/ lunes 14 de mayo de 2018

¿Sufragar o refragar?

EL MURO

El voto es una promesa a Dios: “Personae Deo consecratae per oboedientiae votum in animos inducunt cum humilitate praesertim oboedientiam Redemptoris imitari”.

A través de la promesa de obedecer, las personas consagradas deciden imitar con humildad de un modo especial la obediencia del Redentor, escribió Juan Pablo II en 1984. Y como las promesas son muy importantes -aunque no necesariamente se cumplan- es que se le comenzó a decir boda a lo que en una precisión gramatical debería llamársele nupcias, matrimonio, casamiento, que refiere a la unión de dos personas y no exclusivamente a la etapa de la ceremonia en la que se intercambian los votos.

Lo del voto como sinónimo de elegir a alguien hizo su aparición entre los siglos XV y XVI, época en la que se tiene registro de los primeros procesos electorales como los conocemos hoy.

“El último Capitán votará el primero… porque no habiéndose ajustado a votar por él en su elección, trataba de vengarse”. (“Historia de la conquista de

Méjico…”).

Lo más preciso es sufragar, de suffragari, suffragium (“Sufragio efectivo, no reelección”) que quiere decir apoyar o favorecer a alguien y tiene su contraparte en latín -curiosamente no cuenta con un equivalente en castellano- refragor, oponerse a un candidato o a determinados intereses.

Al final nos quedamos con votar, aunque suele confundirse con botar (del germánico botán) que es igual a arrojar, golpear, de donde derivó la palabra inglesa beat (“He beat at the door with his fists”, golpeó la puerta con sus puños), que a su vez suena como “botear”, pedir dinero para una causa noble, usando un bote para la recolección.

En muchos casos de la vida, mantenerse en la ignorancia es lo más racional que podemos hacer y votar al parecer es uno de esos, porque salvo los que tienen prometido algún puesto, el resto no estamos en la capacidad de invertir tiempo, dinero, esfuerzo para informarnos, sobre todo si nuestro sufragio no será decisivo, ni tampoco nos generará dividendos.

Sin embargo, hacemos el esfuerzo por mantenernos al tanto de la realidad política, creyendo que al hacer eso afinamos nuestro método electivo cuando en realidad en otra muestra de “ignorancia racional” recurrimos a una serie de artimañas mentales que nos facilitan la tarea: Votar por el que me cae bien, por el partido de siempre, por el que apoya la nueva borregada… o marcar la boleta mal ya sea por candidez, ignorancia, a propósito, por “innovador” o en señal de protesta.

Por más votos inválidos que han sido rescatados por resoluciones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el porcentaje de votos no válidos se ha incrementado de la siguiente forma: De las elecciones de 1991 a la de 2006, el promedio fue de 3.18%, mientras que en las tres últimas elecciones (09, 12 y 15) el porcentaje de votos nulos es de 5.02.

En la elección de 2015, el voto nulo fue la séptima “fuerza política”, por encima de 4 partidos. Luego hablamos del abstencionismo.

vicmarcen09@gmail.com


EL MURO

El voto es una promesa a Dios: “Personae Deo consecratae per oboedientiae votum in animos inducunt cum humilitate praesertim oboedientiam Redemptoris imitari”.

A través de la promesa de obedecer, las personas consagradas deciden imitar con humildad de un modo especial la obediencia del Redentor, escribió Juan Pablo II en 1984. Y como las promesas son muy importantes -aunque no necesariamente se cumplan- es que se le comenzó a decir boda a lo que en una precisión gramatical debería llamársele nupcias, matrimonio, casamiento, que refiere a la unión de dos personas y no exclusivamente a la etapa de la ceremonia en la que se intercambian los votos.

Lo del voto como sinónimo de elegir a alguien hizo su aparición entre los siglos XV y XVI, época en la que se tiene registro de los primeros procesos electorales como los conocemos hoy.

“El último Capitán votará el primero… porque no habiéndose ajustado a votar por él en su elección, trataba de vengarse”. (“Historia de la conquista de

Méjico…”).

Lo más preciso es sufragar, de suffragari, suffragium (“Sufragio efectivo, no reelección”) que quiere decir apoyar o favorecer a alguien y tiene su contraparte en latín -curiosamente no cuenta con un equivalente en castellano- refragor, oponerse a un candidato o a determinados intereses.

Al final nos quedamos con votar, aunque suele confundirse con botar (del germánico botán) que es igual a arrojar, golpear, de donde derivó la palabra inglesa beat (“He beat at the door with his fists”, golpeó la puerta con sus puños), que a su vez suena como “botear”, pedir dinero para una causa noble, usando un bote para la recolección.

En muchos casos de la vida, mantenerse en la ignorancia es lo más racional que podemos hacer y votar al parecer es uno de esos, porque salvo los que tienen prometido algún puesto, el resto no estamos en la capacidad de invertir tiempo, dinero, esfuerzo para informarnos, sobre todo si nuestro sufragio no será decisivo, ni tampoco nos generará dividendos.

Sin embargo, hacemos el esfuerzo por mantenernos al tanto de la realidad política, creyendo que al hacer eso afinamos nuestro método electivo cuando en realidad en otra muestra de “ignorancia racional” recurrimos a una serie de artimañas mentales que nos facilitan la tarea: Votar por el que me cae bien, por el partido de siempre, por el que apoya la nueva borregada… o marcar la boleta mal ya sea por candidez, ignorancia, a propósito, por “innovador” o en señal de protesta.

Por más votos inválidos que han sido rescatados por resoluciones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el porcentaje de votos no válidos se ha incrementado de la siguiente forma: De las elecciones de 1991 a la de 2006, el promedio fue de 3.18%, mientras que en las tres últimas elecciones (09, 12 y 15) el porcentaje de votos nulos es de 5.02.

En la elección de 2015, el voto nulo fue la séptima “fuerza política”, por encima de 4 partidos. Luego hablamos del abstencionismo.

vicmarcen09@gmail.com