/ miércoles 24 de enero de 2024

El Muro | El turismo

Ninguna ciudad en el mundo está obligada a inventar opciones recreativas para garantizar el entretenimiento, porque las comunidades no son un parque de diversiones gigante; ni sus habitantes, monos exóticos en aparador.

Una ciudad es el espacio de la gente, de su gente. Un sitio óptimo, limpio, ordenado, facilitador de convivencias, consciente de sus raíces, protegido, mejorado de forma constante, prioritario para la autoridad.

Foto: Sergio Caro | La Voz de la Frontera

Preocuparse porque el fuereño acusa a Mexicali de “no tener nada qué contemplar o hacer” es perder el tiempo. Hacerle caso implica forzar la realidad para hacerla digerible, atractiva, vendible. Sin duda existen espacios naturales o construidos por el humano, que cuentan una historia por sí solos e invitan a la meditación. Ese no es nuestro caso.

El turismo, o sea, arribar a un sitio esperando encontrar algo maravilloso, es una invención reciente. La gente se mueve por necesidad, migra. Sin embargo, el turista lo hace por vanidad en busca de un acto purificador de su alma (“The case against travel”).

Para mediados del siglo XIX, en Inglaterra aparecieron los primeros tours ida y vuelta todo incluido, gracias al desarrollo de los trenes. Un siglo antes, la gente exploraba sitios naturales, apoyados con un instrumento peculiar, el Espejo Claude, en el cual podía contemplarse los escenarios como si hubieran sido pintados por Claude Lorrain.

El turismo genera suficiente plata, tanto como el 10% del Producto Interno Bruto Mundial (World Travel & Tourism Council), pero también mucha contaminación, tanta como el 8% del total de gases de efecto invernadero. Las proyecciones contaminantes hacia el 2025 apuntan a la emisión por actividades turísticas de 6 mil 500 millones de toneladas (carbonbrief.org).

Lo anterior sin considerar el daño irreversible al ecosistema (por ejemplo, el Valle de Guadalupe), la gentrificación, es decir, el desplazamiento de pobladores originales realizada por nuevos propietarios con mejor poder adquisitivo. El turismo es muy popular, un negocio millonario, vacuo, innecesario, sobrevalorado.

Si la comunidad cuenta con espacios dignos de ser contemplados, entonces adelante, que reciba visita, pero con moderación, sin descuidar a su gente. Ahora que si pensamos vivir del turismo, es preferible el derivado de la educación, la ciencia, la creatividad o la innovación. Por cierto, si un promotor intentó hace poco convertir en atractivo turístico el sitio donde cayó un helicóptero en El Centinela, no se sorprendan si al rato empiezan a ofertar narcotours.

Mail to: vicmarcen09@gmail.com

Ninguna ciudad en el mundo está obligada a inventar opciones recreativas para garantizar el entretenimiento, porque las comunidades no son un parque de diversiones gigante; ni sus habitantes, monos exóticos en aparador.

Una ciudad es el espacio de la gente, de su gente. Un sitio óptimo, limpio, ordenado, facilitador de convivencias, consciente de sus raíces, protegido, mejorado de forma constante, prioritario para la autoridad.

Foto: Sergio Caro | La Voz de la Frontera

Preocuparse porque el fuereño acusa a Mexicali de “no tener nada qué contemplar o hacer” es perder el tiempo. Hacerle caso implica forzar la realidad para hacerla digerible, atractiva, vendible. Sin duda existen espacios naturales o construidos por el humano, que cuentan una historia por sí solos e invitan a la meditación. Ese no es nuestro caso.

El turismo, o sea, arribar a un sitio esperando encontrar algo maravilloso, es una invención reciente. La gente se mueve por necesidad, migra. Sin embargo, el turista lo hace por vanidad en busca de un acto purificador de su alma (“The case against travel”).

Para mediados del siglo XIX, en Inglaterra aparecieron los primeros tours ida y vuelta todo incluido, gracias al desarrollo de los trenes. Un siglo antes, la gente exploraba sitios naturales, apoyados con un instrumento peculiar, el Espejo Claude, en el cual podía contemplarse los escenarios como si hubieran sido pintados por Claude Lorrain.

El turismo genera suficiente plata, tanto como el 10% del Producto Interno Bruto Mundial (World Travel & Tourism Council), pero también mucha contaminación, tanta como el 8% del total de gases de efecto invernadero. Las proyecciones contaminantes hacia el 2025 apuntan a la emisión por actividades turísticas de 6 mil 500 millones de toneladas (carbonbrief.org).

Lo anterior sin considerar el daño irreversible al ecosistema (por ejemplo, el Valle de Guadalupe), la gentrificación, es decir, el desplazamiento de pobladores originales realizada por nuevos propietarios con mejor poder adquisitivo. El turismo es muy popular, un negocio millonario, vacuo, innecesario, sobrevalorado.

Si la comunidad cuenta con espacios dignos de ser contemplados, entonces adelante, que reciba visita, pero con moderación, sin descuidar a su gente. Ahora que si pensamos vivir del turismo, es preferible el derivado de la educación, la ciencia, la creatividad o la innovación. Por cierto, si un promotor intentó hace poco convertir en atractivo turístico el sitio donde cayó un helicóptero en El Centinela, no se sorprendan si al rato empiezan a ofertar narcotours.

Mail to: vicmarcen09@gmail.com