/ viernes 10 de mayo de 2019

En retirada

Pensares


No pretendo ser perfecto, pero sí quisiera ser un viejo que no saque de sus casillas a todo el mundo, que no exaspere a los demás. No aspiro a ser un santo, pero sí un anciano que no se crea infalible, ni viva de quejas y temores.

No pretendo cambiar a estas alturas mis patrones de vida, pero sí convertir las alturas en espíritu y que fluya la dulzura; convertir las comas en aciertos y que fluya el consejo; convertir las arrugas en sonrisas y reflejar lo que llevo adentro.

Abrir paso a la precipitación de los demás para que me perciban lo menos posible y no llegue a ser un estorbo; no interferir en el camino de la juventud siempre con una sonrisa y un repudio. Admitir los atenuantes que tienen para ser así y comprender que los buenos de ahora son quizás mejores que los de antes porque transitan para mayores peligros y enfrentan peores tentaciones.

No es posible hacer juventud con la vejez, pero sí aminorar mi alteración, mi irritabilidad, mi depresión, mi desasosiego y mi inevitable deterioro. No quisiera brillar en el mundo, pero sí quisiera desde mi sillón de soledad dar alguna claridad. No quisiera estar martillando sobre mi experiencia porque sería inútil, a cada uno le gusta vivirla y descubrirla por sí mismo.

No pretendo llevar a nadie de la mano, cada cual quiere caminar solo su propio destino. Pero sí deseo ser un faro en silencio que no apague su luz; ser una barca en retirada llena de palomas, de historia, de relatos, de recuerdos que hablan; de miradas que descubran, de hechos que hagan pensar. No desperdiciar la vejez, no mirar los años con miedo, dándoles a estos últimos un profundo sentido porque son el espacio final para movernos y el momento irrepetible para la realización completa.

No hacer de la vejez un lastre y una insignificancia, sino una sombra que fue luz, un árbol que fue fruto y un camino que fue huella. No vivir en la oscuridad como algo inservible, sino para pararse delante de una estrella para morir iluminado.


Pensares


No pretendo ser perfecto, pero sí quisiera ser un viejo que no saque de sus casillas a todo el mundo, que no exaspere a los demás. No aspiro a ser un santo, pero sí un anciano que no se crea infalible, ni viva de quejas y temores.

No pretendo cambiar a estas alturas mis patrones de vida, pero sí convertir las alturas en espíritu y que fluya la dulzura; convertir las comas en aciertos y que fluya el consejo; convertir las arrugas en sonrisas y reflejar lo que llevo adentro.

Abrir paso a la precipitación de los demás para que me perciban lo menos posible y no llegue a ser un estorbo; no interferir en el camino de la juventud siempre con una sonrisa y un repudio. Admitir los atenuantes que tienen para ser así y comprender que los buenos de ahora son quizás mejores que los de antes porque transitan para mayores peligros y enfrentan peores tentaciones.

No es posible hacer juventud con la vejez, pero sí aminorar mi alteración, mi irritabilidad, mi depresión, mi desasosiego y mi inevitable deterioro. No quisiera brillar en el mundo, pero sí quisiera desde mi sillón de soledad dar alguna claridad. No quisiera estar martillando sobre mi experiencia porque sería inútil, a cada uno le gusta vivirla y descubrirla por sí mismo.

No pretendo llevar a nadie de la mano, cada cual quiere caminar solo su propio destino. Pero sí deseo ser un faro en silencio que no apague su luz; ser una barca en retirada llena de palomas, de historia, de relatos, de recuerdos que hablan; de miradas que descubran, de hechos que hagan pensar. No desperdiciar la vejez, no mirar los años con miedo, dándoles a estos últimos un profundo sentido porque son el espacio final para movernos y el momento irrepetible para la realización completa.

No hacer de la vejez un lastre y una insignificancia, sino una sombra que fue luz, un árbol que fue fruto y un camino que fue huella. No vivir en la oscuridad como algo inservible, sino para pararse delante de una estrella para morir iluminado.


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