/ miércoles 18 de marzo de 2020

El profesor morbosón

El Muro


Quien persigue con empeño acosa; quien además lo hace con fines lascivos abusando de su posición de poder, es un acosador sexual y el Código Penal lo castiga con una máxima de 2 años en prisión: El sexo es una energía tan poderosa que es necesario dosificarla porque de lo contrario nuestra vida sería un total desorden.

Un docente universitario tiene mucho más poder del que desde afuera se percibe. Básicamente tiene en sus manos el futuro de alguien que ve en el estudio la forma de garantizar su vida profesional y familiar, así que un estudiante hará lo que sea, menos confrontarse directamente con quien tiene el sartén por el mango. Dado que en la contratación de docentes lo que prima es la acumulación de grados académicos que no necesariamente está ligado a la capacidad intelectual y mucho menos con la calidad moral, el estudiante vive en un ambiente donde irónicamente el menor de sus problemas (que de por sí es grave) es el acoso y el más serio es la deficiencia para enfrentarse al mundo con el fin de aportar soluciones, con la que egresa.

Estadísticamente hablando, el acoso no es más común que la humillación, las ofensas, la mala calidad de clases o la indiferencia del maestro ante sus alumnos, puntos todos por los que atraviesa un estudiante durante su carrera, pero sí es el que más atención despierta entre el público. En pocas palabras, son pocos los acosadores, muy pocos los excelentes docentes y muchos los profesores que andan navegando entre el montón. Pero lo mismo aplica para los estudiantes.

Tres meses después de que alumnas de una Facultad de la universidad pública estatal -que más dinero recibe del erario- lanzaran el “tendedero del acoso”, un colgadero de papelitos donde exponían en forma anónima sus experiencias de hostigamiento sexual, despertaron de un letargo otras Facultades más. Las muestras de las estudiantes (casi en su totalidad mujeres) en algunos casos exhiben de forma contundente pruebas que confirman lo que era un secreto a voces: Hay profesores morbosones que han operado a sus anchas por años gracias a su fuero laboral, a pesar de que sus conductas eran conocidas por los directivos.

Se tocaron otros tópicos, algunos relacionados con la debilidad emocional de esta generación de cristal: Jóvenes acostumbrados al apapacho maternal y a tener siempre la razón desde el jardín de niños. Para ellos, un docente que no piensa como quieren que piense, que emite su posición sobre hechos sociales, es un acosador. Sin embargo hubo un punto más serio, pero pasó desapercibido: El de los docentes que tienen en la humillación su forma de operar.

Al final es muy probable que los asuntos de acoso mejor fundamentados serán procesados hasta conseguir la baja del docente, pero seguirán perdurando los casos de aquellos profesores que frenan el espíritu innovador de un joven, echando a perder alumnos de talento extraordinario que podrían ayudar a mejorar el entorno y para ellos no existe un tendedero que pueda ayudarlos…

El Muro


Quien persigue con empeño acosa; quien además lo hace con fines lascivos abusando de su posición de poder, es un acosador sexual y el Código Penal lo castiga con una máxima de 2 años en prisión: El sexo es una energía tan poderosa que es necesario dosificarla porque de lo contrario nuestra vida sería un total desorden.

Un docente universitario tiene mucho más poder del que desde afuera se percibe. Básicamente tiene en sus manos el futuro de alguien que ve en el estudio la forma de garantizar su vida profesional y familiar, así que un estudiante hará lo que sea, menos confrontarse directamente con quien tiene el sartén por el mango. Dado que en la contratación de docentes lo que prima es la acumulación de grados académicos que no necesariamente está ligado a la capacidad intelectual y mucho menos con la calidad moral, el estudiante vive en un ambiente donde irónicamente el menor de sus problemas (que de por sí es grave) es el acoso y el más serio es la deficiencia para enfrentarse al mundo con el fin de aportar soluciones, con la que egresa.

Estadísticamente hablando, el acoso no es más común que la humillación, las ofensas, la mala calidad de clases o la indiferencia del maestro ante sus alumnos, puntos todos por los que atraviesa un estudiante durante su carrera, pero sí es el que más atención despierta entre el público. En pocas palabras, son pocos los acosadores, muy pocos los excelentes docentes y muchos los profesores que andan navegando entre el montón. Pero lo mismo aplica para los estudiantes.

Tres meses después de que alumnas de una Facultad de la universidad pública estatal -que más dinero recibe del erario- lanzaran el “tendedero del acoso”, un colgadero de papelitos donde exponían en forma anónima sus experiencias de hostigamiento sexual, despertaron de un letargo otras Facultades más. Las muestras de las estudiantes (casi en su totalidad mujeres) en algunos casos exhiben de forma contundente pruebas que confirman lo que era un secreto a voces: Hay profesores morbosones que han operado a sus anchas por años gracias a su fuero laboral, a pesar de que sus conductas eran conocidas por los directivos.

Se tocaron otros tópicos, algunos relacionados con la debilidad emocional de esta generación de cristal: Jóvenes acostumbrados al apapacho maternal y a tener siempre la razón desde el jardín de niños. Para ellos, un docente que no piensa como quieren que piense, que emite su posición sobre hechos sociales, es un acosador. Sin embargo hubo un punto más serio, pero pasó desapercibido: El de los docentes que tienen en la humillación su forma de operar.

Al final es muy probable que los asuntos de acoso mejor fundamentados serán procesados hasta conseguir la baja del docente, pero seguirán perdurando los casos de aquellos profesores que frenan el espíritu innovador de un joven, echando a perder alumnos de talento extraordinario que podrían ayudar a mejorar el entorno y para ellos no existe un tendedero que pueda ayudarlos…