/ miércoles 12 de enero de 2022

¿Cursi yo?

EL MURO

¿Cursi yo? Cursis las espumosas olas que tocan tu límpida piel; cursi el resplandeciente sol que cede ante tu belleza encantadora; cursi el rugiente mistral empeñoso en mecer tu larga cabellera. En otras palabras: Cursi la vida que te ha puesto en mi camino y a la cual le estaré eternamente agradecido.

La cursilería, hija directa de la pasión desbordante e incontrolada, no es necesariamente mala por el simple hecho de ser ridícula, es mala por ser falsamente sustanciosa, aunque eso sí, muy potente a los oídos de alguien embelesado ante la figura del dicente. “Y pensar que pudimos/ en una onda secreta/ de embriaguez deslizarnos/ valsando un vals sin fin por el planeta”, escribió López Velarde.

Atardecer reflexión

Foto: Pixabay

Los cursis no solo recitan poesía, cursis también fueron aquellos quienes aquel enero de 2017 creyeron que una rebelión se gestaba en el norte, que Mexicali era punta de lanza de un movimiento civil el cual terminaría por derrocar al ominoso sistema, para instaurar el gobierno en manos del siempre sabio Pueblo, con Pe mayúscula, con Pe de Poderoso.

Los cursis construyeron consignas nuevas, gritaron, ofendieron, golpearon, destruyeron, se vieron a sí mismos como la reencarnación del Che Guevara; imaginaron que en las manifestaciones del Centro de Gobierno nacía un brote de aquella lucha inconclusa, iniciada por los hermanos zapatistas, en el sur de nuestro país, un mes de enero, pero del ya lejano 1994.

El problema del cursi es no sentirse como tal. Obnubilado, ciego, sordo, ignora todas las señales de error, para concentrarse en lo que lo hace feliz o en lo que canaliza sus frustraciones o su enojo con los humanos o con el rumbo tomado por la vida, lejos del paraíso soñado. Los únicos ganadores de todo este galimatías son los cantantes de rock y los fotógrafos de prensa, quienes se surten de material que les reditúa ganancias.

Una nueva variante de cursis arribó el 2020, cuando miles de ansiosos por el encierro obligado visualizaron un mundo mejor, lleno de gente bondadosa, una vez concluida la pandemia covidiana. No existía razón alguna para creer en eso, como el tiempo nos lo ha confirmado, pero la mente necesita encontrar caminos para desfogar los malos sentimientos y dar así cabida a la esperanza.

Bueno sería que los problemas se arreglaran con mucha pasión y frases ridículas, pero resulta que desafortunadamente todo lo que sufrimos, como la desigualdad social, la codicia, la pobreza, los abusos, la explotación laboral, la violencia, la contaminación, es en buena medida responsabilidad de cada uno de nosotros y para resolverlos se requiere, además de cursilería, mucho cerebro, empeño, honestidad, valor civil, fortaleza mental, constancia, pero sobre todo paciencia, una de madera, sorda, vegetal…

vicmarcen09@gmail.com

EL MURO

¿Cursi yo? Cursis las espumosas olas que tocan tu límpida piel; cursi el resplandeciente sol que cede ante tu belleza encantadora; cursi el rugiente mistral empeñoso en mecer tu larga cabellera. En otras palabras: Cursi la vida que te ha puesto en mi camino y a la cual le estaré eternamente agradecido.

La cursilería, hija directa de la pasión desbordante e incontrolada, no es necesariamente mala por el simple hecho de ser ridícula, es mala por ser falsamente sustanciosa, aunque eso sí, muy potente a los oídos de alguien embelesado ante la figura del dicente. “Y pensar que pudimos/ en una onda secreta/ de embriaguez deslizarnos/ valsando un vals sin fin por el planeta”, escribió López Velarde.

Atardecer reflexión

Foto: Pixabay

Los cursis no solo recitan poesía, cursis también fueron aquellos quienes aquel enero de 2017 creyeron que una rebelión se gestaba en el norte, que Mexicali era punta de lanza de un movimiento civil el cual terminaría por derrocar al ominoso sistema, para instaurar el gobierno en manos del siempre sabio Pueblo, con Pe mayúscula, con Pe de Poderoso.

Los cursis construyeron consignas nuevas, gritaron, ofendieron, golpearon, destruyeron, se vieron a sí mismos como la reencarnación del Che Guevara; imaginaron que en las manifestaciones del Centro de Gobierno nacía un brote de aquella lucha inconclusa, iniciada por los hermanos zapatistas, en el sur de nuestro país, un mes de enero, pero del ya lejano 1994.

El problema del cursi es no sentirse como tal. Obnubilado, ciego, sordo, ignora todas las señales de error, para concentrarse en lo que lo hace feliz o en lo que canaliza sus frustraciones o su enojo con los humanos o con el rumbo tomado por la vida, lejos del paraíso soñado. Los únicos ganadores de todo este galimatías son los cantantes de rock y los fotógrafos de prensa, quienes se surten de material que les reditúa ganancias.

Una nueva variante de cursis arribó el 2020, cuando miles de ansiosos por el encierro obligado visualizaron un mundo mejor, lleno de gente bondadosa, una vez concluida la pandemia covidiana. No existía razón alguna para creer en eso, como el tiempo nos lo ha confirmado, pero la mente necesita encontrar caminos para desfogar los malos sentimientos y dar así cabida a la esperanza.

Bueno sería que los problemas se arreglaran con mucha pasión y frases ridículas, pero resulta que desafortunadamente todo lo que sufrimos, como la desigualdad social, la codicia, la pobreza, los abusos, la explotación laboral, la violencia, la contaminación, es en buena medida responsabilidad de cada uno de nosotros y para resolverlos se requiere, además de cursilería, mucho cerebro, empeño, honestidad, valor civil, fortaleza mental, constancia, pero sobre todo paciencia, una de madera, sorda, vegetal…

vicmarcen09@gmail.com