Vientos
Plinio el Viejo decía que “ningún gobierno es más aborrecido que aquel que más conviene al pueblo”. Este año los mexicanos vamos a confirmar esa sentencia cuando en octubre se celebre el 50 aniversario de una catástrofe social que se inició con un simple pleito de jovencitos secundarianos y fue aprovechado por líderes pseudo izquierdistas que lograron entrampar a México.
Era presidente de México el licenciado Gustavo Díaz Ordaz, un estadista y un guía enérgico que luego perdió el pueblo disfrazándolo de monstruo cuando se vio obligado a cumplir con el mandato constitucional de poner orden usando la coacción legal.
En octubre unos cuantos sobrevivientes de esa etapa dramática y una gran mayoría de alebrestados que hoy encuentran en el festejo sombrío y solo de oídas porque aún no nacían, motivo para volver a alterar el orden cuando nuestra nación está exigiendo paz y tranquilidad.
Para entonces ya sabremos “cómo masca la iguana” política. Si habrá un presidente enérgico u otra vez la repetición de uno débil que ha preferido el diálogo inteligente al uso de la fuerza que le es legal, lo que demuestra y muestra que los mexicanos sólo entendemos si la paz es porfiriana o de menos daño como la ejercida por Díaz Ordaz.
Recuerdo en estos momentos la frase legendaria de don Porfirio antes de abordar el “Ipiranga” para exiliarse a París: “Ya soltaron al tigre, a ver quién lo sujeta de la cola”. ¿Y sabe usted? Salvo la etapa de los revolucionarios de sombrero de charro o vaquero y pistolas al cinto, a partir de la muerte de Álvaro Obregón, nadie más, excepto Díaz Ordaz supo ponerle el cascabel a la cola del tigre.
No se ve en el horizonte político a nadie que responda con esas galas. Buenos para el parlamento, malos para hacerle frente a la vergonzosa realidad de una violencia que ridiculiza a nuestras fuerzas armadas cada vez que el pelafustanerío se le ocurre, porque no al pueblo limpio que quiere paz y tranquilidad para lograr encauzarse por el buen camino. Son más los buenos que los atacados por la furia de la desesperanza o de la malvivencia que también es culpa de gobiernos desajustados e inclinados a la corrupción. No se ve en los cuatro pretensos, ninguna gala de estadista ni de tamaños para ser estadistas y guías firmes de una nación que cada día se descompone más precisamente por evitar la política enérgica según los modernismos de la política a la mexicana.
Aunque les duela hace falta otro Díaz Ordaz y sus bien plantadas masculinidades. ¿Quién le agarrará la cola al tigre suelto?