/ sábado 21 de agosto de 2021

No tienen precio

PENSARES

Hace unos años, mientras buscaba gangas en una tienda de segunda mano, encontré un rollo entero de cinta. Necesitaba cinta para unos paquetes y todos estaban puestos a 49 centavos, todos, excepto el que yo quería. La etiqueta indicaba 79 centavos.

¿Pero éste tiene que costar 30 centavos más que el resto?, me pregunté.

La etiqueta estaba pegada en la cinta y no en la cartulina del centro. Empecé a suponer que se había despegado de otro producto y se había enganchado en la cinta. Así que la saqué y fui a la sección de pagar. Cuando la dependiente me preguntó cuánto costaba la cinta, le dije que eran 49 centavos. Le entregué un peso y me devolvió el cambio.

Al día siguiente, mientras ataba la cinta a los paquetes, volví a pensar en la discrepancia de precio: ¿Tu integridad solo vale 30 centavos?, me pregunté. Dónde estaba mi conciencia. Al pensar de ese modo me di cuenta de la mala decisión que había tomado.

La siguiente vez que fui a la ciudad volví a la tienda de segunda mano. Después de explicarle a la dependiente lo que había hecho, le di 50 centavos y le dije que se quedara con el cambio. Después salí de la tienda con mi integridad intacta. Desde entonces, cuando siento la tentación de hacer algo mal, me pregunto: ¿Vale mi integridad cuando te das cuenta de lo que se podría perder?

Los beneficios a corto plazo del pecado no compensan. Un carácter firme y una conciencia limpia no tienen precio.

PENSARES

Hace unos años, mientras buscaba gangas en una tienda de segunda mano, encontré un rollo entero de cinta. Necesitaba cinta para unos paquetes y todos estaban puestos a 49 centavos, todos, excepto el que yo quería. La etiqueta indicaba 79 centavos.

¿Pero éste tiene que costar 30 centavos más que el resto?, me pregunté.

La etiqueta estaba pegada en la cinta y no en la cartulina del centro. Empecé a suponer que se había despegado de otro producto y se había enganchado en la cinta. Así que la saqué y fui a la sección de pagar. Cuando la dependiente me preguntó cuánto costaba la cinta, le dije que eran 49 centavos. Le entregué un peso y me devolvió el cambio.

Al día siguiente, mientras ataba la cinta a los paquetes, volví a pensar en la discrepancia de precio: ¿Tu integridad solo vale 30 centavos?, me pregunté. Dónde estaba mi conciencia. Al pensar de ese modo me di cuenta de la mala decisión que había tomado.

La siguiente vez que fui a la ciudad volví a la tienda de segunda mano. Después de explicarle a la dependiente lo que había hecho, le di 50 centavos y le dije que se quedara con el cambio. Después salí de la tienda con mi integridad intacta. Desde entonces, cuando siento la tentación de hacer algo mal, me pregunto: ¿Vale mi integridad cuando te das cuenta de lo que se podría perder?

Los beneficios a corto plazo del pecado no compensan. Un carácter firme y una conciencia limpia no tienen precio.

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