/ lunes 3 de septiembre de 2018

El muro

¡Viva la gerontocracia!

La historia de “El rey Lear” es la de un necio gobernante anciano, arrogante, impulsivo, que terminó en una tragedia para su familia y su reino.

“Es lo malo de la edad. Aunque la verdad es que nunca supo dominarse”, comenta una de sus hijas, mientras la otra responde: “Si en su época mejor fue siempre arrebatado, de su vejez ya podemos esperar no sólo los vicios de un carácter arraigado, sino también la tozudez que trae consigo la débil e iracunda ancianidad”. Pocos como Shakespeare para retratar la condición humana en cada una de sus variantes: “Este hábito de venerar la vejez nos amarga los mejores años de nuestra vida y nos priva de nuestro bien hasta que la edad no nos deja gozarlos.

Esta opresión de la tiránica vejez empiezo a sentirla como una servidumbre estúpida y vana…”. La gerontocracia es el gobierno de los ancianos (donde anciano significa etimológicamente “el de antes”) una figura que estrictamente debería corresponder a la Cámara de Senadores, ya que Senado deriva del latín senex o “el viejo”, pero como el artículo 58 constitucional establece que la edad mínima para ocupar el cargo es de 25 años, quizá ya no debería nombrársele así. Hay algo de sentido en creer que el paso de los años le va colmando a uno de sabiduría para entender la vida, por lo que pasa a convertirse en una especie de útil asesor de los demás, “coaching” le dicen hoy, pero el problema es que no necesariamente ocurre de esa forma. “El Bronco” -al término del debate en Tijuana- contó una anécdota que no pudo completar en su participación, referente a la edad del hoy Presidente electo. Es un relato de su infancia campirana, de un “Bronquito” soberbio que presumía saber hacer muchas cosas hasta que el abuelo lo reprendió, para luego precisarle que era la preparación, la práctica y otras tantas virtudes lo que tenía valor, no tanto la edad, porque de lo contrario “no habría tanto viejito sonso…”. Para Confucio la sabiduría no es producto de la edad ni algo que se lograba en todos, aunque había virtuosos que tienen el privilegio de nacer con ese don: “Aquellos que nacieron con sabiduría son los más grandes. Luego siguen aquellos que la consiguen a través del estudio.

Luego vienen quienes estudian porque están cansados de los problemas. La gente común, aquellos que no se esfuerzan para estudiar aun teniendo problemas, son los más bajos”. El próximo gabinete tiene una media de 58 años (el equipo de Zedillo, 46), siendo el mayor el próximo titular de Comunicaciones y Transportes, con 80 años; la más joven, la secretaria del Trabajo con 30, sin incluir la curiosa coincidencia de que el Secretario de Turismo se apellida Torruco (tiene 66 años). La cosa es que no podemos establecer a priori que el nuevo equipo será eficaz solo por su edad, ya que en ocasiones 40 años de experiencia -por citar un ejemplo- en realidad significa un año repetido 40 veces, por aquello de que no existe innovación, ajustes tras las equivocaciones, gracias a que en el caso del poder predomina la adulación de los zalameros. Ya veremos.


¡Viva la gerontocracia!

La historia de “El rey Lear” es la de un necio gobernante anciano, arrogante, impulsivo, que terminó en una tragedia para su familia y su reino.

“Es lo malo de la edad. Aunque la verdad es que nunca supo dominarse”, comenta una de sus hijas, mientras la otra responde: “Si en su época mejor fue siempre arrebatado, de su vejez ya podemos esperar no sólo los vicios de un carácter arraigado, sino también la tozudez que trae consigo la débil e iracunda ancianidad”. Pocos como Shakespeare para retratar la condición humana en cada una de sus variantes: “Este hábito de venerar la vejez nos amarga los mejores años de nuestra vida y nos priva de nuestro bien hasta que la edad no nos deja gozarlos.

Esta opresión de la tiránica vejez empiezo a sentirla como una servidumbre estúpida y vana…”. La gerontocracia es el gobierno de los ancianos (donde anciano significa etimológicamente “el de antes”) una figura que estrictamente debería corresponder a la Cámara de Senadores, ya que Senado deriva del latín senex o “el viejo”, pero como el artículo 58 constitucional establece que la edad mínima para ocupar el cargo es de 25 años, quizá ya no debería nombrársele así. Hay algo de sentido en creer que el paso de los años le va colmando a uno de sabiduría para entender la vida, por lo que pasa a convertirse en una especie de útil asesor de los demás, “coaching” le dicen hoy, pero el problema es que no necesariamente ocurre de esa forma. “El Bronco” -al término del debate en Tijuana- contó una anécdota que no pudo completar en su participación, referente a la edad del hoy Presidente electo. Es un relato de su infancia campirana, de un “Bronquito” soberbio que presumía saber hacer muchas cosas hasta que el abuelo lo reprendió, para luego precisarle que era la preparación, la práctica y otras tantas virtudes lo que tenía valor, no tanto la edad, porque de lo contrario “no habría tanto viejito sonso…”. Para Confucio la sabiduría no es producto de la edad ni algo que se lograba en todos, aunque había virtuosos que tienen el privilegio de nacer con ese don: “Aquellos que nacieron con sabiduría son los más grandes. Luego siguen aquellos que la consiguen a través del estudio.

Luego vienen quienes estudian porque están cansados de los problemas. La gente común, aquellos que no se esfuerzan para estudiar aun teniendo problemas, son los más bajos”. El próximo gabinete tiene una media de 58 años (el equipo de Zedillo, 46), siendo el mayor el próximo titular de Comunicaciones y Transportes, con 80 años; la más joven, la secretaria del Trabajo con 30, sin incluir la curiosa coincidencia de que el Secretario de Turismo se apellida Torruco (tiene 66 años). La cosa es que no podemos establecer a priori que el nuevo equipo será eficaz solo por su edad, ya que en ocasiones 40 años de experiencia -por citar un ejemplo- en realidad significa un año repetido 40 veces, por aquello de que no existe innovación, ajustes tras las equivocaciones, gracias a que en el caso del poder predomina la adulación de los zalameros. Ya veremos.