/ sábado 5 de diciembre de 2020

A cierta edad

PENSARES

Dicen que a cierta edad las personas nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina y que nos volvemos inexistentes para un mundo que solo cabe el ímpetu de los años muy jóvenes, las figuras delgadas y espectaculares.

Yo no sé si me habré vuelto invisible para el mundo, es muy probable, pero nunca fui tan consciente de mi existencia como ahora, nunca me sentí tan protagonista de mi vida y nunca disfruté tanto cada momento de mi vida.

Descubrí que no soy un príncipe de cuentos de hadas, por suerte, debe ser muy aburrido. Descubrí al ser humano que sencillamente soy con sus miserias y sus grandezas; descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecto, de estar lleno de defectos, de tener debilidades, de equivocarme, de hacer cosas indebidas, de no responder a las expectativas de los demás y a pesar de eso, quererme mucho.

Cuando me miro al espejo ya no busco al que fui, sonrío al que soy; celebro la posibilidad de elegir a cada instante quien quiero ser; me alegro del camino andado, de la experiencia que me dieron estos años; asumo mis contradicciones, valoro lo recorrido. Tan mal no me fue, estoy acá.

Qué bien vivir sin la obsesión de la perfección, después de todo cuando decidí que no quería la perfección comencé a accionar y alcanzar objetivos. Qué bien no sentir ese desasosiego que produce correr permanentemente buscando que todos te quieran; qué bueno está empezar a quererse y respetarse uno.

Qué maravilla reconocer que la felicidad está tan cerca de nosotros, tan relacionada con nuestras búsquedas y nuestros mágicos encuentros interiores. Qué suerte haber comprendido que la magia y el poder no están en el afuera, sino en mí.

PENSARES

Dicen que a cierta edad las personas nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina y que nos volvemos inexistentes para un mundo que solo cabe el ímpetu de los años muy jóvenes, las figuras delgadas y espectaculares.

Yo no sé si me habré vuelto invisible para el mundo, es muy probable, pero nunca fui tan consciente de mi existencia como ahora, nunca me sentí tan protagonista de mi vida y nunca disfruté tanto cada momento de mi vida.

Descubrí que no soy un príncipe de cuentos de hadas, por suerte, debe ser muy aburrido. Descubrí al ser humano que sencillamente soy con sus miserias y sus grandezas; descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecto, de estar lleno de defectos, de tener debilidades, de equivocarme, de hacer cosas indebidas, de no responder a las expectativas de los demás y a pesar de eso, quererme mucho.

Cuando me miro al espejo ya no busco al que fui, sonrío al que soy; celebro la posibilidad de elegir a cada instante quien quiero ser; me alegro del camino andado, de la experiencia que me dieron estos años; asumo mis contradicciones, valoro lo recorrido. Tan mal no me fue, estoy acá.

Qué bien vivir sin la obsesión de la perfección, después de todo cuando decidí que no quería la perfección comencé a accionar y alcanzar objetivos. Qué bien no sentir ese desasosiego que produce correr permanentemente buscando que todos te quieran; qué bueno está empezar a quererse y respetarse uno.

Qué maravilla reconocer que la felicidad está tan cerca de nosotros, tan relacionada con nuestras búsquedas y nuestros mágicos encuentros interiores. Qué suerte haber comprendido que la magia y el poder no están en el afuera, sino en mí.

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