/ sábado 17 de julio de 2021

Tutti frutti sabatini

VIENTOS

Tener imaginación; suponer cosas de alguna manera anticipadas las evidencias de los sueños; no temerle a la muerte y pensar encararla en su momento con una sonrisa... eso es vivir. Lo demás son “chipotes” de la vida.

No se enfrenta el humano con la muerte si no ha vivido teniéndola como hermana en el proceso del vivir y si la vejez, la superior, la ancianidad pues, no suman satisfacciones al final de su camino para poder repetir con el poeta clásico: “Vida, nada te debo; vida, estamos en paz”.

El largo “metraje” anterior tiene una causa feliz: mis familiares ensenadenses ahora ubicados en su origen unos y otros - en fundición sanguínea novedosa en Yuma, Arizona, EUA - tuvieron la ocurrencia de aprovechar el bautizo de sus niños (“los clones”) y con la presencia de sus abuelos ensenadenses, mis sobrinos Oswaldo Pérez Pardo y la encantadora Lorena Ávila y mi hermosa sobrina Sonia Lizeth y su hermano Valente, ambos Rocha Pardo, para disfrazar de fiesta- banquete quizá la despedida del “viejo de la tribu” (yo), arropado con retintines de campanas de fiesta para el adiós también iluminado por los fuegos pirotécnicos del amor familiar.

Al temporizar los entusiasmos del hoy que en mí huelen a trapos viejos y a carnes magras, vienen, eso es claro, los viejos ánimos de una memoria que ni el “alemán” ha podido defenestrar del cerebro de este animal intrascendente (como me clasificó María del Socorro) que se prende de las lianas de su apellido que bien ha servido a muchos como un Tarzán renovado entre las “selvas africanas” en donde leones y gorilas lo respetan reconociéndolo como algo un poco más allá de entusiasmos “chabacanos” porque su mente selvática no dio para más…

Un poco pues, hundido en los recuerdos en que abundan los que esplenden con brillo único en el espíritu del intrascendente autor de estas líneas sabatinas - antes cotidianas - que afirmó recibieron el aplauso trascendente de aquellos que encontraron acomodo inteligente en mis razones, críticas y juicios mundanos, esos que encadenan y cierran los círculos colectivos que tanto aprecio de mis maestros Rosseau y Kelsen - que la canalla soslaya - y que hicieron llegar mensajes que agradezco y para siempre, porque sirven de adorno pretencioso a mi creación escritural sin misterios... Y eso es lo único que es mío, legítimo, indubitable, más allá de aquellos que dudan de sí mismos porque las luces se esfuman en las sombras del no ser…

Pero lo que aquí brilla mejor es la “abuelada”. Eso de seguir la huella de los “peques” capaces de los peores estropicios en su inocencia, pero vitales. Y la capacidad del resto para, siendo testigos, se aprontan a ser activos cuidanderos de los mismos. “Y volver, volver, volver...”.

Retornar a tiempo viejo, el propio, cuando Panchito Delgado, mi gran amigo desde niño, al paso veloz en su auto junto al mío, frente al templo del Perpetuo Socorro en la colonia Nueva, me gritó, yo con mi esposa a un lado: “Jaime: ¿Qué se siente dormir con una abuelita?”.

Mis adorados “clones” son: ella, Alba Clarissa, todavía de brazos. Y el varoncito, bravo, “macho”, Aldo Galileo, y ambos hijos de mis muy queridos sobrinos Francisco Bustillos y Paola Pérez Ávila. Es la vida y se empieza a morir cuando los apellidos se mueren. ¿Y?

“Gracias a la vida que me ha dado tanto”. dice la canción... y lo repito con entusiasmo... pero sigo pagando el viaje final.... hasta el último momento. ¿El viaje de usted, el final, es gratis? ¡Ojalá!

VIENTOS

Tener imaginación; suponer cosas de alguna manera anticipadas las evidencias de los sueños; no temerle a la muerte y pensar encararla en su momento con una sonrisa... eso es vivir. Lo demás son “chipotes” de la vida.

No se enfrenta el humano con la muerte si no ha vivido teniéndola como hermana en el proceso del vivir y si la vejez, la superior, la ancianidad pues, no suman satisfacciones al final de su camino para poder repetir con el poeta clásico: “Vida, nada te debo; vida, estamos en paz”.

El largo “metraje” anterior tiene una causa feliz: mis familiares ensenadenses ahora ubicados en su origen unos y otros - en fundición sanguínea novedosa en Yuma, Arizona, EUA - tuvieron la ocurrencia de aprovechar el bautizo de sus niños (“los clones”) y con la presencia de sus abuelos ensenadenses, mis sobrinos Oswaldo Pérez Pardo y la encantadora Lorena Ávila y mi hermosa sobrina Sonia Lizeth y su hermano Valente, ambos Rocha Pardo, para disfrazar de fiesta- banquete quizá la despedida del “viejo de la tribu” (yo), arropado con retintines de campanas de fiesta para el adiós también iluminado por los fuegos pirotécnicos del amor familiar.

Al temporizar los entusiasmos del hoy que en mí huelen a trapos viejos y a carnes magras, vienen, eso es claro, los viejos ánimos de una memoria que ni el “alemán” ha podido defenestrar del cerebro de este animal intrascendente (como me clasificó María del Socorro) que se prende de las lianas de su apellido que bien ha servido a muchos como un Tarzán renovado entre las “selvas africanas” en donde leones y gorilas lo respetan reconociéndolo como algo un poco más allá de entusiasmos “chabacanos” porque su mente selvática no dio para más…

Un poco pues, hundido en los recuerdos en que abundan los que esplenden con brillo único en el espíritu del intrascendente autor de estas líneas sabatinas - antes cotidianas - que afirmó recibieron el aplauso trascendente de aquellos que encontraron acomodo inteligente en mis razones, críticas y juicios mundanos, esos que encadenan y cierran los círculos colectivos que tanto aprecio de mis maestros Rosseau y Kelsen - que la canalla soslaya - y que hicieron llegar mensajes que agradezco y para siempre, porque sirven de adorno pretencioso a mi creación escritural sin misterios... Y eso es lo único que es mío, legítimo, indubitable, más allá de aquellos que dudan de sí mismos porque las luces se esfuman en las sombras del no ser…

Pero lo que aquí brilla mejor es la “abuelada”. Eso de seguir la huella de los “peques” capaces de los peores estropicios en su inocencia, pero vitales. Y la capacidad del resto para, siendo testigos, se aprontan a ser activos cuidanderos de los mismos. “Y volver, volver, volver...”.

Retornar a tiempo viejo, el propio, cuando Panchito Delgado, mi gran amigo desde niño, al paso veloz en su auto junto al mío, frente al templo del Perpetuo Socorro en la colonia Nueva, me gritó, yo con mi esposa a un lado: “Jaime: ¿Qué se siente dormir con una abuelita?”.

Mis adorados “clones” son: ella, Alba Clarissa, todavía de brazos. Y el varoncito, bravo, “macho”, Aldo Galileo, y ambos hijos de mis muy queridos sobrinos Francisco Bustillos y Paola Pérez Ávila. Es la vida y se empieza a morir cuando los apellidos se mueren. ¿Y?

“Gracias a la vida que me ha dado tanto”. dice la canción... y lo repito con entusiasmo... pero sigo pagando el viaje final.... hasta el último momento. ¿El viaje de usted, el final, es gratis? ¡Ojalá!