/ sábado 11 de septiembre de 2021

¡Que no muera la muerte!

V I E N T O S

De pronto me encuentro explorador de mis profundidades anímicas. Me persigo a mí mismo para no herir susceptibilidades de la desilusión ajena, las más de las veces ignorada por los enjuiciadores de las carencias descoyuntadas.

Mis fantasmas, los mismos de siempre sin multiplicación, pretenden enjuiciarme por mí encerramiento; por esa evitación de contagios “microbianos” - pandemia cultural de siglos - que son minimizadores de mis sueños infantiles y de mis frustradas esperanzas de hogaño. Y como mi madre - doña Lolita preciosa (+) - me enseñó la utilidad de la lectura y con ella la ilustración desde niño, acudo, siempre y con presteza, indubitáblemente, al recurso de la lectura evitando, a cada paso, la indigestión que provoca el exceso o la impreparación temática.

Tengo suficientes libros para ilustrar mis propósitos como objetivo, pero sin destino cierto. Sobran los autores prolíficos; algunos sin calidad; otros y otras metidos - quien lo creyera - en los reductos de un romanticismo literario que yace inmovilizado por las “telarañas antañosas”. Por años, muchos, escribí cotidianamente mis tesis personales - no pocas veces coincidentes con la realidad del entorno social -, lo que me llevó a hacer Cronista de Mexicali, cosa que un exrector universitario, en una publicación especializada, soslayó. Creo que no ha entendido, como tantos otros, que la crónica va de la mano con el diarismo.

Así pues, rodando entre las líneas atinadas o no - no soy juez, soy lector - de los autores seleccionados en lo personal o por el obsequio de mis amigos como el licenciado Jesús Armando Hernández Montaño o el doctor Gabriel Trujillo Muñoz, que me favorecen con su limpia y desinteresada acción de sus desprendimientos que atesoro, estoy estructurando - imagínese la osadía -, cinco obras que tal vez, con suerte, sean obras póstumas, y así eliminar, para siempre un fantasmón “chupa sangre”.

A estas alturas, si algún lector tuvo la gentileza de leerme - con cualquier fin: positivo o no -, y se preguntará simplemente “¿Y?” ... Sólo balbucearé una intemperancia vulgar: “¡Nada!”; y que cada quien saque sus conclusiones particulares.

Alguna vez mi joven amigo e historiador afinado Óscar Hernández Valenzuela, pretendió hacerme un reportaje, supongo que para darme colorido social, elevarme a los cielos o fundirme en el infierno. Pero se sorprendió que me haya negado. Ni pudo ir a los cielos de la multiplicada familia de los dioses.... soy ateo; y Belcebú tapió sus rincones - en donde estén - porque tiene miedo que le arrebate el trono que un Dios débil le regaló. Ni siquiera se atreve a venir a Mexicali, porque no resiste el clima parrillero de la ciudad que amarró al Sol y el Diablo no lo resiste. No gusta de la competencia y este escribidor le hace demasiadas cosquillas ardientes....

Espero que mi hermano Óscar Hernández Valenzuela no tome a mal mis modos. Yo lo abrazo con mucho afecto y sinceridad, pues sé de su hombría de bien y su talento.

Y ya voy a terminar con el relato de mis fantasmas que seguirán como lapas chupándome la vida hasta el final... tan próximo y fatal... Pero no se trata de un drama; la muerte me es tan pegada a mí, que dejó en funda su guadaña y prefirió aposentarse junto conmigo, para contarnos, ella, sus fracasos; y yo los míos. A veces siento tanta lástima por ella, que terminé corriéndola de mi lado. Es muy llorona. Y en la despedida me gritó: “Chambón escribidor: el mundo no sabe vivir sin mí. ¡Y ni Dios!”. Entonces derramé unas lágrimas…