/ sábado 11 de agosto de 2018

Ingenuidad

Pensares

Llevaba allí un día entero inmóvil, sin apenas respirar, los ojos rojos de tanto llorar y la mirada fija en el blanco techo de su habitación, sabía que había cometido el mayor error de su vida, era consciente de ello, pero también sabía que sus lamentaciones de nada servirían.

Con un simple sí, había aceptado convertirse en asesina y arruinar una vida, no, más bien arruinar dos vidas, porque también la suya propia carecía ya de valor alguno, hace unas pocas semanas todo parecía tan agradable, tan inesperadamente perfecto, había sido realmente tonta si en su ciega ingenuidad llegó a creer que verdaderamente él amaba, nunca la había querido más que al resto de sus dulces muñecas y nunca lo haría.

Sin embargo ella se había dejado engañar, incluso utilizar, después de aquel día todo había ido sobre ruedas, hasta que sus dudas se confirmaron y por fin alcanzó a ver cuán lejos había llegado el juego, el día que decidió contárselo a sus padres, quería creer que ya ni lo recordaría, pero no era así, jamás se le podrían borrar de la memoria, sus padres se habían encerrado en el salón durante horas, oyó gritos, llantos, sabía que habían realizado un par de llamadas, pero nada más.

Al anochecer cuando vio abrirse la puerta del salón, el pulso se aceleró tremendamente, pero se mantuvo firme, su padre pasó a su lado sin siquiera mirarla, como si no existiese y se apoyó junto a la entrada de la casa, segundos más tarde apareció su madre, se acercó a ella y tranquilamente con extrema suavidad le dijo: Que había conseguido una cita de urgencia a la semana siguiente en una clínica privada por supuesto, tras una breve pausa le dijo que aunque era preferible que aceptase, evidentemente podía negarse, a pesar de esta última puntualización ella sabía lo que su madre deseaba y también que realmente no tenía elección, recordaba haber contestado con un vago “Sí” seguido de un portazo, su padre se había ido sin un adiós, una mirada, nada.

Esa semana pasó como un suspiro… y ayer en la clínica.

Pero ahora ya había pasado todo y allí estaba ella, frágil como una hoja a la que el viento mece suavemente, tenía muchos dolores aún y grandes molestias, pero ninguno de aquellos dolores podía compararse a otro superior a todos, el de saberse despreciable y sobretodo asesina.


Pensares

Llevaba allí un día entero inmóvil, sin apenas respirar, los ojos rojos de tanto llorar y la mirada fija en el blanco techo de su habitación, sabía que había cometido el mayor error de su vida, era consciente de ello, pero también sabía que sus lamentaciones de nada servirían.

Con un simple sí, había aceptado convertirse en asesina y arruinar una vida, no, más bien arruinar dos vidas, porque también la suya propia carecía ya de valor alguno, hace unas pocas semanas todo parecía tan agradable, tan inesperadamente perfecto, había sido realmente tonta si en su ciega ingenuidad llegó a creer que verdaderamente él amaba, nunca la había querido más que al resto de sus dulces muñecas y nunca lo haría.

Sin embargo ella se había dejado engañar, incluso utilizar, después de aquel día todo había ido sobre ruedas, hasta que sus dudas se confirmaron y por fin alcanzó a ver cuán lejos había llegado el juego, el día que decidió contárselo a sus padres, quería creer que ya ni lo recordaría, pero no era así, jamás se le podrían borrar de la memoria, sus padres se habían encerrado en el salón durante horas, oyó gritos, llantos, sabía que habían realizado un par de llamadas, pero nada más.

Al anochecer cuando vio abrirse la puerta del salón, el pulso se aceleró tremendamente, pero se mantuvo firme, su padre pasó a su lado sin siquiera mirarla, como si no existiese y se apoyó junto a la entrada de la casa, segundos más tarde apareció su madre, se acercó a ella y tranquilamente con extrema suavidad le dijo: Que había conseguido una cita de urgencia a la semana siguiente en una clínica privada por supuesto, tras una breve pausa le dijo que aunque era preferible que aceptase, evidentemente podía negarse, a pesar de esta última puntualización ella sabía lo que su madre deseaba y también que realmente no tenía elección, recordaba haber contestado con un vago “Sí” seguido de un portazo, su padre se había ido sin un adiós, una mirada, nada.

Esa semana pasó como un suspiro… y ayer en la clínica.

Pero ahora ya había pasado todo y allí estaba ella, frágil como una hoja a la que el viento mece suavemente, tenía muchos dolores aún y grandes molestias, pero ninguno de aquellos dolores podía compararse a otro superior a todos, el de saberse despreciable y sobretodo asesina.


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