprendió es que eso de llevar agua o Gatorade pasó de moda, en unos minutos de estar “calentando” en una esquina todo apenado, escuché una conversación y me dieron una cátedra de nutrición, suplementos y “asteroides”.

¿Por dónde comenzaba mi rutina? ¿Qué parte del cuerpo entrenaba?, ¿debía dividir mi cuerpo en días de la semana? No sabía y no se me ocurrió revisar antes en internet, tuve tiempo de buscar tenis y ropa que disimulara mi panza, pero no las rutinas… un asco.

Decidí hacer de todo “un poco”. En mi mente sonó una voz que parecía lúcida, correcta en ese momento: “Entrena todo un poco, como para desempolvar”. Ya sentado empecé a usar las máquinas, pero después de la primera serie (ya estoy aprendiendo a usar el léxico de gym) me sumergí en una vergüenza al ver que señoritas que podrían ser mis alumnas aguantaban más del doble del peso que yo les ponía. Resultado: Le comencé a poner más peso, podía más mi orgullo, la vergüenza, que la hernia y la espina bífida que se me punzaba.

Después de una hora de entrenar sentí dos mareos, la vista borrosa en una ocasión y movimiento en mi panza, que de seguro fue la hernia que se me acomodó. Decidí ir a la caminadora. “Esto es lo mío”, me dije. Al llegar a ella no sabía si estaba en una caminadora o en algún momento me harían el conteo para el despegue del nuevo Challenger en Cabo Cañaveral 3, 2, 1. No sabía qué apretar y cómo empezar. Botones para inclinación, rapidez, tipo de suelo, prender pantalla, abanico, medidor cardiaco, velocidad, distancia, etc. ¿Dónde está el botón que al apretar me dice “ánimo…no te desmayaras”?, pensaba.

Una mujer que estaba a mi lado me vio desorientado y me ayudó a hacerla andar. Por fin estaba en mi medio “caminar”, eso cualquiera lo sabe y yo lo sé hacer bien.

Llegué a casa ese martes en la tarde-noche, me tomé un Ibuprofeno, una cerveza, me bañé y me dormí. Lo satánico pasó el jueves en la mañana: No me podía mover, me dolía todo. Si hubiera tenido un arma quizás hubiera pensado en pegarme un tiro. Ese día me reporté enfermo. No podía ir al baño porque no me podía sentar y menos parar; ponerme una camisa era una tortura de la Inquisición, a lo único que atiné fue a darme un baño caliente y tomarme otro Ibuprofeno. Ya por la tarde seguía molido, como si un camión hubiera pasado sobre mí, así que busqué en Facebook masajes y me fui con la esperanza de recuperar mi movilidad para ir a trabajar.

Hoy es viernes, 2:47 de la tarde y hoy viene a trabajar, porque aunque aún me duele el cuerpo, ya puedo ir solo al baño aquí en la oficina a llorar cada vez que respiro, sin ser escuchado.