/ sábado 6 de febrero de 2021

Tutti frutti sabatini

VIENTOS

No cabe duda que la vida nos guarda muchas sorpresas: conocí a Irina Barassin Krutchenko cuando estudiaba (yo) en la ESCA del IPN, porque su hermano Iván era mi compañero y un día, sorpresivamente me invitó a comer a su casa cuando, no recuerdo porqué, le relaté que nací en Ensenada y que tuve muchos amigos rusos en un poblado aledaño en el Valle de Guadalupe.

Irina estudiaba Filosofía y Letras en la UNAM y desde el encuentro primero se instaló en su espíritu y en el mío, una cerrada amistad. Por alguna razón me interesaban las lecturas sin adivinar entonces que algún día metería las narices en las cosas escriturales.

La contabilidad me apresó porque es materia lógica que está encerrada en mi cerebro. En sí, la historia cambió cuando murió mi padre (Q.E.P.D.) y tuve que volver a mi hogar a defender el futuro de mi madre y otras 4 mujeres que por cierto es otro rollo.

En 1980 u 81, por un asunto profesional, tuve necesidad de trasladarme a Los Ángeles, California, USA. Ahí, en una reunión con maestros universitarios, conocí a Tania Natrislova. Su físico, me recordó a Irina y se lo dije. Ella me contestó que su madre se llamaba así y había sido estudiosa de la Revolución Mexicana. Me dió un vuelco mí siempre despierto instinto y le dije. “¿No es Irina Barassin?” Pegó un salto, un casi grito: “¡Sí!”. Y acto seguido echó mano a su cartera y sacó una fotografía siguiendo su Parlamento dijo, con mucha emoción: “Esta foto te la saco mi tío Iván en 1948. Tenías mucho pelo... ¿Qué pasó?”

Nos fuimos a un café cercano y ahí me platicó que su madre se había suicidado por un tonto amor. Y era muy bonita. “¡Si! Nos quisimos mucho... como amigos... Ignoro por qué no fuimos novios si tus abuelos me trataban con mucho afecto”.

Tania era casi tan hermosa como su madre, pero teniendo también los ojos azules, le faltaba la profundidad de los Irina. Y me invitó a su departamento en donde aprovechó para regalarme el último trabajo inédito de Irina sobre la “Revolución Mexicana”, claro que tuvo que leer a muchos autores, principalmente a D. A. Brading en “Caudillos y Campesinos en la Revolución Mexicana”, y por supuesto a Alan Knight, Frederic Kats, M. Joseph, Heather Foaley Jalamini, Héctor Aguilar Camín, Ian Jacobs, Linda Hall, Dudley Ankerson, Raymond Buve y Hans Werner Toblers y con especial cuidado a Charles C. Cumberland, que en sus textos históricos como todos los demás a quienes no los ahogan las pasiones que a los mexicanos nos obstaculizan esos juicios – parecieran querer desunir lo que nosotros hemos querido unir con la expresión “Revolución Mexicana”, que hoy arrastramos olvidando que fueron los propios “revolucionarios” los que se encargaron – con dignas excepciones – de desviar el sueño y las esperanzas de millones de muertos que tal experiencia nos causó.

Irina entendió muy bien el dolor y la desesperanza de los mexicanos. Fue un alma sensible. Ojalá y donde esté, piense que desde este valle de Mexicali, la recuerdo a mis casi 93 años con mucho cariño. Y lamentando, claro, que su obra más decantada, haya quedado inédita.

Y por cierto, pregúntale a tu madre si charlas en tus rezos con ella, cómo siendo ukraniana se matrimonió con un ruso.


VIENTOS

No cabe duda que la vida nos guarda muchas sorpresas: conocí a Irina Barassin Krutchenko cuando estudiaba (yo) en la ESCA del IPN, porque su hermano Iván era mi compañero y un día, sorpresivamente me invitó a comer a su casa cuando, no recuerdo porqué, le relaté que nací en Ensenada y que tuve muchos amigos rusos en un poblado aledaño en el Valle de Guadalupe.

Irina estudiaba Filosofía y Letras en la UNAM y desde el encuentro primero se instaló en su espíritu y en el mío, una cerrada amistad. Por alguna razón me interesaban las lecturas sin adivinar entonces que algún día metería las narices en las cosas escriturales.

La contabilidad me apresó porque es materia lógica que está encerrada en mi cerebro. En sí, la historia cambió cuando murió mi padre (Q.E.P.D.) y tuve que volver a mi hogar a defender el futuro de mi madre y otras 4 mujeres que por cierto es otro rollo.

En 1980 u 81, por un asunto profesional, tuve necesidad de trasladarme a Los Ángeles, California, USA. Ahí, en una reunión con maestros universitarios, conocí a Tania Natrislova. Su físico, me recordó a Irina y se lo dije. Ella me contestó que su madre se llamaba así y había sido estudiosa de la Revolución Mexicana. Me dió un vuelco mí siempre despierto instinto y le dije. “¿No es Irina Barassin?” Pegó un salto, un casi grito: “¡Sí!”. Y acto seguido echó mano a su cartera y sacó una fotografía siguiendo su Parlamento dijo, con mucha emoción: “Esta foto te la saco mi tío Iván en 1948. Tenías mucho pelo... ¿Qué pasó?”

Nos fuimos a un café cercano y ahí me platicó que su madre se había suicidado por un tonto amor. Y era muy bonita. “¡Si! Nos quisimos mucho... como amigos... Ignoro por qué no fuimos novios si tus abuelos me trataban con mucho afecto”.

Tania era casi tan hermosa como su madre, pero teniendo también los ojos azules, le faltaba la profundidad de los Irina. Y me invitó a su departamento en donde aprovechó para regalarme el último trabajo inédito de Irina sobre la “Revolución Mexicana”, claro que tuvo que leer a muchos autores, principalmente a D. A. Brading en “Caudillos y Campesinos en la Revolución Mexicana”, y por supuesto a Alan Knight, Frederic Kats, M. Joseph, Heather Foaley Jalamini, Héctor Aguilar Camín, Ian Jacobs, Linda Hall, Dudley Ankerson, Raymond Buve y Hans Werner Toblers y con especial cuidado a Charles C. Cumberland, que en sus textos históricos como todos los demás a quienes no los ahogan las pasiones que a los mexicanos nos obstaculizan esos juicios – parecieran querer desunir lo que nosotros hemos querido unir con la expresión “Revolución Mexicana”, que hoy arrastramos olvidando que fueron los propios “revolucionarios” los que se encargaron – con dignas excepciones – de desviar el sueño y las esperanzas de millones de muertos que tal experiencia nos causó.

Irina entendió muy bien el dolor y la desesperanza de los mexicanos. Fue un alma sensible. Ojalá y donde esté, piense que desde este valle de Mexicali, la recuerdo a mis casi 93 años con mucho cariño. Y lamentando, claro, que su obra más decantada, haya quedado inédita.

Y por cierto, pregúntale a tu madre si charlas en tus rezos con ella, cómo siendo ukraniana se matrimonió con un ruso.